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Madrid se engalana por la jura de la Constitución de la Princesa Leonor

Carteles con la cara de Leonor de Borbón y Ortiz colocados por el ayuntamiento de Madrid — Alejandro Martínez Vélez / Europa Press

Ser demócrata es ser republicano

Entre todo el bombardeo permanente al que nos someten los partidos monárquicos PP, VOX y PSOE y la mayoría de medios, lo que nadie puede negar es que la monarquía es una institución no democrática. Pueden ponerse como quieran, pero la monarquía se sitúa al margen de la democracia y esto es evidente


Hoy cumple 18 años la heredera al trono de España, la Princesa de Asturias, Leonor de Borbón y Ortiz, y su cumpleaños no va a tener nada que ver con el de cualquier otra joven de su edad. A las 11:00 de la mañana del día de hoy, Leonor de Borbón y Ortiz va a jurar lealtad a la Constitución Española en un pleno conjunto de las Cortes Generales —Congreso y Senado—, rodeada de las principales autoridades del Estado y en un escenario solamente construido para las ocasiones más solemnes sobre la estructura —desmontada previamente— de la tribuna y la Mesa del Parlamento. A partir del día de hoy y habiendo cumplido la mayoría de edad, Leonor de Borbón y Ortiz podría asumir todas las capacidades de la jefatura del Estado del Reino de España en caso de fallecimiento o abdicación de Felipe VI, sin pasar por una regencia de su madre, la reina, Letizia Ortiz Rocasolano. Entre estas capacidades, se encuentran el mando supremo de las Fuerzas Armadas, la declaración de guerra, la disolución de las Cortes Generales y la convocatoria de elecciones o aprobar leyes e indultos. Es cierto que una interpretación de la Constitución ajustada al principio democrático debe reconocer que, según el artículo 64, todas estas capacidades han de ser ejercidas siempre con el refrendo de una autoridad pública con legitimidad democrática —el presidente, un ministro, la presidenta del Congreso, etc.—; pero también es cierto que existe una larga tradición borbónica de intervención ilegítima en la política por parte de los diferentes monarcas, siendo los dos casos más recientes el discurso del 3 de octubre de 2017 de Felipe VI o su decisión de proponer a Alberto Núñez Feijóo como candidato a la investidura sabiendo perfectamente que no contaba con los apoyos parlamentarios suficientes. Estas capacidades constitucionales, así como la posibilidad de utilizarlas de forma espuria —lo que se denomina en el argot político ‘borbonear’—, es una parte del poder que será investido sobre la heredera en esta mañana del 31 de octubre de 2023.

Hoy se lleva a cabo en la sede de la soberanía popular un acto solemne cuyo significado político es la expresión de la voluntad de todas las fuerzas sociales del régimen de apuntalar la continuidad de la monarquía durante cuatro décadas más. Y es precisamente por ello también un día en el que se va a poder comprobar con luz y taquígrafos el compromiso con el principio democrático de cada uno de los actores políticos y sociales del país. Hoy toda la ciudadanía española va a poder ver con total claridad quiénes son demócratas sin paliativos y quienes son demócratas pero solamente para algunas cosas.

Porque, entre toda la espesa tinta de calamar mediática loando las virtudes de la monarquía en general y de la heredera en particular, entre todos los artículos almibarados y sonrojantes que hablan de la preparación, de la inteligencia, de la mesura y hasta de la belleza física de Leonor de Borbón y Ortiz al tiempo que glosan con fervor cortesano que estaríamos ante una joven de su tiempo, cercana, divertida y hasta «normal», entre todas las lisonjas que conforman la operación mediática de coronación anticipada de la Princesa de Asturias pero también entre la profusión de argumentaciones políticas que insisten en convencernos de que las sociedades más prósperas del mundo son «monarquías parlamentarias» y que nuestra Casa Real en concreto sería, además, una garantía de cohesión y convivencia entre los españoles en un tiempo de dolorosa crispación y polarización que amenaza con dividirnos, entre tanto periodista monárquico que nos garantiza que no queda ya nada de toda esa corrupción rampante de Juan Carlos I porque Felipe VI está limpio como una patena —y no digamos ya su hija—, entre todo ese bombardeo permanente al que nos someten los partidos monárquicos PP, VOX y PSOE y la mayoría de medios de comunicación, lo que nadie puede negar es que la monarquía es una institución no democrática. Pueden ponerse como quieran, pero la monarquía se sitúa al margen de la democracia y esto es evidente.

