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Unidad de la izquierda

Podemos en un acto con la militancia en Madrid

 Ricardo Rubio / Europa Press

¿Frente amplio o frente estrecho? Unidad de la izquierda o unidad popular

Analizando lo que ha sido el último ciclo histórico, Podemos supuso una nueva expresión de impugnación plebeya que se convirtió en hegemónica frente a unas lógicas de una izquierda supeditada al bipartidismo


Los resultados de las últimas citas electorales han abierto un debate en el seno de lo que algunos han venido a llamar el espacio a la izquierda del PSOE. Quizá el primer error sea precisamente pensar en este espacio como algo “a la izquierda del PSOE”, puesto que su naturaleza en los últimos años fue, en todo caso, una expresión política para millones de personas que plantearon la posibilidad de la salida del modelo neoliberal, superando el bipartidismo y generando una vía de participación política frente al poder económico.

Analizando lo que ha sido el último ciclo histórico, Podemos supuso una nueva expresión de impugnación plebeya que se convirtió en hegemónica frente a unas lógicas de una izquierda supeditada al bipartidismo.

A modo de repaso histórico

Al margen de cuál fuese la situación de las organizaciones políticas de la izquierda en cada contexto, durante las últimas décadas, en España, ha habido momentos de emergencia de las clases populares en la escena sociopolítica.

Esto se produjo ya en 1986, con el referéndum de la OTAN: cerca de siete millones de personas se salieron del guión votando “no” a pesar de que luego eso no tuviera reflejo electoral en el Parlamento, y a ese hito le sucedieron enormes huelgas estudiantiles. El segundo ejemplo lo tenemos en la huelga del 14-D de 1988 —última expresión de las CCOO de Marcelino Camacho antes de dar paso al nuevo modelo sindical, basado en la concertación y el sindicato de servicios—.

Más adelante, Julio Anguita en 1996 denunciaba la ruptura del pacto constitucional por parte de los sectores oligárquicos y la oposición a los postulados neoliberales del Tratado de Maastricht. En ese momento se abrió la puerta a una persecución implacable desde el poder mediático que impulsó las disensiones internas, y que culminó con la retirada del propio Anguita de la primera línea institucional tras su segundo infarto.

La retirada de Anguita trajo consigo el abandono de las tesis de la construcción de una alternativa al bipartidismo y al modelo neoliberal para abrazar las de la unidad de la izquierda a través de un pacto preelectoral con el PSOE. Una operación protagonizada por Francisco Frutos y Joaquín Almunia que obtuvo un estrepitoso fracaso en las siguientes elecciones. Supuso el comienzo de una decadencia que llevó años después a los pírricos resultados cosechados por Gaspar Llamazares —dos diputados— tras desplegar su tesis de una “oposición exigente e influyente” frente al gobierno de Zapatero.

Hubo más momentos históricos de emergencia del movimiento popular al llegar el nuevo milenio, con las movilizaciones del “Nunca mais” y el “No a la guerra”. De hecho, hablamos de bipartidismo entonces porque la ausencia de una alternativa al modelo tuvo como consecuencia que los sectores populares votaran a Zapatero como única opción para echar del Gobierno al PP de Aznar. Y, a pesar del rostro amable de Zapatero y de las leyes que ampliaban derechos civiles, el PSOE seguía enfermo de neoliberalismo, lo que se vio reflejado en la respuesta a la crisis del 2008, con salvajes recortes en derechos sociales.

En ese contexto se produjo el movimiento del 15-M, respondido con contundencia por el régimen bipartidista con la reforma del artículo 135 de la Constitución. Esta reforma vino a dejar claro que el Estado era un baluarte de los intereses de los sectores oligárquicos. El 15-M reclamó, por el contrario, que el Estado había de ser democratizado y que dejase de estar secuestrado por parte del poder económico, algo que se ilustró con la frase de “no somos mercancía en manos de políticos y banqueros”.

Hay que tener en cuenta que el 15-M se produjo en medio de movilizaciones sociales de enorme calado (antidesahucios, mareas verde y blanca contra los recortes, huelgas generales contra las reformas del Gobierno, marchas de la dignidad…) y que estas movilizaciones se producían con el PSOE en el Gobierno y luego con el PP. La reforma del 135 y esos recortes sociales fueron las causas que propiciaron que el PP llegase de nuevo a la Moncloa, y con mayoría absoluta, en 2011.

