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Medio año de genocidio

En los libros del texto del futuro, los niños y niñas estudiarán que el 7 de abril de 2024 se cumplieron seis meses del inicio del peor genocidio del siglo XXI y solamente unas pocas voces en la zona de poder de la esfera pública intentaron pararlo


Aproximadamente 2 millones de personas habitaban la Franja de Gaza antes del pasado 7 de octubre. Desde aquel fatídico día, Israel ha asesinado a más de 33.000 personas —oficialmente contabilizadas—, más de 13.000 de ellas niños y niñas. Si a esta cifra añadimos los aproximadamente 8.000 cadáveres que todavía no han sido recuperados de debajo de los escombros, podemos cifrar la dimensión de la matanza perpetrada en estos seis meses por parte del ejército sionista en el 2% de la población.

Proporcionalmente, esto es como si soldados israelíes se hubiesen subido a todos y cada uno de los autobuses urbanos en España y, en cada uno de ellos, hubiesen asesinado a dos personas al azar. Es como si las tropas de Netanyahu se hubiesen subido a cada AVE y hubiesen recorrido los vagones para matar a ocho personas en cada viaje. Es como si hubieran asesinado a 1.200 personas de las que disfrutaron en la grada del partido del pasado sábado entre el RCD Mallorca y el Athletic de Bilbao. Es como si las bombas israelíes hubiesen acabado con la vida de 170.000 andaluces, de 155.000 catalanes, de 54.000 gallegos o de 26.000 aragoneses.

Esta es la magnitud del asesinato industrial en clave de limpieza étnica que ha llevado a cabo Israel en Gaza en apenas medio año. Si lo comparamos con la invasión de Ucrania, queda claro por qué la ONU ha tenido pocas dudas a la hora de calificar lo que está haciendo Israel como un genocidio. En algo más de dos años, el ejército de Putin ha matado aproximadamente a 10.000 civiles en Ucrania; es decir unos 5.000 cada seis meses. Si tenemos en cuenta que la población de Ucrania es 20 veces la población de la Franja de Gaza, la comparación arroja que Netanyahu está asesinando civiles a un ritmo que es 160 veces mayor que el desplegado por Putin.

Si a esto añadimos la destrucción de más del 60% de las viviendas de la Franja, la demolición de la mayoría de los hospitales y los centros educativos, el asesinato de más de 100 periodistas y un número indeterminado de trabajadores humanitarios o el corte de los suministros de electricidad, gas, Internet, agua y alimentos, no podemos menos que concluir que estamos ante uno de los crímenes de lesa humanidad más pavorosos de las últimas décadas.

Si tenemos en cuenta que la población de Ucrania es 20 veces la población de la Franja de Gaza, la comparación arroja que Netanyahu está asesinando civiles a un ritmo que es 160 veces mayor que el desplegado por Putin

Sin embargo y a pesar de ello, Estados Unidos y los países europeos todavía no han tomado absolutamente ninguna medida efectiva para detener el genocidio. Ni el presidente Joe Biden, ni la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ni ninguno de los primeros ministros del viejo continente se han atrevido ni siquiera a llamar ‘genocidio’ al genocidio. En el plano verbal, apenas han llegado a la tímida petición del alto el fuego y de la apertura de corredores humanitarios o a las declaraciones simbólicas, como la promesa del reconocimiento del Estado palestino (sea lo que sea lo que eso significa). Pero sus acciones en el plano material han sido todavía peores. Han sido acciones directamente de cobertura a Netanyahu. Ni Estados Unidos, ni la Unión Europea, ni España han dejado en ningún momento de comprar y vender armas a los genocidas. Por supuesto, no han tomado ninguna acción económica o militar contra Netanyahu y, de hecho, la única operación que han puesto en marcha —Sea Guardian— tiene como objetivo mantener abierto el corredor marítimo del canal de Suez para que Israel pueda seguir asesinando sin tener que preocuparse de los ataques de los hutíes de Yemen a los cargueros que navegan por el Mar Rojo. Por supuesto, toda esta operativa inmoral no habría sido posible sin el acompañamiento decidido por parte de la mayoría del poder mediático en estos mismos países.

En este medio año desde el pasado 7 de octubre, hemos asistido al más sangriento de los horrores. En estos seis meses, Israel se ha convertido en un país que, como Alemania, ya nunca jamás va a poder quitarse de encima el oscuro oprobio de haber intentado acabar físicamente con un pueblo entero mediante el asesinato. Y lo que dibuja negras nubes en el horizonte, en este medio año, la hipocresía y la doble vara de medir de los dirigentes de Estados Unidos y la Unión Europea han hecho volar por los aires el sistema de derecho internacional basado en reglas que se había construido como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, han perdido cualquier legitimidad para poder decir que aún defienden la democracia y los derechos humanos en el mundo y se han convertido en cómplices del horror mediante su inacción.

En los libros del texto del futuro, los niños y niñas estudiarán que el 7 de abril de 2024 se cumplieron seis meses del inicio del peor genocidio del siglo XXI y, más allá de la gente decente que se ha movilizado en las calles, solamente unas pocas voces en la zona de poder de la esfera pública —solamente unos pocos partidos políticos, solamente unos pocos medios de comunicación— intentaron pararlo.


Madrid –

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