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GKN en lucha

La lucha de la asamblea de fábrica de ex-GKN y las relaciones de fuerza en Italia

Estamos frente a la ocupación de fábrica más larga en la historia italiana. Ha superado tres veces en duración a sus mejores precedentes, las ocupaciones de los años 70


El pasado 9 de julio de 2021, el fondo de inversión británico Melrose despidió a los 422 trabajadores de la fábrica GKN, sita en Florencia, con un simple correo electrónico. Fue uno de los primeros despidos colectivos desde la pandemia del Covid19: la posibilidad de despedir trabajadores, interrumpida por el segundo gobierno de Giuseppe Conte, acababa de ser restablecida por el nuevo gobierno de Mario Draghi. Sin embargo, la fábrica GKN es un lugar de trabajo muy peculiar. En primer lugar, con la pandemia, el volumen de negocio de la propiedad había aumentado. Pero a Melrose le interesa la renta, no las ganancias industriales: habían comprado la empresa unos años antes para despedir a estos trabajadores altamente capacitados y sindicalizados. Los documentos lo confirman ahora, pero los trabajadores ya lo sabían desde hace tiempo. De hecho, y esta es la segunda particularidad de la fábrica, los trabajadores ya se estaban organizando a través de la forma del colectivo de fábrica, es decir, asumiendo responsabilidades sindicales más allá de los cuatro representantes sindicales establecidos por la ley. En el interior, luchaban por las condiciones de trabajo y, mira por dónde, ganaban y convencían. En el exterior, como colectivo y como individuos, apoyaban, independientemente de la afiliación sindical, otras luchas laborales y participaban en luchas ecologistas en la comarca. Una comarca, la llanura Florencia-Prato-Pistoia, marcada por récords de cementificación.

Aunque la noticia les sorprendió en un día de vacaciones forzadas de verano, el mismo 9 de julio los trabajadores regresaron a las puertas de la fábrica y ya no se fueron . Permanecieron para custodiar la planta y las máquinas, defendiéndolas de los intentos de la propiedad de venderlas o deslocalizarlas, hasta el día de hoy. Y, sobre todo, para organizar una respuesta de clase a la altura de los desafíos actuales.

Estamos frente a la ocupación de fábrica más larga en la historia italiana. Ha superado tres veces en duración a sus mejores precedentes, las ocupaciones de los años 70. Pero hay otra novedad, que está íntimamente ligada a las transformaciones de la producción en las últimas décadas: los trabajadores, ahora ex-GKN, han entendido que para estar a la altura de una coyuntura política tan difícil, tienen que generalizar su lucha, tienen que conectarse con las luchas sociales, con el territorio y con la precariedad generalizada. Retoman el histórico lema de la resistencia antifascista florentina, «Insorgiamo«, y organizan y apoyan manifestaciones en todo el país. Desde el feminismo hasta el ecologismo, desde la enseñanza hasta el mundo del trabajo: todas las luchas de los últimos dos años y medio en Italia han estado acompañadas por los coros y tambores del Colectivo de Fábrica GKN.

Mientras tanto, la lucha de las y los trabajadores crece y se convierte en muchas cosas en términos de movilización y narrativa: textos, documentales y obras de teatro. El colectivo plantea la cuestión política crucial (olvidada en una Italia sin izquierda donde todo parecía inmóvil): las relaciones de fuerza. Para salvar los empleos, afirman los trabajadores desde el principio, no hay “atajos corporativistas”, sino que es necesario cambiar las relaciones de fuerza generales. De este modo, el sentido de la «convergencia» de la que habla el colectivo no es el de una mera suma, sino la necesidad de habitar este tiempo marcado por múltiples crisis construyendo fuerza desde abajo, saliendo de los sectarismos. El lema es «Convergere per insorgere«.

El movimiento por el clima y la transición ecológica son los terrenos privilegiados del desafío. Por un lado, porque los principales medios de comunicación mienten cuando afirman: «¡Te están despidiendo por culpa de Greta!»; por otro lado, porque las organizaciones sindicales han renunciado desde hace tiempo al papel de representación social precisamente en el terreno del medio ambiente. El cambio climático es el reto político que las y los trabajadores de GKN señalan como lo determinante en este momento. De esta suerte, por la iniciativa de las y los trabajadores industriales de una fábrica de tamaño mediano en un país en rápida desindustrialización, surge la transecología de clase necesaria para enfrentar la emergencia ecosocial en la que vivimos.

No solo se han organizado enormes manifestaciones de convergencia ecosocial: las y los trabajadores, junto con investigadores solidarios, han elaborado dos planes industriales alternativos para la fábrica. El primero, publicado por la editorial Feltrinelli, plantea un programa de inversión pública en transporte con motores eléctricos, que es tan necesaria como imposible dada la influencia del capital fósil representado por los gobiernos neoliberales de Draghi y Meloni. El segundo está en marcha: la creación de la cooperativa GFF (GKN For Future) para la producción de bicicletas de carga y de paneles solares de última generación cuya fabricación, gracias a la patente concedida por una start up alemana solidaria, no requiere tierras raras y evitará tanto el recurso a las devastadoras actividades extractivas en el Sur Global como el monopolio chino sobre las materias primas necesarias.