Pero el ciclo de movilizaciones populares continuó independientemente de cuál de los dos partidos estuviese mandando, puesto que sus lógicas eran las mismas, dejando a las claras que la división izquierda-derecha del arco parlamentario se había convertido en una farsa y que era necesaria una expresión política que representase los intereses populares que estaban siendo atacados desde el poder. Y Podemos vino a dar vía a esos anhelos y necesidades.

En ese momento político post 15-M emergieron tres tesis para afrontar la democratización del Estado: la primera, por orden cronológico, fue de la Alternativa Galega de Esquerdas (AGE), encabezada en su momento por Xosé Manuel Beiras acompañado por Yolanda Díaz en Galicia y que después vino a llamarse En Marea: planteaba una síntesis entre la izquierda nacionalista y no nacionalista para construir una alternativa plurinacional frente al modelo neoliberal, desde las comunidades autónomas, a través de alternativas territoriales.

La segunda tesis consistía en democratizar el Estado desde el municipalismo, y la encabezó en un principio Ada Colau desde Barcelona, junto al resto de las llamadas “ciudades del cambio”; y la tercera tesis, la necesidad de que para democratizar el Estado había que acceder al Gobierno de España a través de una mayoría parlamentaria plurinacional que así lo permitiera, que era la tesis de Podemos.

Estas tres tesis se articularon mediante alianzas entre sí y con lo que había sido la izquierda hasta entonces, que esta vez adoptó una posición subalterna frente a estos nuevos fenómenos políticos emergentes, lo que provocó que dejaran de jugar ese rol de subordinación con el PSOE.

La propuesta política de la AGE, luego En Marea, pasó de ser segunda fuerza política en el parlamento gallego —sin llegar nunca al Gobierno autonómico— a su desaparición como resultado de sus dificultades para gestionar la pluralidad interna, ya sin Beiras, con una vuelta al panorama político de la década de los noventa.

La propuesta política de las “ciudades del cambio” llegó a conseguir gobernar en ciudades que representaban el 20% de la población del país, incorporado el eje Madrid-Barcelona. Este fenómeno de candidaturas ciudadanistas nunca se logró extender a ciudades medianas ni mucho menos a poblaciones pequeñas y, a pesar de intentar articular una propuesta municipalista frente al modelo neoliberal y de recortes de los servicios públicos, estas candidaturas sufrieron un duro revés en 2019 —cuando muchas de ellas decidieron mostrar distancia política con Podemos— y todas estas alcaldías, a día de hoy, se han perdido.

En 2019, de hecho, cayeron lugares como Madrid, donde en 2015 se había conseguido gobernar y, con ello, un cuestionamiento del régimen en la región por primera vez en 30 años. La derrota de 2019 se produjo tras la desaparición de Ahora Madrid y la emergencia de Más Madrid como nueva fuerza política.

La propuesta política de Podemos mostró en las elecciones europeas de 2014 que, sumando sus votos y los de Izquierda Unida, se superó en unos 200.000 sufragios los mejores resultados que cosechó en su día Anguita en 1996, con el sorpasso morado a IU en comunidades clave como la de Madrid.

A partir de ese momento, Podemos fue una organización sometida a un ataque sistemático del poder mediático concentrado, de los sectores reaccionarios del poder judicial y de las cloacas del Estado. Su propuesta planteaba la necesidad de una mayoría plurinacional alternativa al PP. Obtuvo más de cinco millones de apoyos en el Congreso en 2015 y 2016. Presentó una moción de censura en 2017 que, junto con el empuje de los movimientos feminista y de pensiones, obligó al PSOE a presentar la suya un año después.

En ese mismo 2016, el poder mediático y determinados sectores de la izquierda subalterna plantearon que Podemos apoyara un Gobierno de Albert Rivera con Pedro Sánchez, lo que se impidió gracias a la consulta que Podemos hizo a sus bases, en la que participaron 150.000 personas inscritas. No conviene olvidar que ese año el último Ejecutivo de Mariano Rajoy fue posible gracias a la abstención del PSOE y a la colaboración del PNV.

En 2016 hubo repetición electoral porque el PSOE decía que no había números para evitar que gobernara Rajoy -tras volver a votar, le regaló su abstención- pero, con esos mismos números, salió adelante la moción de censura en 2018, como había demostrado posible Podemos con su moción de un año antes, en la que tan solo faltaron los votos del partido de Ferraz.

