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Viñeta de Luiso García

Periodismo en tiempos de guerra

En tiempos de guerra, el buen periodismo no solamente es mucho más importante que nunca —y su ausencia más peligrosa—, sino también mucho más difícil de hacer y más escaso


Las virtudes del buen periodismo son fundamentales en todo momento para la salud de los sistemas democráticos modernos. El compromiso con la verdad, huir del morbo y el sensacionalismo, el rigor y la profesionalidad, la aportación del contexto necesario para entender el significado de los hechos, la independencia frente a los poderes económicos y políticos, el hacer explícita la ideología del medio y la línea editorial —todos los medios la tienen y pretender no tenerla es mentir—, la no utilización de trampas y artefactos como el periodismo de versiones, el acudir a las fuentes relevantes, el atreverse a señalar a los verdaderos responsables de los acontecimientos aunque sean muy poderosos, la renuncia al cierre corporativo del «perro no come perro» que establece la omertà frente a las prácticas mediáticas corruptas o un sólido compromiso con los derechos humanos, la justicia social y la democracia son tan solo las más importantes.

Pero, si estas virtudes del buen periodismo ya son cruciales en tiempos de paz —y, por eso, su acuciante escasez está detrás de la gravísima degradación política en nuestras sociedades—, lo son doblemente en tiempos de guerra. Cuando los conflictos se adentran en el terreno de juego de las balas y las bombas, lo que se puede perder o ganar se multiplica por diez. Si en tiempos de paz los conflictos políticos dirimen si las personas tendrán trabajo y buenos salarios, una vivienda digna, una sanidad adecuada o la posibilidad de enviar a sus hijos e hijas a la universidad, en tiempos de guerra lo que se decide es si te van a bombardear tu casa, si van a destruir tu hospital, si una mina te va a amputar la pierna o sencillamente si te van a asesinar a ti y a tu familia. En tiempos de guerra, no solamente las personas corrientes nos jugamos mucho más sino también los grandes actores económicos, políticos y nacionales. Por eso, también, el combate de las ideas no solamente no desaparece al aparecer en escena los fusiles y las bombas, sino que se intensifica y se hace mucho más violento. Por eso, en tiempos de guerra, el buen periodismo no solamente es mucho más importante que nunca —y su ausencia más peligrosa—, sino también mucho más difícil de hacer y más escaso.

Así lo hemos podido comprobar durante los 14 días que han pasado desde que Hamás llevó a cabo sus brutales atentados en suelo israelí y el Estado de Israel decidió articular una represalia en forma de genocidio criminal sobre la población civil de la Franja de Gaza. Desde el pasado 7 de octubre, los ejemplos de corrupción periodística a los que hemos podido asistir han sido innumerables y han tenido gravísimas consecuencias. En buena parte de los medios de comunicación el foco se ha puesto cada día en la imperiosa necesidad de llevar a cabo dos penitencias comunicativas consistentes en repetir la obviedad de que las acciones de Hamás constituyeron atentados terroristas y, por lo tanto, condenarlas (como si las acciones de Israel no fueran terrorismo de Estado, al menos igual de condenable). De ahí, los medios continúan hacia el «derecho a defenderse» de Israel (como si los palestinos no gozasen de tal derecho). De esta forma, se obvia que el Estado sionista lleva más de medio siglo asediando los territorios palestinos, robando tierras a sus habitantes, condenándolos al apartheid y asesinándolos, y se establece un relato mediático que olvida el contexto del conflicto, oculta que Israel —con el propio Netanyahu a la cabeza— impulsó y financió a Hamás durante años para debilitar a Al Fatah, intenta borrar de la memoria colectiva décadas de ocupación, sitúa el inicio simbólico de las hostilidades hace 14 días y justifica cualquier respuesta por parte de Israel, incluido un genocidio o una limpieza étnica. De repente, el «derecho a defenderse» que, en el caso de la guerra de Ucrania, se adjudicó con unanimidad mediática al país ocupado —justificando así, incluso, que todos los países europeos estuviesen obligados a enviar armamento a los ucranianos—, pasó a ser ahora el «derecho a defenderse» de Israel, es decir, del país ocupante. La forma de establecer aquello que es verdad y aquello que no lo es también cambió por completo. Los mismos medios de comunicación que afirmaron sin ningún género de dudas que el misil que mató a decenas de ucranianos hace unas semanas en un mercado lo había lanzado Rusia —a pesar de que Rusia lo negaba—, y que luego tuvieron que rectificar, con la boca pequeña y dando mucho menos espacio a la rectificación que a la noticia falsa, cuando una investigación estableció que el misil lo había lanzado Ucrania, los mismos medios de comunicación que —por decenas— difundieron el bulo de los «40 bebés decapitados» por Hamás que fabricó un libelo ultraderechista israelí y dejaron la noticia publicada en su web incluso cuando el propio ejército de Israel desmintió públicamente la mentira, esos mismos medios, se han lanzado a la más escrupulosa de las dudas metodológicas y al periodismo de versiones —»unos dicen que llueve, los otros dicen que hace sol»— respecto de la autoría de la brutal masacre en el hospital Al Ahri, cuando la práctica totalidad de los indicios y la mayoría de los periodistas expertos en el conflicto indican que los centenares de civiles asesinados lo fueron por un misil de Israel.