El colectivo GKN no podía hacer otra cosa: un plan industrial suficientemente realista y eficiente dentro de las relaciones de fuerza presentes, pero también un ejemplo posible de transformación desde abajo de las políticas europeas sobre movilidad, energía y recursos en el país más sombrío del continente, sombrío como el petróleo, sombrío como el corazón del gobierno Meloni.

¿Qué podemos hacer nosotras por el proyecto GFF? Esta es la pregunta que tenemos que hacernos y hacer a los demás, mientras esta increíble experiencia corre el peligro de verse aplastada por los golpes de un fondo de inversión y de la patronal católico-fascista italiana que ha apoyado la operación y, por si fuera poco, por las terribles inundaciones que asolaron la zona el pasado noviembre. Los despidos se harán efectivos el 1 de enero de 2024.

¿Y qué podemos hacer nosotras, las que no somos trabajadoras de GKN? Podemos hacer mucho, incluso desde el extranjero. Para empezar, podemos participar en el accionariado popular de GFF y/o acudir a la fábrica en Nochevieja, en el momento de celebración y lucha organizado por el colectivo de fábrica, mientras que los despidos se harán efectivos. Pero podemos hacer más: convertir esta lucha y este patrimonio colectivo de convergencia ecosocial en una cuestión política en el ámbito europeo. No solo para las y los trabajadores de GKN, que no tienen más opciones que intentarlo, sino para todas aquellas que todavía valoramos el significado de la expresión «relaciones de fuerza».

La historia que hemos resumido aquí con esfuerzo y pasión se da en los años más difíciles de la larga noche de la política italiana. Si el débil progresismo político italiano, que sigue considerándose la «alternativa a los fascistas», tuviera de veras la intención de emprender un camino diferente, habría ayudado a resolver esta disputa sindical hace tiempo, una disputa que ha puesto de rodillas a las y los trabajadores y a sus familias, privados de su salario durante meses. De hecho, los ayuntamientos de la comarca en la que se encuentra la fábrica son uno de los últimos feudos del centro izquierda italiano, restos de lo que antaño fueron las llamadas «regiones rojas». Hoy, el problema se ha convertido en algo que va más allá de lo sindical, y las y los trabajadores de GKN están decididos a llegar hasta el final para poner contra las cuerdas a estos interlocutores políticos, a presionarlos para que asuman sus responsabilidades por la especulación inmobiliaria y el desperdicio de dinero público provocados por un fondo financiero internacional que sentenció el destino de lo que hasta entonces era un lugar de producción. Incluso desde la perspectiva de las finanzas públicas, la adquisición de la planta por parte del gobierno de la región de Toscana sería lo más conveniente en comparación con la paralizante ineficiencia de los llamados “amortiguadores sociales”.

Al fin y al cabo, hay un tiempo inesperado en el que las relaciones de fuerza pueden mostrarse diferentes de lo que aparentaban ser. Sin duda, la política efímera del progresismo italiano no es correlativa de un inmovilismo social. Solo en las últimas semanas, los grandes sindicatos, irresponsablemente ausentes durante mucho tiempo a pesar de que Italia padece una de las inflaciones más altas de Europa, han vuelto organizar huelga contra las medidas económicas del gobierno Meloni, marcadas por una austeridad militarizada; en muchas escuelas, universidades, lugares de trabajo y consumo, la bandera palestina se ha convertido en símbolo de disidencia política. Y, sobre todo, el pasado 25 de noviembre tuvo lugar la manifestación trans-feminista más grande de la historia de este país con motivo del asesinato machista de Giulia Cecchettin a manos de su ex novio. Medio millón de personas en Roma y un millón en toda Italia dejaron claro que la violencia patriarcal nos afecta a todas y estamos obligados a combatirla militando por un cambio radical en nosotros mismos y en los demás.

Sin embargo, del otro lado de la relación de fuerzas no hay un adversario debilitado y dividido, al menos no en el sentido que parece caracterizar la situación española. La censura y la porra se están convirtiendo en el pan nuestro de cada día en la Italia meloniana. Incluso en ese histórico 25 de noviembre, jornada mundial contra la violencia hacia las mujeres, la policía se dedicó a golpear en la cabeza a chicas que se manifestaban, culpables de gritar demasiado fuerte. Mientras tanto, hasta los activistas por el clima, que habían conseguido llamar la atención con sus protestas creativas están siendo arrestados y juzgados en una atmósfera de ensordecedor silencio mediático. Esta violencia gubernamental cada vez más evidente, ¿es señal de fuerza o debilidad? Es una pregunta difícil, que solo el futuro inmediato podrá ayudarnos a responder. Lo que está claro es que en la antigua fábrica GKN se juega un envite importante, habida cuenta de la sorprendente transversalidad de imaginario y narrativa que han conseguido y de las nuevas alianzas eco-sociales que ha prefigurado en el ámbito europeo. Que el nuevo año sea diferente. «Fino a che ce ne sarà«.


Madrid –

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