Y en 2019 también fue necesaria una repetición electoral, en esta ocasión para demostrar que había números para un Gobierno de coalición progresista por primera vez en 80 años en España, lo que finalmente se produjo. Con una fuerza republicana como Podemos formando parte.

Resulta imprescindible democratizar el Estado y esto sólo es posible pensando en la república. Y eso va a hacer mucho ruido.

¿Frente amplio o estrecho?

El día después de los liderazgos que han encarnado la emergencia de alternativas al bipartidismo ha supuesto siempre momentos difíciles: lo fue en el caso de la marcha de Julio Anguita y la llegada de Francisco Frutos y lo ha sido esta vez en el caso de la marcha de Pablo Iglesias y la llegada de Yolanda Díaz. De hecho, y siguiendo con esta analogía, también se han dado cambios en elementos definitorios en cada uno de estos contextos políticos: la llegada de Frutos supuso que por primera vez hubiese un acuerdo preelectoral con el PSOE, algo impensable antes; la de Díaz, en el caso de la coalición Sumar y de lo que quiera que sea su partido, ha acabado con cualquier mecanismo democrático para la elaboración de listas electorales y de programa.

El 15 de marzo de 2021, Iglesias propone a Díaz de la siguiente forma: “Tenemos que animar y apoyar a Yolanda Díaz para que, si ella así lo decide y así lo quiere la militancia de nuestras organizaciones, sea la candidata de Unidas Podemos a las elecciones generales”.

Díaz y su equipo, sin embargo, teorizan que hay que superar el espacio de Unidas Podemos y para ello es necesario congraciarse con los medios de comunicación, para lo cual hay que superar la marca y asumir el “Podemos delenda est”, lo que ha implicado llevar a cabo prácticas de exclusión de esta organización política.

Esta estrategia continuada de plegarse a los marcos de los medios de comunicación se ha visto en el caso de la guerra de Ucrania —referentes mediáticos, supuestamente progresistas, llegaron a llamar a Ione Belarra “ministra Gandhi” a modo de pretendido insulto— alineándose así algunos sectores con las tesis belicistas del Partido Verde europeo. En el caso de la ley “Sólo sí es sí” y sus contadores de sentencias, eludieron confrontar con la ofensiva de los sectores reaccionarios que mantienen secuestrado el Consejo General del Poder Judicial. Esta estrategia de caer bien a la opinión publicada, a su vez, tuvo como consecuencia para Díaz la necesidad de abrirse a alianzas con otras organizaciones políticas.

Lo que algunos esperaban que fuese una suerte de frente amplio se ha topado con una realidad más próxima a lo que vendría a ser un frente estrecho. Los mecanismos de participación directa de la gente han sido sustituidos por una suerte de proceso de escucha y por una comisión de candidaturas que permitía el veto de referentes políticos como Irene Montero y Pablo Echenique. La pregunta surge sola: si hubiera habido primarias, ¿Montero y Echenique hubieran sido excluidos de las listas?

La estrategia de evitar las listas unitarias en las elecciones autonómicas y locales, también a modo de ajuste de cuentas con Podemos y aprovechando la debilidad de sus estructuras territoriales, ha tenido como resultado la entrada de la derecha en varias comunidades donde se han perdido gobiernos de coalición progresista, y en ayuntamientos clave de todo el país.

Además, para terminar de entender este proceso, la conformación del grupo parlamentario de la nueva coalición en el Congreso de los Diputados ha tenido como primera medida sacar a Podemos de la Mesa del Congreso y retirarle la firma del grupo para que no pueda presentar iniciativas propias, rompiendo así la tradición histórica del anterior grupo confederal de Unidas Podemos, que garantizaba la capacidad de iniciativa legislativa de todos los integrantes de la alianza electoral. ¿Frente amplio… o frente estrecho?

La estrategia de invisibilización de Podemos, en cualquier caso, empezó con el bloque mediático, intoxicando primero y desenchufando después de sus antenas a los y las portavoces; siguió con el pacto de PSOE y PP en RTVE; y culminó con la desaparición de las ministras Ione Belarra e Irene Montero de las ruedas de prensa tras los Consejos de Ministros.