Ante semejante horror, la mayor parte del periodismo —obviamente, con honrosas excepciones—, lejos de trabajar activamente para evitar que la sanguinaria máquina de guerra siga asesinando de forma industrial a miles de personas, ha decidido situarse bien en la manipulación más burda, bien en la complicidad con los genocidas, bien en la equidistancia cobarde

Todo esto es gravísimo porque estamos hablando de crímenes de guerra. Y, ante semejante horror, la mayor parte del periodismo —obviamente, con honrosas excepciones—, lejos de trabajar activamente para evitar que la sanguinaria máquina de guerra siga asesinando de forma industrial a miles de personas, ha decidido situarse bien en la manipulación más burda, bien en la complicidad con los genocidas, bien en la equidistancia cobarde. En tiempos de guerra, y todavía más cuando en esa guerra se está violando de forma flagrante el derecho internacional humanitario, todos los actores con peso político y mediático tienen que elegir de qué lado de la historia se ponen, y el periodismo también debe hacerlo. Del mismo modo que hoy leemos con asco y con vergüenza las portadas que apoyaron el holocausto nazi o la aniquilación física del adversario político por parte de las dictaduras española, argentina o chilena, dentro de unas décadas los hombres y mujeres del futuro juzgarán las portadas de hoy.

En Canal Red y en Diario Red, desde la modestia de nuestros recursos materiales y humanos, estamos humildemente orgullosos de la cobertura que estamos proporcionando a este nuevo capítulo de la ya larguísima guerra entre Israel y Palestina. Estamos humildemente orgullosos de tomar claramente partido por la liberación del pueblo oprimido y no por la impunidad del país opresor. Estamos humildemente orgullosos de estar haciendo periodismo desde la defensa de los derechos humanos, el derecho internacional, la democracia, la vida y la paz. Y de hacerlo con rigor, proporcionando todas las claves y el contexto necesario, tratando a nuestra audiencia como personas adultas, atreviéndonos a señalar la corrupción y los crímenes de los poderosos y sin que nadie haya podido decir nunca que hemos publicado una mentira.

Pero todo esto sería imposible hacerlo si dependiésemos para hacer nuestro trabajo de la financiación de grandes corporaciones con intereses económicos internacionales o de gobiernos con alianzas muy determinadas. La cobertura que, desde Canal Red y Diario Red, estamos llevando a cabo solamente es posible gracias al apoyo económico de miles de socios y socias que se han comprometido, junto a nosotras, con un periodismo que sabe que informar y trabajar para mejorar la sociedad son dos objetivos que van de la mano en tiempos de paz y que son indispensables en tiempos de guerra. Por eso, queremos agradecer a todos esos hombres y mujeres que hacéis este proyecto comunicativo posible y queremos también pedir —con humildad, pero también con convicción— que más y más personas nos ayudéis a hacerlo crecer. Esto se puede hacer difundiendo nuestras informaciones, pagando una cuota mensual o colaborando en los diferentes crowdfundings que vamos abriendo para iniciativas concretas. La última, la de enviar un equipo lo más cerca que podamos de la Franja de Gaza, con las condiciones laborales y de seguridad que se requieren para una misión de ese tipo. Si quieres que seamos tus ojos y tus oídos en Palestina, puedes contribuir en este enlace y seguir ayudándonos a hacer periodismo —también— en tiempos de guerra.


Madrid –

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