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Kike Rincón / Europa Press

Ayuso y Koldo, tanto monta

Ayuso y Koldo, Koldo y Ayuso. Tanto monta, monta tanto. Los casos de corrupción se suceden en el telediario, con ese hedor particular que nos retrotrae —como la magdalena de Proust— a los tiempos anteriores al 15M, y lo hacen con una alternancia bipartidista partido de ping pong


El sistema capitalista español —como todos, pero quizás en mayor medida que el promedio— es un sistema basado en la corrupción. Aunque los ideólogos de la derecha y la extrema derecha se llenen la boca con el liberalismo y el ‘Estado pequeño’, lo cierto es que las oligarquías locales de las cuales PP y VOX —y también el PSOE— son apenas los brazos parlamentarios no podrían desarrollar su actividad económica si no fuera por la decidida y masiva intervención y financiación de la administración pública. Los bajísimos niveles de innovación en las grandes corporaciones españolas y la improductiva succión de capital que llevan a cabo sus multimillonarios dueños y directivos harían imposible la acumulación de beneficios si no fuera por la adjudicación de contratos públicos por parte del Estado y por el establecimiento de regulaciones que garanticen la concentración, los oligopolios y los mercados cautivos. Si la administración dejara de inyectarles dinero público a través de los presupuestos o aprobase normativas eficaces para romper los cárteles y garantizar la competición en el mercado, la mitad de las grandes empresas del Ibex35 dejarían de existir al día siguiente.

Esto lo saben los oligarcas del capitalismo español y también lo tienen completamente interiorizado los dos grandes partidos dinásticos del sistema del turno del régimen del 78: el PP y el PSOE. Si los empresarios como Florentino Pérez tienen claro que se tienen que llevar bien con populares y socialistas —y hasta con la ‘nueva izquierda’ sistémica de la operación Chamartín— para conseguir suculentos contratos con la administración independientemente del color político que vista el que esté en cada momento en el gobierno, las direcciones y los cuadros del PP, y también del PSOE, tienen igualmente claro que pueden obtener pingües beneficios de esa relación. Beneficios legales, como el cuidado mediático por parte de las empresas de comunicación en manos de los mismos millonarios o como las puertas giratorias; o, incluso, para los menos escrupulosos, beneficios ilegales, como el cobro de mordidas o la financiación delincuencial del partido para obtener una ventaja ilegítima en las elecciones.

Además, el hecho de que estos dos partidos hayan gobernado la mayor parte de las instituciones públicas de nuestro país en las últimas décadas ha convertido la corrupción no solamente una forma de gobierno, sino además en una costumbre; en una cultura de partido. Puede ocurrir que, en determinados momentos, aparezcan dirigentes del PP o del PSOE que tengan un mayor nivel de cuidado con este tipo de prácticas. Pero es imposible que consigan erradicarlas porque se trata de algo estructural que forma parte del ADN del sistema del turno. Si todo el mundo espera una alternancia en el poder, tanto los empresarios que viven de amamantarse de la teta del Estado como las personas que tienen puestos relevantes en cualquiera de los dos partidos del bipartidismo acaban desarrollando comportamientos, dinámicas, incentivos, expectativas y contactos que están tan densamente imbricados en su operativa que las manzanas podridas siempre están a punto de colonizar toda la cesta.

El hecho de que estos dos partidos hayan gobernado la mayor parte de las instituciones públicas de nuestro país en las últimas décadas ha convertido la corrupción no solamente una forma de gobierno, sino además en una costumbre; en una cultura de partido

Además, el conjunto de testaferros, dispositivos económicos, lugares de encuentro, barrios segregados y amistades comunes entre la clase parasitaria que mantiene al sistema funcionando son mayoritariamente laicos en cuanto al carnet de partido. Rojos o azules, socialistas o populares, todos acaban comiendo en los mismos restaurantes, yendo a los mismos eventos, esquiando en las mismas pistas de esquí y escribiendo whatsapps a las mismas personas. La semana pasada publicábamos en Diario Red la breve cadena de testaferros y sociedades pantalla que conectan a los protagonistas del ‘caso Koldo’ con algunas de las principales tramas de corrupción del PP y también de la Casa Real. Ayer hicimos lo propio con la conexión entre la pareja de Ayuso —presunto defraudador de más de 350.000€— y la red corrupta que está arrinconando estos días a varios dirigentes del PSOE, y que —todo indica— había conseguido meterse hasta la cocina del partido. Ambas investigaciones son muy interesantes de leer, pero en ningún modo son sorprendentes.

Ayuso y Koldo, Koldo y Ayuso. Tanto monta, monta tanto. Los casos de corrupción se suceden en el telediario, con ese hedor particular que nos retrotrae —como la magdalena de Proust— a los tiempos anteriores al 15M, y lo hacen con una alternancia bipartidista partido de ping pong, porque la operativa corrupta no es un defecto o una enfermedad del sistema del turno. Es su naturaleza, su modus operandi y su razón de ser.

Durante un tiempo, a partir de 2014, se presentó ante la ciudadanía la que quizás sea la única receta para acabar con la corrupción: un partido que, al impugnar la totalidad del funcionamiento corrupto del capitalismo español, puede permitirse no operar según las viejas lógicas. No establecer relaciones de ningún tipo con elementos de dudosa honorabilidad. No aceptar la premisa de que es necesario concertar con los grandes poderes económicos para poder hacer políticas públicas. No ceder ante la presión mediática de las empresas de comunicación al servicio de los grandes capitales que pagan las mordidas para conseguir los contratos. No pactar, en definitiva, con aquellos que mantienen los maletines fluyendo.

La existencia de ese partido supuso al mismo tiempo un grave problema para los dueños del país y un inaceptable espejo para sus operadores públicos. Un grave problema porque imposibilidad de poder engrasar con dinero corrupto las relaciones entre la administración y el sector privado ponía en serio peligro sus beneficios económicos. Un inaceptable espejo porque los cañones mediáticos que protegen el statu quo ya no podían decir que «todos son iguales» como ideologema fundacional y justificación última del sistema de partidos.

Por eso, ya desde el principio, los medios de comunicación controlados por la oligarquía identificaron a aquel partido como el enemigo público número uno. Por eso, cruzaron todas las líneas deontológicas. Por eso, los difamaron. Por eso, los persiguieron a sus domicilios privados. Por eso, acosaron a sus familias. Por eso, se asociaron con jueces y policías corruptos para fabricar decenas de acusaciones falsas. No por un motivo político, ni mucho menos personal. Como decía Tony Soprano cuando daba cuenta de un competidor, «esto solo son negocios». La fuerza electoral de ese partido que no se dejaba comprar y que no permitía la operativa corrupta a su alrededor era una amenaza de primer orden contra la cuenta de resultados de los Soprano autóctonos.

Después de 10 años de violencia y mentiras, es un hecho que han conseguido reducir significativamente el tamaño del movimiento popular hecho partido que llegó después del 15M para acabar —entre otras cosas— con la corrupción. Pero el final de la historia no está escrito y los vapores nauseabundos que están despidiendo las tuberías de los dos viejos partidos nos hacen recordar cómo eran las cosas antes… y la memoria es una fuerza muy importante en política.


Madrid –

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