Cualquiera que sea demócrata en España no puede aceptar sin más la existencia de sectores de la sociedad o de instituciones que estén por encima del principio democrático. Uno puede elegir ser demócrata o no serlo, ¿pero qué significa ser demócrata solamente para algunas cosas?

No solamente por la sucesión de gestos de enorme simbolismo, como el hecho de que la heredera haya jurado primero lealtad a la bandera y a la unidad de España y, solamente después, a la Constitución, o el hecho de que se desmonte hasta las traviesas la estructura donde reposa el órgano de gobierno de la sede de la soberanía popular —la Mesa del Congreso— para construir el escenario sobre el cual se producirá el paso del testigo del poder monárquico de una generación a otra (tremenda alegoría), sino también y sobre todo por realidades todavía mucho más materiales que estas, nadie que tenga respeto por sí mismo puede decir que la monarquía es una institución democrática. Desde el nombramiento de Juan Carlos I por parte del dictador, hasta la designación de la persona que ostenta el cargo por el método hereditario, pasando por la inviolabilidad ante la justicia que ha permitido al emérito cometer infinidad de crímenes en su vida pública y privada desde la más absoluta impunidad, está claro que el principio democrático no está por encima de los privilegios de la casa de Borbón sino por debajo de estos.

En parte por ello la monarquía se ha convertido en una institución que ya solamente representa a la derecha y a la extrema derecha en España. No sólo por su carácter de máximo representante de los intereses económicos de la oligarquía española en casa y en el extranjero, no sólo por su defensa y representación simbólica de los valores más tradicionales y más antiguos de organización social que tanto resuenan con el ideario de conservadores y ultraconservadores, sino también por su naturaleza antidemocrática, es del todo lógico que la corona despierte las simpatías y las alabanzas de una tradición política —la derecha— que solamente ha sido demócrata en periodos muy breves y muy concretos de la historia. Es un hecho material que la clase pudiente es una minoría social y, por lo tanto, no habría manera de avanzar sus intereses y proteger sus privilegios en un sistema que fuera completamente democrático. Por eso, la clase pudiente y sus representantes políticos necesitan de mecanismos antidemocráticos para hacerse con el poder. Eso es lo que significan las cloacas del Estado como operación golpista para destruir al adversario político, eso es lo que significa la utilización espuria de la justicia mediante el lawfare y eso es lo que significa la intoxicación permanente del debate público por parte del oligopolio mediático con manipulaciones, difamaciones y mentiras; el repertorio antidemocrático de las derechas para hacerse con el poder en una sociedad que jamás lo permitiría si fuera completamente democrática.

Así las cosas, no es si no natural que esta corriente política se identifique de manera clara con la institución no democrática por antonomasia: la monarquía. Del mismo modo y por contraposición, cualquiera que sea demócrata en España no puede aceptar sin más la existencia de sectores de la sociedad o de instituciones que estén por encima del principio democrático. Uno puede elegir ser demócrata o no serlo, ¿pero qué significa ser demócrata solamente para algunas cosas? Hoy que el furor monárquico va a utilizar todas sus armas y todo su poder para perpetuarse en el tiempo, los que defendemos sin matices la soberanía popular tenemos la obligación de recordar que, del mismo modo que no se puede ser demócrata sin ser antifascista, no se puede ser demócrata sin ser republicano. Y exactamente por los mismos motivos.


Madrid –

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