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Olaf Scholz, canciller alemán

Un giro a la derecha con piel de cordero

Sobre el tratamiento alemán de la guerra, el racismo y el antisemitismo


Tal vez una de las mejores cosas que se dijeron sobre los acontecimientos del “verano de la migración” en 2015 vino, sorprendentemente, de un político que desde entonces se hizo mundialmente famoso por su política de línea dura hacia Grecia: Wolfgang Schäuble. Dijo que la migración era una «cita de nuestra sociedad con la globalización». En los tiempos que corren, las citas en política no son diferentes de las citas en el amor: rara vez vienen solas. Y desde la cita de Schäuble, ha habido numerosos encuentros entre la realidad de la vida alemana, tradicionalmente apartada del mundo y orientada a la seguridad, y las grandes crisis mundiales. La crisis climática tuvo preocupado al país, luego fue la pandemia, después la guerra en Ucrania y ahora, una vez más, la terrible escalada reciente en Israel y Palestina. Todos estos acontecimientos, que también son espectáculos mediáticos, podrían verse superficialmente como una enorme repolitización de la vida social cotidiana. Sin embargo, quien espere un proceso de aprendizaje, una nueva oportunidad para las alternativas políticas o, al menos, que se tire del freno de emergencia, se llevará una amarga decepción. Una gran parte de la sociedad está reaccionando a la cita reclamando un blindaje de la política de seguridad del Estado para evitar en lo posible este tipo de encuentros en el futuro.

Lo que desde entonces se ha ido extendiendo en el centro político alemán, que es también expresión de una nueva república en tiempos de crisis inminente, es un nuevo entusiasmo por resolver los problemas políticos mediante la policía, el ejército y el poder. Un nuevo autoritarismo de centro que irradia hacia la izquierda. Este es el trasfondo del giro a la derecha de los últimos meses, en el que las fuerzas efectivamente de derechas se han sentido como en casa y se han recostado en el sillón. La novedad es que las medidas autoritarias se vehiculan al mismo tiempo a través del aparato conceptual progresista. Esto confunde y paraliza. Lo malo adopta los ropajes de lo bueno. Durante la pandemia, la represión policial se llevó a cabo en nombre de la «solidaridad», mientras que la militarización del pensamiento durante la guerra de Ucrania se justificó con los «valores occidentales» y la «democracia». Y ahora la política actual de Alemania en Oriente Medio se lleva a cabo enarbolando la bandera de la lucha contra el antisemitismo y de una Alemania que ha purificado su memoria.

Las «lecciones» de la historia alemana se emplean ahora contra la sociedad de la inmigración y ya de paso se liquidan los debates sobre la necesaria descolonización de Alemania y del mundo

«Antifascismo» de derechas

El resultado es un murmullo progresista algo disparatado que esconde la mentalidad de un nuevo autoritarismo alemán. A este respecto, el debate sobre las masacres de Hamás y la guerra de Gaza es la farsa más reciente y quizá también las más significativa de los últimos años. Cuando escuchas por la mañana a Hubert Aiwanger [del partido de derechas y euroescéptico Electores Libres] en la emisora Deutschlandfunk burlándose del antisemitismo de los inmigrantes, sabes lo que acaba de pasar: la narrativa de la guerra cultural de las derechas se está recodificando ahora en el lenguaje del conflicto de Oriente Próximo. «Extranjeros fuera» significa ahora «antisemitas fuera». Las «lecciones» de la historia alemana se emplean ahora contra la sociedad de la inmigración y ya de paso se liquidan los debates sobre la necesaria descolonización de Alemania y del mundo. Se culpa del antisemitismo a los inmigrantes y el racismo omnipresente aparece como una especie de antídoto. «La característica esencial del pensamiento proyectivo es proyectar el mal que llevamos dentro en una figura externa, de modo que ésta se convierta en el epítome del mal, mientras que nosotros mismos somos completamente buenos y puros. Este mecanismo de proyección suele ser eficaz en la guerra», escribió en una ocasión el psicólogo social Erich Fromm.

Se están perdiendo espacios importantes. La Agencia Federal de Educación Cívica cancela bruscamente la conferencia «We still need to talk» sobre una posible política de la memoria en sentido multidireccional Ahora sólo se habla alemán. Al mismo tiempo, se prohíben otras voces indeseables, como las pocas celebridades internacionales de izquierdas que quedan. Jeremy Corbyn, Greta Thunberg y Judith Butler son excomulgados en Alemania, mientras el racismo se normaliza en parlamentos, gobiernos y medios de comunicación. «En Alemania prefieren no oírnos. Somos los judíos incómodos», declaró a Die Zeit Candice Breitz, organizadora de la conferencia. Esto también se aplica a las voces críticas de Israel, donde los activistas de derechos humanos, así como los familiares de los asesinados y secuestrados, ofrecen un tono completamente distinto del de la guerra. Pero en Alemania ahora los envites son distintos. «Estamos en la Tercera Guerra Mundial contra el Islam radical. Por eso no se trata solo de Israel. […] La guerra también está dentro de Europa», afirmaba el ministro israelí de Energía, Katz, en una entrevista con el diario Bild. La prensa del grupo Springer marca la pauta con artículos de este tipo y otros parecidos, una pauta que algunos en la izquierda también siguen a su manera. Esta lógica es apoyada involuntariamente por la actitud de partes del movimiento de solidaridad con Palestina, que celebran cada acto dirigido contra Israel, incluso los crímenes de grupos islamistas, como un acto de liberación, distorsionan el discurso poscolonial y lo malversan para un empoderamiento temporal que conduce a un callejón sin salida político.

