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Ione Belarra, en su intervención en el Congreso del pasado martes — TWITTER (X) Congreso de los Diputados

¿Lamebotas del poder?

 Los grandes medios de comunicación ―y, cada vez más, las grandes plataformas digitales― son el principal instrumento mediante el que los poderes privados someten a la democracia.


El Congreso de los Diputados ha rechazado la toma en consideración de la Proposición de Ley para una correcta imposición de los beneficios caídos del cielo de la gran banca, una iniciativa de Podemos. En el debate previo a la votación, ante los gritos de la bancada de diputados de la derecha, la secretaria general de la formación morada, Ione Belarra, les tildó de “lamebotas del poder”. La expresión podría parecer un chascarrillo más de la contienda partidista, pero, en verdad, encarna un profundo y crudo análisis de la realidad política en tanto que denota el funcionamiento efectivo del poder, no solo en España.

Todo el mundo sabe lo que es un lamebotas. Ya en la escuela nos topamos con chivatos que se entregan a hacer la rosca al profesorado o a los matones de la clase. Los roles de la infancia y la adolescencia se reproducen en la edad adulta. También en el trabajo nos encontramos con trepas, pelotas, aduladores, gente servil capaz de vender a sus compañeros y compañeras para obtener algún beneficio personal.

Lamebotas del poder, espetó Belarra. Los más ingenuos pensarán que se trata de un error. ¿Cómo van a ser los diputados lamebotas del poder si ellos mismos son el poder? Esto es lo que nos dice la teoría oficial de los lugares comunes. El poder legislativo es uno de los tres poderes según la tradicional clasificación de Montesquieu. Más aún, en un sistema parlamentario como el español, el poder legislativo sería el más determinante. Pero no, no es un error. El poder poco tiene que ver con lo que acontece en las cámaras legislativas. El poder, entendido como la capacidad de distribuir los recursos disponibles de todo tipo e imponer un rumbo colectivo a la sociedad, reside en las grandes empresas y patrimonios. Hace demasiado tiempo que el verdadero poder es el poder privado.

Aunque solemos identificar el poder con la dinámica partidista o lo que hacen las instituciones públicas, en puridad, estas tienen una escasa capacidad para adoptar decisiones estructurales que alteren el statu quo. Los poderes públicos han sido capturados por los poderes privados. Tradicionalmente, la derecha ha representado la defensa de los intereses de la clase dominante. Nada nuevo bajo el sol. Lo más llamativo es que el pluralismo político ha sido de facto suprimido desde el momento en el que amplios sectores progresistas o autoproclamados de izquierdas no constituyen una alternativa real. El académico Colin Crouch acuñó, hace más de dos décadas, el concepto posdemocracia para reflejar cómo el poder empresarial se había impuesto sobre la democracia.

El poder privado se impone al poder público de muy diversas maneras. Por un lado, se moldean a tal fin los marcos institucionales (pensemos en la lógica competitiva de la globalización, en el secuestro de la política monetaria consagrado en Maastricht o en la proliferación de autoridades administrativas independientes). Además, los lobbies o grupos de presión compran voluntades públicas en el día a día, ya sea legal o ilegalmente, mediante la financiación de los partidos o las puertas giratorias, entre otros mecanismos. En determinados contextos, los poderes privados pueden salirse con la suya solo con su propio actuar (reparemos en los movimientos especulativos del sistema financiero o en la acumulación de poder de mercado). Pero, sin ninguna duda, los grandes medios de comunicación ―y, cada vez más, las grandes plataformas digitales― son el principal instrumento mediante el que los poderes privados someten a la democracia. Quienes en la cosa pública osen defender a las clases populares y no claudiquen ante el verdadero poder serán machacados sistemáticamente en los medios. De hecho, el lawfare sería anecdótico si no contase con la amplificación del poder mediático. Los medios son el mensaje y el mensaje lo captan concretos sectores progresistas: más vale sucumbir, contemporizar, no hacer ruido. Los golpes de Estado tradicionales no son necesarios cuando el poder mediático golpea a diario de manera más sutil y eficaz.

La derecha política lame las botas del poder con convicción: es su razón de ser. Pero, me temo, también hay lamebotas del poder en el campo progresista: quienes han renunciado a impugnar el verdadero poder, a denunciar cómo el gran teatro de la política institucional sucumbe ante el poder privado. ¿Por qué la banca bate un nuevo récord de beneficios ante la tibieza fiscal del Gobierno mientras millones de familias sufren para llegar a fin de mes? ¿Lamemos las botas del poder o decimos la verdad?


Madrid –

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