Diario Red
Menu
Menu
Diario Red

La periodista Olga Rodriguez en el hotel Palestine de Bagdad, durante la invasión de Irak — Wikipedia

La labor del periodismo

En los últimos años ha ido calando la que a mi parecer es la falacia más absurda de los y las profesionales de la información: un buen periodista tiene que ser neutral. No independiente, no. Neutral. ¿Qué demonios es la neutralidad?


Pienso estos días mucho en la labor del periodismo. Pienso en aquellos días de facultad en los que todo el mundo alrededor albergaba aún esa visión del periodista romántica, aquellos días en los que la mayoría soñaba aún con salvar el mundo. Recuerdo las pancartas desplegadas sin miedo, la movilización masiva del alumnado contra cada pequeña injusticia, el arrojado movimiento estudiantil, la presencia constante de las asociaciones. Recuerdo aprender de compañeros y compañeras valientes aquellos años como jamás habría imaginado que lo haría: yo, una niña pija del norte de Madrid a la que nunca le habían enseñado a morir y menos aún a vivir por nada.

Contemplo estos días, sin embargo, la televisión horrorizada. Veo las redes sociales inundadas de titulares que me revuelven el estómago y la dignidad. Entro en un bucle infinito sin poder apartar la mirada de la pantalla repitiéndome a mí misma: «no lo entiendo, no lo entiendo, no lo entiendo». Y es que, honestamente, no lo entiendo. No entiendo a aquellos y aquellas que, si algún puñetero día soñaron lo más mínimo con hacer periodismo, hoy se convierten en altavoces acríticos del poder. Que cada vez que abren la boca parecen comerciales en lugar de periodistas. No entiendo ponerse ante una cámara, firmar con tu nombre y apellidos una columna, reproduciendo todos y cada de los discursos hegemónicos aliados del neoliberalismo racista en su estado más puro y cruel. Permanecer impasible ante el genocidio del pueblo palestino, legitimar el apartheid que sin vergüenza ni disimulo está perpetrando Israel, comprar cada una de las falacias propagandísticas burdas con las que nos asedian día y noche.

En mis tiempos de facultad, el o la periodista de guerra era El o La Periodista. Con mayúsculas. Eran esos referentes venerados, respetados, inalcanzables, los rock stars de la profesión. Estos días veo cómo esos y esas periodistas de guerra que están en el terreno o que han pasado allí décadas jugándose la vida están sufriendo un espeluznante escarnio popular de parte de una masa enajenada que les señala como antisemitas, malos profesionales, difusores de fake news, incluso yihadistas… Tan solo por el hecho de hacer su trabajo con dignidad. Por decir la verdad, por contextualizar el conflicto (que no es un conflicto), por resistirse a abrazar las tesis de quien está realizando una limpieza étnica con el beneplácito de la comunidad internacional. Por desafiar, en definitiva, ese mandato empresarial que te dice que para poder comer a final de mes, tienes que dejar de ser periodista y transformarte en un megáfono de la narrativa del poder.

¿Qué demonios es la neutralidad? ¿Decir que condenas tanto los «asesinatos de un lado como los de otro»? ¿Dar espacio en los medios de comunicación a las declaraciones y versiones de «todas las partes», incluso cuando éstas sean obscenamente burdas?

En los últimos años, además, ha ido calando la que a mi parecer es la falacia más absurda de los y las profesionales de la información: un buen periodista tiene que ser neutral. No independiente, no. Neutral. ¿Qué demonios es la neutralidad? ¿Decir que condenas tanto los «asesinatos de un lado como los de otro»? ¿Dar espacio en los medios de comunicación a las declaraciones y versiones de «todas las partes», incluso cuando estas sean obscenamente burdas?

Además, es que lo siento, pero no. La labor del periodista no es la de ser neutral. Eso es una soberana estupidez. La labor del periodista es ofrecer a la ciudadanía la información suficiente como para poder formarse un pensamiento crítico, propio, que le permita ejercitar su libertad. La labor del periodista es contrastar, verificar e interpretar para poder ofrecer conocimiento, no una retahíla de declaraciones sin nexo ni contexto. Y, por supuesto, la labor del periodista es ser honesto u honesta con sus sesgos en pos de un pensamiento crítico siempre situado. Enunciar, alto y claro, quién es, desde dónde habla, en qué cree y por quiénes se parte la cara. Porque, sorpresa. Ese grandilocuente concepto que está ahora tan de moda de «la objetividad» no existe. Pero ni en el periodismo, ni en ningún ámbito de la vida humana. Todas y todos estamos cruzados por cómo se ha configurado nuestra mirada al mundo. Lo honesto, siempre, es explicitarla.

Y yo, sinceramente, no entiendo un periodismo que por quien se parta la cara no sean las personas vulnerables, los y las oprimidas, los y las débiles, aquellos y aquellas que no es que no tengan voz, es que se la silencian. Un periodismo que no se parta la cara por dar espacio a los contra-relatos del poder, como si el poder no dispusiese ya de suficientes canales de difusión como para contar, encima, con un periodismo cómplice.

No sé a quién le escuché recientemente decir: «No puedes ser periodista y activista al mismo tiempo, tienes que elegir, o una cosa o la otra». Yo creo justo lo contrario. Y estas semanas, el tratamiento mediático de «la guerra», que no es guerra, me reafirma: es absolutamente imposible hacer periodismo sin ser activista. Sin elegir contar, precisamente, lo que no quieren que se cuente. Al resto de cosas llamadlas como queráis: comerciales, propagandistas, comunicadores, publicistas, furbies, papagayos. Pero periodistas, no.


Madrid –

Compartir

Editorial

  • Milei y el IBEX 35

    Muchas grandes empresas de Alemania, incluso varias de ellas con un pasado de colaboración con los nazis, decidieron intentar evitar el avance de la extrema derecha de AfD en aquel país. Todo indica que los grandes empresarios españoles están libres de ese tipo de escrúpulos