Ataque a la sociedad de la inmigración

Al socaire del debate, no sólo llueven las prohibiciones. Se sancionan sin ambages las intervenciones a los derechos fundamentales y en particular al derecho de asilo. De repente, se predica una razón de Estado que se antepone a las normas democráticas fundamentales. Una gran parte de la opinión pública percibe antisemitismo detrás de cualquier empatía con las víctimas palestinas. Algunos políticos exigen incluso que solo pueda obtenerse la ciudadanía alemana tras una adhesión clara a Israel y que, en caso de duda, se pueda incluso revocarla, como ha sugerido Markus Söder —primer ministro derechista de Baviera—. Mientras tanto, Wolfgang Kubicki —vicepresidente del Bundestag, liberal— reclama poner topes a la inmigración por cada distrito de las ciudades. Se están aprobando resoluciones en el Bundestag que mezclan la lucha contra el antisemitismo con medidas cuestionables y con el apoyo militar y político a Israel, al mismo tiempo que se da forma de ley al creciente racismo.

El resultado es un antifascismo burgués blanco reducido a antisemitismo, que pregona una sospecha generalizada hacia las personas árabes y musulmanas. El Presidente Federal —Frank-Walter Steinmeier, del SPD— y el Ministro de Economía —Robert Habeck, de Los Verdes— lo respaldan y exigen gestos de sumisión. Este ambiente deja de la noche a la mañana desconcertadas y desesperadas  a muchas personas de origen migrante. ¿Cómo van a poder sumarse a este «¡Nunca más es ahora!» unilateral y a su debate sobre la «cultura guía» [Leitkultur] si al mismo tiempo provoca que el retroceso racista y el ataque a la sociedad de la inmigración cobren un atractivo mayoritario? Por otra parte, lo cierto es que a menudo las personas migrantes no reciben la protección de la policía en esta Alemania purificada, sino que tienen que esconderse de ella. Son acosadas por las autoridades y las instituciones. En lugar de exigir que se las proteja y hacer del racismo un escándalo, se les entrega a la deportación y la difamación racista.

El hecho de que muchas personas en este país aceptaran el 7 de octubre con indiferencia o lo saludaran con alegría; que muchas personas judías en Alemania vivan hoy con miedo y ansiedad: todo esto son hechos ciertos que escandalizan y con razón. Pero esta verdad también incluye el hecho de que los muertos árabes y palestinos no conmueven realmente a mucha gente y a algunos ni siquiera parecen importarles. Esto personifica lo que Georgio Agamben ha llamado «Homo sacer«: personas que han sido tan deshumanizadas y degradadas que violar sus derechos o asesinarlas no se considera un crimen y, de todos modos, sólo aparecen como una masa amorfa. Este doble rasero conduce a la incredulidad y a un rechazo del fariseísmo alemán. Y lo que ocurre en el debate alemán también sucede a escala mundial. La política exterior «basada en normas» y «movida por valores» defendida en Ucrania está sufriendo una inmensa pérdida de credibilidad. Se defiende la guerra contra Gaza, se oculta la guerra de Erdoğan contra los kurdos. Los principios o el compromiso con una política basada en valores y normas y con el derecho internacional no tienen nada que ver con esto. Al final era esto el «Zeitenwende» —cambio de época— del que hablaba Scholz. Pero, en lugar de un movimiento contra la guerra y una amplia movilización contra el giro a la derecha, la lucha contra el antisemitismo se está incorporando al militarismo occidental bajo la hegemonía de la derecha. Para evitarlo en el futuro, es urgente desenmarañar la confusión de términos que reina entre los actores progresistas. Porque el antifascismo que se necesita ahora es también, como se decía durante el “verano de la migración”, #indivisible. Sobre todo si quiere sobrevivir a su «cita con la globalización». De no hacerlo, la derecha política seguirá ganando.


Mario Neumann es redactor jefe del boletín de la organización de solidaridad Medico International y responsable de relaciones públicas en Sudamérica y Líbano. Es activista político desde su juventud y trabajó durante mucho tiempo para el Institut Solidarische Moderne (ISM). En castellano ha publicado, junto a Sandro Mezzadra, Clase y diversidad. Sin trampas, Katakrak, 2019

Traducción del original alemán de Raúl Sánchez Cedillo


Madrid –

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