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Ione Belarra haciendo política

Ione Belarra, secretaria general de Podemos, en un acto con la militancia de Madrid este domingo

Dani Gago / Podemos

Podemos debe dedicarse a hacer política

Nuestro país no volverá a tener otra oportunidad de perseguir un horizonte de justicia social si Podemos —que lo cambió todo precisamente por hacer las cosas de una manera distinta— se deja atrapar en los viejos y estériles debates autorreferentes de la izquierda


Con motivo de la ya tradicional filtración al diario.es del borrador del informe que presenta periódicamente Alberto Garzón ante la Coordinadora Federal de Izquierda Unida, se ha reactivado en el cierre de la pasada semana el debate sobre los detalles organizativos concretos que deberían definir el funcionamiento futuro del conjunto de partidos políticos que se presentaron en coalición electoral con Sumar el pasado 23J.

Se habla de «frente amplio» —Enrique Santiago, secretario general del Partido Comunista, situó el ejemplo de Uruguay como un patrón a seguir—, se dice que un esquema como ese sería una especie de coalición electoral pero más duradera en el tiempo —¿una federación de partidos?—, se propone que cuente con sus propios órganos de decisión y sus procedimientos democráticos, se incide en que ese objeto debería «abrirse a la ciudadanía» —como si los partidos actualmente existentes estuviesen cerrados— y se afirma que el incipiente partido de Yolanda Díaz, Movimiento Sumar, debería ser uno más en ese conglomerado.

A cualquiera con un mínimo de conocimiento sobre la historia de la izquierda española, este debate le suena familiar. Ese extraño baile de conceptos abstractos, mal definidos y que parecen significar todos más o menos lo mismo —frente amplio, coalición, confluencia, plataforma, movimiento, unidad de la izquierda, refundación—, ese hablar las organizaciones de sí mismas en vez de mirar a la sociedad, ese bucle eterno de redefinición de arcanos reglamentos internos, o ese cambio de nombre cada cuatro años que nadie —ahí afuera— entiende. Es un debate viejo en el que algunas izquierdas llevan décadas enfrascadas, es algo que tiene mucho más que ver con los intereses de los dirigentes que con los anhelos de la sociedad y, sobre todo, no funciona.

La crisis de representación política que se expresó de forma explosiva en el 15M y que, tres años después, fue uno de los elementos clave en la aparición de Podemos también vino a impugnar estos debates ensimismados de la izquierda. Frente a las interminables discusiones sobre la organización de los partidos, un proyecto político valiente que ofrecerle al conjunto del país. Frente a los debates de dirigentes, todo el poder a las bases militantes. Frente a la lluvia de palabras ininteligibles, claridad en las ideas y verdades como puños.

Ese extraño baile de conceptos abstractos, mal definidos y que parecen significar todos más o menos lo mismo —frente amplio, coalición, confluencia, plataforma, movimiento, unidad de la izquierda, refundación—

Con esta operativa plebeya y popular, y por mucho que moleste a determinados actores, hablando de los problemas de la gente trabajadora —y señalando sin miedo a los poderes económicos, mediáticos y del Estado profundo, verdaderos causantes de esos problemas— Podemos consiguió apenas cinco años después de nacer lo que ninguna fuerza de izquierdas había conseguido en más de 80 años. No solamente romper la cláusula de exclusión histórica que vetaba a esa tradición política del Consejo de Ministros. Además, hacerlo no para ocupar un espacio sin más sino para implementar una agenda ambiciosa de transformaciones sociales como no se había visto en las últimas décadas.

Por eso es un acierto que Ione Belarra apostase el pasado sábado en un encuentro con la militancia por seguir haciendo política: subir el SMI a 1500€, congelar el precio de los alquileres, intervenir los obscenos márgenes de beneficios de los grandes supermercados para bajar el precio de la cesta básica de la compra, mantener y aumentar los descuentos al transporte público, derogar la Ley Mordaza, arrebatar al PP su minoría de bloqueo y renovar con la mayoría del parlamento el CGPJ, y —por supuesto— continuar la senda de avances feministas y LGTBI que ha situado a España en la vanguardia mundial con Irene Montero al frente del ministerio, como la mejor garantía para conseguirlo porque ya lo ha demostrado. Y hablar de esto no únicamente en los órganos de la dirigencia sino, sobre todo y fundamentalmente, en asambleas abiertas a la ciudadanía por todo el territorio.

Estamos en una coyuntura delicada. Aunque las derechas no han pasado, la izquierda ha retrocedido y la mayoría progresista en el Congreso se ha perdido. Veremos qué depara un futuro gobierno de coalición —cuya primera incógnita es si será con Podemos o sin Podemos— ante una aritmética parlamentaria que necesita de fuerzas de derechas en lo económico, como Junts y el PNV, para aprobar cualquier ley. Y veremos también cómo evoluciona la correlación de fuerzas entre los diferentes partidos coaligados con Sumar. Lo que es seguro es que nuestro país no volverá a tener otra oportunidad de perseguir un horizonte de justicia social si Podemos —que lo cambió todo precisamente por hacer las cosas de una manera distinta— se deja atrapar en los viejos y estériles debates autorreferentes de la izquierda.


Madrid –

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