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Pedro Sánchez en el cierre de campaña de las últimas elecciones generales — Ricardo Rubio / Europa Press

Votar al PSOE no sirvió para frenar al fascismo

La estrategia que reivindica al PSOE como el instrumento más útil para frenar al fascismo se ha demostrado enormemente eficaz para revalidar a Sánchez como presidente del Gobierno y para achicar el espacio de las fuerzas políticas que se sitúan a su izquierda. Para lo que no ha sido eficaz, sin embargo, es para frenar al fascismo


Desde la foto de Colón que juntó a Santiago Abascal, Pablo Casado y Albert Rivera —inmediatamente después de la cual Pedro Sánchez convocó elecciones generales anticipadas para el día 28 de abril de 2019—, el PSOE lleva utilizando exactamente la misma estrategia comunicativa y electoral para conseguir simultáneamente dos objetivos: revalidar la posibilidad de que Pedro Sánchez sea presidente del Gobierno y achicar el espacio de cualquier fuerza política que se sitúe a su izquierda. Dicha estrategia es, por supuesto, «¡que viene el lobo!».

El razonamiento es bastante sencillo aunque tiene varias capas.

La primera de ellas es la más obvia: la movilización del electorado progresista —incluso de una parte del electorado frontera entre el PSOE y el PP si la cosa va muy bien— y la desmovilización de la parte más moderada del electorado del PP —si es que eso todavía existe— mediante la evocación de un gobierno con franquistas peligrosos en el Consejo de Ministros. La convocatoria anticipada de las elecciones generales el pasado 23 de julio por parte de Pedro Sánchez no sólo estuvo motivada por la necesidad del PSOE de reaccionar rápidamente a la pérdida de poder autonómico que se produjo como consecuencia del mal resultado del bloque progresista en las elecciones municipales y autonómicas del 28 de mayo. Además, los estrategas de Sánchez calcularon —de nuevo— que buena parte de la campaña de las generales coincidiría con la formación de los diferentes gobiernos autonómicos, en los que el PP no tendría más remedio que incluir a miembros de VOX; algo que, efectivamente, ocurrió. No hace falta acudir a la hemeroteca para recordar que el mensaje más repetido por parte del PSOE en esa campaña fue que había dos alternativas: un gobierno de Feijóo con Abascal o un gobierno de Sánchez con Díaz. «Vota al PSOE para frenar al fascismo.»

La segunda capa de la estrategia es un poco más compleja pero no tanto: la concentración de voto útil en torno al PSOE para evitar la tragedia. Esto funciona a dos niveles. Por un lado, la intuición ciudadana de que dividir el voto del bloque progresista daría más oportunidades al bloque reaccionario para obtener una mayoría parlamentaria. Esto no es exactamente así, dado que depende del tamaño de la circunscripción provincial en la que se encuentra cada votante, pero no deja de ser un mensaje general que tiene mucha potencia y que resuena con un pasado no tan lejano en el cual la izquierda apenas era capaz de conseguir escaños en la provincia de Madrid y en alguna más. Nos referimos al así llamado «voto útil». Si encima la derecha polariza directamente con el PSOE y no con las fuerzas políticas de la izquierda —como está haciendo en estos momentos—, entonces el efecto se multiplica, situando a los socialistas en una posición de foco mediático absoluto al mismo tiempo que se invisibiliza a sus competidores de este lado del parteaguas. «Vota al PSOE para no tirar tu voto a la basura y que así podamos frenar al fascismo.»

La tercera capa es la más sutil de todas: ante el miedo de que pueda haber un gobierno reaccionario que nos lleve hacia atrás, se activa el modo más conservador de pensamiento del electorado progresista y se sustituye una voluntad de transformación y de avance por otra de conservación de lo que se ha conseguido conquistar. En pocas palabras, se activa el modo «virgencita, virgencita, que me quede como estoy». Obviamente, esa lógica de voto concentra de nuevo electorado en el PSOE y lo sustrae de las opciones más transformadoras; esta vez, no por mera captación del foco político y mediático, sino por un cambio profundo del marco mental que decide el voto. En una lógica perversa que también contribuye a este mecanismo, aparecen incluso voces que empiezan a sugerir que la reacción violenta de la extrema derecha es, de algún modo, consecuencia de la existencia de una izquierda con praxis política combativa. Así, el volver a votar opciones más moderadas dentro del bloque progresista, también serviría para «rebajar el ruido» y «no provocar» a los fascistas. Todo el discurso de la «polarización» y la «crispación» que despliega constantemente la progresía mediática busca exactamente esto. «Vota al PSOE para bajar los decibelios y así poder desactivar a los fascistas.»

