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Milei y el fin de la democracia liberal

No está nada claro que para frenar a la ultraderecha funcionen los candidatos llamados “moderados”; cada vez es más obvio que eso que llaman centro se lo acaba llevando siempre la derecha


Con un resultado incontestable, el voto popular en la Argentina ha decidido que Javier Milei sea el próximo presidente de la República. Un año después de que se estrenara y se convirtiera un un éxito mundial “1985” de Santiago Mitre, la película homenaje al juicio a las Juntas militares de la dictadura argentina que ejercieron el terrorismo de Estado, la candidatura a la presidencia y la vicepresidencia de Argentina que reivindica los gobiernos de esa dictadura, una más terribles de América Latina, ha obtenido un impresionante triunfo electoral.

Corresponde a nuestros compañeros argentinos explicar, desde allí, el significado de esta sentencia electoral que condena a su pueblo a un futuro inmediato muy difícil y lleno de interrogantes. Pero, a pesar de todo, Argentina sigue siendo una referencia para el pensamiento emancipador y también una referencia para los movimientos populares. El país del inescrutable y ambivalente peronismo es también el país de la sociedad civil más organizada y el país en el que la memoria histórica ha logrado más avances que, estamos convencidos, serán defendidos en las calles y en las instituciones.

Lo que a nosotros nos toca tratar de hacer, es entender lo que ha pasado desde España, con una mirada que sea capaz de ubicar el fenómeno Milei en un proceso de reforzamiento de la ultraderecha en todo Occidente. Podríamos dedicar muchos caracteres a extendernos sobre las diferencias entre Trump, Milei, Kast, Meloni, Abascal o Bolsonaro. Cada figura, cada formación política de esta nueva y vieja ultraderecha del siglo XXI, tiene muchos particularismos nacionales y muchas características que hacen difícil defender que sean lo mismo. Sin embargo, en esta redacción pensamos que tiene sentido preguntarse qué tienen en común, porque es evidente que tienen algo en común más allá de la simpatía y el apoyo que se profesan entre ellos.

A nuestro juicio, lo que comparten las nuevas ultraderechas es que encarnan sin complejos el fin de la democracia liberal. Los sistemas políticos demo-liberales, lejos de representar una suerte de proyecto ideológico, han sido básicamente la expresión de una correlación de fuerzas entre diferentes actores. Nadie se ha creído nunca del todo que los sistemas liberales garantizaran del todo la separación de poderes, la neutralidad absoluta de los militares, de los grandes empresarios o de la magistratura, que aseguraran el sometimiento absoluto de las oligarquías al Derecho, la igualdad de oportunidades de los diferentes actores políticos, o la soberanía nacional respecto a los poderes internacionales. Sin embargo, la sola enunciación de estos principios suponía ya un avance histórico notable. Aunque no funcionaran igual para todos, la existencia de libertades y derechos civiles y la igualdad formal de los ciudadanos no es algo despreciable a la vista del siglo anterior. Aunque los medios de comunicación jamás hayan sido neutrales, que proclamaran su neutralidad y profesionalismo, por muy hipócrita que fuera, suponía en sí mismo un reconocimiento de lo que debería ser lo que en un editorial anterior llamábamos una democracia “perfecta”.

Aunque no funcionaran igual para todos, la existencia de libertades y derechos civiles y la igualdad formal de los ciudadanos no es algo despreciable a la vista del siglo anterior

Con el auge del trumpismo en sus diferentes versiones nacionales, la democracia liberal está herida de muerte. El lawfare sustituye la separación formal de poderes, el paradigma FOX (“es legitimo mentir porque la mentira tiene tantos o más efectos políticos que la verdad”) sustituye la apariencia de neutralidad de los medios, la denuncia de fraude y la deslegitimación del adversario se convierten en la norma cuando la derecha no gana las elecciones y “anarcocapitalistas” como Milei se convierten en presidentes no solo porque les votan millones de ciudadanos, sino porque la democracia liberal pasó a mejor vida.

La ultraderecha representa el fracaso del liberalismo y es la forma natural que adquiere la derecha si ve amenazado su poder; el apoyo del macrismo a Milei, la ultraderechización de la derecha española, de la chilena, de la brasileña, de la italiana o de la estadounidense son expresiones de ese mismo proceso que tiene precedentes obvios en el siglo XX. No deberíamos olvidar que la derecha, bajo determinadas circunstancias, normaliza el fascismo y las dictaduras. De nuevo España, Argentina o Chile son ejemplos de ello en el siglo XX.

Quedan también al menos dos lecciones argentinas para todas las izquierdas. La primera es que no está nada claro que para frenar a la ultraderecha funcionen los candidatos llamados “moderados”; cada vez es más obvio que eso que llaman centro se lo acaba llevando siempre la derecha. La segunda es que, consciente de lo que significaba, Macri tumbó por decreto la ley de medios de Cristina Fernandez. Teniendo en cuenta que Milei (como casi todas las figuras ultras) es ante todo un fenómeno mediático, es fundamental que la izquierda tome de una vez conciencia de lo que significa la lucha ideológica en los medios. La lucha política no va de ganar debates, va de ganar conciencias.

El pueblo argentino se ha quitado ya de encima otras veces a sátrapas como Milei que sometieron a la Argentina a la violencia política y económica. Esperamos que pronto lo vuelvan a hacer.


Madrid –

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Editorial

  • Borkum

    Es difícil concebir cómo puede el PSOE frenar a la extrema derecha si no es capaz ni siquiera de frenar un pequeño carguero que transporta armas que pueden acabar siendo usadas para asesinar niños durante un genocidio

Opinión