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Emiliano García-Page llegando a la sede del PSOE en la calle Ferraz — Jesús Hellín / Europa Press

Hacerle crecer los enanos a Pedro Sánchez

Intentar producir —mediante un contumaz bombardeo mediático— el levantamiento de los liderazgos territoriales y de sus cuadros medios contra el líder estatal es una operación que nos resulta enormemente familiar


La política es una guerra de posiciones. La política no es como el fútbol, un juego dinámico, que se juega a tiempo real y en el cual los diferentes jugadores se pueden mover prácticamente por todo el campo con bastante libertad. La política consiste en la captura —mediante estrategias que pueden durar meses, e incluso años— de determinadas posiciones que no solamente presentan un alto nivel de fortificación —es decir, que no es nada fácil sacar a un jugador de una posición alcanzada— sino que además tienen diferentes características que limitan en gran medida las cosas que un jugador puede hacer desde allí. Los ejemplos son abundantes y son claros: un acta de diputado, la presidencia de una comunidad autónoma, la presidencia del gobierno, la secretaría general de un partido político, etc. Todas estas posiciones son difíciles de obtener, pero, una vez alcanzadas, también es difícil perderlas. Y, como decíamos, cada una de ellas permite llevar a cabo ciertas acciones políticas y comunicativas pero no otras.

Esta guerra de posiciones era un ajedrez significativamente lento antes de la aparición de los medios de comunicación de masas y —después— de Internet, pero ahora hay excepciones. Aunque la estrategia para conquistar las posiciones fortificadas más relevantes sigue teniendo lugar con plazos que van de los meses a los años, también hemos visto en los últimos tiempos cómo la extrema violencia de los cañones mediáticos disparando al unísono puede ser capaz de arrancar a un jugador de una posición tan fortificada como la jefatura de un partido —hace falta nada menos que ganar un congreso para conseguirla y que típicamente no hay nada parecido a un revocatorio o una moción de censura en este ámbito— en plazos de tiempo mucho más cortos. Pensemos que a Ayuso le bastaron 72 horas para extraer el cadáver político de Pablo Casado de la planta alta de Génova 13. Pensemos en los pocos días que duró el psicodrama mediático con el cual el PSOE caoba y sus medios afines acabaron con la primera secretaría general de Pedro Sánchez en aquel cruento Comité Federal. No es lo habitual y normalmente la guerra de posiciones es más lenta, pero en la época del dominio mediático de la política las cosas se pueden acelerar.

Por eso había cierta inquietud en el PP durante la semana pasada. Porque el resultado de las elecciones generales del 23 de julio puso en cuestión la posición fortificada de Alberto Núñez Feijóo en la presidencia del PP. Si Pablo Casado pudo ser finiquitado con tanta contundencia, fue no solamente por la violencia activada contra él por parte de todo el ayusismo mediático cuando decidió acusarla de corrupción. Fue también —y, quizás, sobre todo— porque ya llevaba un tiempo cundiendo entre las filas de los populares la impresión de que Casado nunca le iba a ganar las elecciones a Pedro Sánchez. Para la derecha, conseguir el poder es su única razón de ser y, por eso mismo, la incapacidad de conseguirlo es uno de los disolventes más poderosos de cualquier posición fortificada en ese lado del parteaguas. Por eso, tras el aparente error comunicativo de Feijóo, contándole a 16 periodistas que estaría dispuesto a indultar a Puigdemont, muchos razonaron que, si después de la brutal frustración de las expectativas de gobernar España el pasado 23 de julio, ahora, encima, el gallego perdía la mayoría absoluta en la comunidad autónoma que lleva gobernando el PP más de 15 años, entonces las mismas espadas que se desenvainaron contra Casado hace dos años, podrían volverse a afilar.

Pero eso no ocurrió. Con unos resultados muy similares a los obtenidos por Feijóo en 2020, Alfonso Rueda consiguió revalidar la mayoría absoluta en Galicia el pasado domingo. Esto ha girado las tornas y la misma derecha mediática que estaba empezando a asediar la posición fortificada de Feijóo durante la última semana de campaña, ha reorientado inmediatamente y de forma unánime todos sus cañones contra Pedro Sánchez.