Cada vez el discurso ultraderechista está más arraigado en el PP, cada vez hay más tertulianos de extrema derecha en las principales televisiones, cada vez se naturalizan con mayor facilidad las ideas fascistas y cada vez el bloque reaccionario tiene más diputados en el Parlamento

Esta estrategia comunicativa y electoral multicapa que reivindica al PSOE como el instrumento más útil para frenar al fascismo se ha demostrado enormemente eficaz para los dos objetivos que persigue el PSOE —recordemos—: revalidar la posibilidad de que Pedro Sánchez sea presidente del Gobierno y achicar el espacio de cualquier fuerza política que se sitúe a su izquierda. Para lo que no ha sido eficaz, sin embargo, es para frenar al fascismo.

Cada vez el discurso ultraderechista está más arraigado en el PP, cada vez hay más tertulianos de extrema derecha en las principales televisiones, cada vez se naturalizan con mayor facilidad las ideas fascistas y cada vez el bloque reaccionario tiene más diputados en el Parlamento y menos pruritos para ejercer la violencia política, mediática, judicial y hasta física —como vimos en la noche del martes en las calles de Madrid— con intenciones abiertamente golpistas.

Este avance cultural y político del fascismo es un hecho incontestable y es sencillo establecer una trazabilidad con la operativa del PSOE en los últimos años de gobierno de Pedro Sánchez.

Desde que el líder socialista accediera a la Moncloa mediante la moción de censura de 2018, él y su partido han llevado a cabo un sinnúmero de acciones que han dado aire, espacio y legitimidad a la ultraderecha. La lista es larguísima, pero baste mencionar algunos de los ejemplos más obvios: la negativa por parte de Marlaska de eliminar a los operadores fascistas de las cloacas de Interior —reubicando a los diferentes implicados en otros puestos, como hace la Iglesia con los curas pedófilos—, la negativa del PSOE durante cinco largos años a modificar la Ley Orgánica del Poder Judicial para arrebatar al PP su minoría de bloqueo en la renovación del CGPJ okupado, la inacción de los socialistas respecto del oligopolio mediático con una tendencia mayoritaria hacia la derecha y la extrema derecha que no refleja la pluralidad social, su apoyo sin fisuras a periodistas corruptos como Ferreras, la alianza del PSOE con el PP para llevar a cabo modificaciones legislativas reaccionarias como la eliminación del consentimiento del centro de la Ley de Libertad Sexual o la eliminación de los perros de caza de la Ley de Protección Animal al dictado de los cazadores, las maniobras para evitar la derogación de la Ley Mordaza, la asunción por parte del PSOE de una política migratoria indistinguible de la propugnada por la derecha y la extrema derecha, su apuesta por Felipe VI con auténtico furor monárquico, la permisividad absoluta de Sánchez y todo su equipo cuando los violentos acosaron al vicepresidente del gobierno y la ministra de igualdad en su domicilio particular durante años, la no retirada de la acreditación de prensa por parte de Meritxell Batet a los escuadristas mediáticos que el martes se manifestaron en Madrid o la aceptación por parte del PSOE de una buena parte del discurso antifeminista y anticomunista de los reaccionarios porque les venía bien para achicar espacio a Podemos. Es absolutamente evidente para cualquier analista político cuáles son los efectos de todas estas acciones.

El PSOE volverá a agitar una y otra vez el discurso del miedo y te volverá a pedir el voto para evitar que retrocedamos a tiempos oscuros. Pero si algo hemos comprobado en estos años es que votar al PSOE no sirvió para frenar al fascismo sino para todo lo contrario.


Madrid –

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