Al mismo tiempo el PSOE, socio mayoritario del Gobierno, decidió confrontar con Podemos a partir de las posiciones de ambos partidos con arreglo a la guerra de Ucrania. La tensión se escenificó con el cruce de declaraciones entre Margarita Robles, ministra de Defensa, y Ione Belarra a propósito de la posición de Podemos abogando por una solución pacífica al conflicto. La operación continuó y esta estrategia se vio acompañada de la pinza del PSOE con el PP en el caso de la reforma de la ley “Sólo sí es sí”.

Unidad de la izquierda o unidad popular

La unidad de la izquierda es un fetiche histórico en el que todo se sometía a una especie de acuerdo entre los partidos de la izquierda, sin que tuviese por qué existir tesis alguna alternativa al modelo neoliberal. Y sin que, necesariamente, este acuerdo trajese consigo un cauce de participación democrática de los sectores populares en el proceso político.

Las tesis de Anguita primero, y de Iglesias después, supusieron en cada momento la necesidad de apertura de un debate constituyente, de la democratización del Estado y de la economía, y de la salida democrática al modelo neoliberal. Anguita obtuvo 2,6 millones de votos en 1996 y Pablo Iglesias duplicó estos resultados, con más de 5 millones en 2015, gracias a la apertura de los cauces de participación directa de la gente —y con ello de los sectores populares que estaban movilizados—, además de tener plena independencia de los bancos.

Ahora, las tareas inmediatas pasan por garantizar que haya gente que defienda los intereses de las mayorías sociales en el seno del próximo Ejecutivo, que es un campo de disputa. Eso significa que debe ser un Gobierno de coalición, no solo un Gobierno de Sánchez. En ese marco se entienden las propuestas de Podemos para un nuevo Ejecutivo de coalición que recientemente hizo Ione Belarra.

En el partido Sumar debe haber un cambio de rumbo y eso pasa por terminar con las prácticas de exclusión de Podemos, con quien comparte grupo en el Congreso. La recuperación de una portavocía en el grupo parlamentario plurinacional y la continuidad de Irene Montero y su equipo en el Ministerio de Igualdad son medidas importantes para entender que se deja atrás la tesis del “Podemos delenda est”.

La unidad popular no puede entenderse como una estructura organizativa ni como una propuesta electoral, sino como una dinámica de acción para la incorporación de las mayorías sociales a la construcción de una salida democrática al modelo neoliberal, donde las organizaciones y las propuestas electorales tienen que estar supeditadas a la estrategia de construcción de un bloque histórico frente a la oligarquía.

Para poder articular la unidad popular debe garantizarse el derecho a la existencia y a la iniciativa política de todas las organizaciones políticas y sociales que, mediante el diálogo, el acuerdo y su actividad, aporten lo mejor de sí mismas en el fortalecimiento de la soberanía popular y en la democratización del Estado, de la economía y de la sociedad.

La dinámica de la unidad popular debería promover:

  • Mecanismos de participación directa de la gente en el proceso político, en la elaboración de los programas y de las listas electorales.
  • Independencia política con respecto al oligopolio mediático e impulso de espacios comunicativos comunitarios y autónomos del poder económico que promuevan la democratización de la comunicación.
  • Profundización del carácter popular del proyecto mediante la articulación de propuestas políticas que favorezcan la organización de los sectores populares y de la clase trabajadora y que garanticen los derechos sociales.
  • Apuesta por seguir profundizando en la nueva ola de derechos feministas y en el reparto de la riqueza, el tiempo y los cuidados.
  • Defensa de los derechos de la población contra los abusos de las grandes corporaciones mediante el combate de las prácticas monopolistas y el impulso del sector público y la economía social.
  • Concepción de la plurinacionalidad basada en la hermandad de los pueblos, la solidaridad y la garantía de la dignidad de los seres humanos.
  • Frente a la emergencia climática, el impulso de los derechos de la naturaleza y un nuevo modelo económico y social sostenible.
  • Defender la paz y la amistad entre los pueblos y la resolución diplomática de los conflictos como elemento central de la política exterior del Estado.

Esta relación no debe entenderse como una lista cerrada, porque en esencia de lo que se trata es de pensar en cómo articular un bloque histórico democrático que sea alternativo a una oligarquía en crisis, una oligarquía que se encuentra representada en el Estado en la figura de la Corona. Resulta imprescindible democratizar el Estado y esto sólo es posible pensando en la república. Y eso va a hacer mucho ruido.


Madrid –

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