La misma derecha mediática que estaba empezando a asediar la posición fortificada de Feijóo durante la última semana de campaña, ha reorientado inmediatamente y de forma unánime todos sus cañones contra Pedro Sánchez

En un primer momento, el argumento principal contra el líder del PSOE y presidente del Gobierno fue que había perdido el apoyo popular. Que ya no tenía tirón electoral, que ya no es capaz de ganar elecciones. Algo parecido a lo que utilizaron con Casado. Pero la idea no era muy buena y el motivo es muy sencillo: Pablo Casado estaba en la oposición y lo mataron a mitad de legislatura; Pedro Sánchez ocupa la posición fortificada de la Moncloa y la legislatura acaba de empezar. Mientras Sánchez siga siendo presidente del Gobierno, es muy difícil que deje de ser secretario general del PSOE y candidato a las próximas elecciones; a menos que él decida motu proprio dejar de serlo o que vayamos llegando al final de la legislatura y las dudas sobre su desempeño en unas elecciones generales vayan aumentando al tiempo que se acercan los comicios. Mientras tanto y desde su posición como presidente, Sánchez tiene mucha más capacidad de acción política y comunicativa que la que tenía Casado, y una capacidad infinitamente mayor de repartir puestos bien remunerados a los suyos, como acabamos de ver con el caso de Ximo Puig.

En realidad, y en el fondo como también ocurrió con Casado —aunque es cierto que su posición estaba mucho más débilmente fortificada que la de Sánchez en estos momentos—, aunque el argumento para descabalgar a un jugador político pueda ser su mal desempeño electoral, la operativa para hacerlo suele ser otra: a saber, el golpe interno. Por eso, tras un lunes de titubeos, ayer martes la derecha mediática —y también una parte de la progresía— han afinado mucho más, han apuntado mucho mejor y han empezado a disparar con una sincronización admirable.

El argumento ya no es el hipotético mal desempeño de Pedro Sánchez en unas aún lejanas elecciones generales. El argumento ahora es que Sánchez está destruyendo las bases territoriales del PSOE como partido con arraigo en toda España únicamente por su voluntad de mantenerse en el poder. Cada analista y cada medio aporta sus matices, algunos dicen que su negociación con el independentismo catalán es lo que está socavando los apoyos en los territorios y otros añaden que la elección a dedo de los candidatos autonómicos desde Ferraz también tiene parte de la culpa, pero el esquema básico de la argumentación es el mismo; y es, de hecho, un aviso a navegantes. Lo que viene a trasladar este mensaje es una advertencia a la interna: «Si sigues manteniendo tu apoyo a Pedro Sánchez —tú, barón territorial—, puedes despedirte por completo de la posibilidad de alcanzar el gobierno autonómico durante muchos años. Podría ser que Sánchez consiguiera mantener el gobierno estatal y compensarte de alguna manera, como ha hecho con Ximo Puig, pero, uno, eso no es ni siquiera seguro y, dos, eso es Sánchez dándote —si a él le apetece— algún puesto graciable —más bien pocos— a ti y a los tuyos. Algo muy distinto de que seas tú mismo el que decide el reparto de muchos puestos desde la presidencia de una comunidad autónoma.»

Lo que está haciendo la derecha mediática de forma unánime —y también, incluso, El País, en un editorial que publicaba ayer a primera hora de la mañana y que, a las pocas horas, desaparecía sospechosamente de la portada y de la sección editorial— es la operación política que podríamos denominar «hacerle crecer los enanos a Pedro Sánchez» —con todo el respeto a Emiliano García-Page, estamos hablando en lenguaje figurativo—; y le podemos poner nombre porque es todo un clásico. Intentar producir —mediante un contumaz bombardeo mediático— el levantamiento de los liderazgos territoriales y de sus cuadros medios contra el líder estatal es una operación que nos resulta enormemente familiar porque ya la hemos visto desplegarse en numerosas ocasiones en los últimos años, en todos los partidos. En este caso, además, se juntan una serie de argumentos concomitantes de plausibilidad: en efecto, Sánchez ha demostrado una fuerte voluntad de poder a costa de todos los demás; en efecto, la negociación con el independentismo catalán tiene la potencialidad de desgastar la base electoral del PSOE en muchos territorios; y, en efecto, el músculo territorial del PSOE se ha debilitado en las últimas elecciones autonómicas y municipales —de hecho, ese debilitamiento fue el motivo principal por el cual Sánchez adelantó las elecciones generales—, aunque cabría preguntarse si vimos un debilitamiento del PSOE o más bien una pifia estratégica de Yolanda Díaz al apoyar a diferentes fuerzas en diferentes territorios, subordinando los comicios territoriales a su estrategia estatal y, en general, dañando gravemente la perspectiva electoral del ala izquierda de varios gobiernos autonómicos que finalmente cayeron.

Sea como fuere, es improbable que les salga bien la jugada de descabalgar a Sánchez mediante el levantamiento de sus barones a menos que el PP, sus medios afines y la parte caoba de la progresía mediática consigan también acortar la duración de la legislatura y situar el horizonte de la pérdida del gobierno estatal como algo cercano. Pero lo que es indudable es que lo están intentando.


Madrid –

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Editorial

  • Borkum

    Es difícil concebir cómo puede el PSOE frenar a la extrema derecha si no es capaz ni siquiera de frenar un pequeño carguero que transporta armas que pueden acabar siendo usadas para asesinar niños durante un genocidio

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