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Sultan Al-Jaber, presidente de la Cumbre del Clima de la ONU (COP28) — EuroNews / YouTube

No hacer nada contra el cambio climático recortaría un 4% el PIB mundial hasta 2050, frenarlo costaría solo la mitad 

La cumbre de Dubái comienza esta semana como un foro empresarial dirigido por el jefe de Froilán, un sultán defensor de los hidrocarburos, que preside la cuarta petrolera del planeta


El mundo todavía necesita hidrocarburos y los necesitará para pasar del sistema energético actual al nuevo”. Esta frase resume la actitud con la que el sultán Ahmed al-Jaber, director general del Grupo Adnoc, presidirá las negociaciones de la COP28, la conferencia anual del clima de las Naciones Unidas, que se celebra en Dubái (Emiratos Árabes Unidos) del 30 de noviembre al 12 de diciembre. Este dirigente, amigo personal del emérito Juan Carlos y jefe de su nieto Froilán, fue elegido para el cargo el pasado enero, en una decisión tan polémica como la de celebrar una cumbre contra el cambio climático en un estado que se enriquece con la producción y comercialización de petróleo. Los empresarios que acudirán a Dubái deberían saber que frenar la catástrofe sería mucho más barato que permitir que suceda, pues costaría entorno a un 2% del PIB mundial, mientras que permitirlo supondría un recorte del 4% hasta 2050.

Hace casi treinta años que se celebran las cumbres de la ONU sobre el clima y sus logros han sido bastante pobres. El último acuerdo relevante fue el de la COP21, la famosa Cumbre de París de 2015, que se comprometió a limitar el aumento de la temperatura global a 1,5°C por encima de los niveles preindustriales. “Como comunidad mundial, no estamos en el camino de alcanzar los objetivos a largo plazo del Acuerdo de París y existe aún una ventana de oportunidad, que se está cerrando rápidamente, para asegurar un futuro habitable y sostenible», dijo Simon Stiell, Secretario Ejecutivo de ONU Cambio Climático, sobre lo que puede salir de Dubái, en un dictamen poco optimista ante los resultados de un foro empresarial con unos 70.000 asistentes. Por parte de España acuden empresas agrupadas en diversas asociaciones, incluso la patronal CEOE. Todas se centran en lo que llaman “responsabilidad corporativa”, la fórmula eficaz para hacer poco o nada.

La participación de Felipe Juan Froilán de Marichalar y Borbón en las relaciones institucionales de la COP28 puede parecer una anécdota de consumo interno español, pero no lo es porque simboliza a la perfección lo que la reunión tiene de paripé contra el calentamiento global y de blanqueo de las actuaciones de las compañías y los estados productores de crudo. La empresa de la que cobra el hijo de la infanta Elena es la estatal Abu Dhabi National Oil Company (Adnoc), la cuarta petrolera del planeta, que está introduciéndose en los sectores del hidrógeno verde y el almacenamiento de CO2 con el lógico objetivo de beneficiarse de los pasos que se vayan dando en la transición energética. Lo que sucede es que esa transición se basa en un conjunto de declaraciones de intenciones que o no se ponen en práctica o se realizan lentamente, cuando urgencia es la palabra que mejor define la situación. S&P Global calcula que el cambio climático podría recortar un 4% del PIB mundial anual de aquí a 2050, si no se hace nada para evitarlo. Fija el objetivo de cero emisiones para dentro de 27 años no como una meta arbitraria, sino como la mejor para mantener el calentamiento global en solo 1,5°C. Ya en 2023 estamos sufriendo estragos en las vidas y los medios de subsistencia con sólo 1,2°C de subida de la temperatura. Los desastres climáticos de hoy parecerán un chiste cuando el alza alcance los 3°C.

Según la Agencia Internacional de la Energía, para lograr una economía con cero emisiones netas de carbono bastaría con añadir una inversión del 2% al PIB mundial anual. La cuantificación del gasto necesario oscila entre ese porcentaje y el 3% del PIB en diversos estudios. El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, lo cifró en su discurso de investidura en 2,6 puntos del PIB. Bloomberg NEF, el equipo de investigación sobre energía verde de la agencia estadounidense Bloomberg, nada sospechosa de izquierdismo, apunta que luchar contra el calentamiento será más caro cuanto más se tarde, mientras que podría incluso ser “una ganga” la inversión efectiva para lograr las cero emisiones en 2050, porque ahorraría billones de dólares. Una reciente encuesta de su principal competidora, la británica Reuters, entre economistas especializados en el clima, concluye que conseguirlo no superaría el 3% del producto mundial.

Los grandes empresarios reunidos en el Dubái Expo City —un enorme palacio de congresos de una ostentación rayana con el mal gusto, cercano a las tórridas islas artificiales del Golfo Pérsico—, interesados en las ganancias que les pueden reportar las inversiones públicas para frenar el calentamiento, deberían decidir su aportación económica también para compensar su contribución a la crítica situación que sufre el planeta, porque el 1% más rico de la población mundial genera las mismas emisiones que el 66% más pobre.

La inversión de 125 milmillonarios generó de media tres millones de toneladas de CO2 al año en la última década, una cifra que multiplica por más de un millón lo causado por el 90% más pobre, según el Observatorio Social de la Fundación La Caixa. Nuestro modelo de consumo, en especial el de los más ricos, es uno de los principales factores en el proceso hacia una catástrofe como la provocada por el meteorito que acabó con los dinosaurios. Según un estudio publicado por Intermón Oxfam con el Stockholm Environment Institute, el único segmento de la población que no superó la emisión de 2,8 toneladas de CO2 por persona al año —tope fijado por la ONU para limitar el aumento de la temperatura a 1,5°C— fue el del 50% más pobre. El 40% intermedio duplicó esa cifra y el 0,1% más rico lo multiplicó hasta 77 veces. Está muy claro que la desigualdad social funciona en materia de contaminación de forma inversamente proporcional a los ingresos. Lo terrible es que precisamente los más pobres son quienes sufrirán más con el cambio climático.

A medida que suban las temperaturas por encima del nivel al que el cuerpo humano puede adaptarse, las enfermedades y muertes relacionadas con el calor crecerán drásticamente, especialmente en las zonas con rentas bajas. En Estados Unidos ya se está demostrando. Los ciudadanos racializados viven mayoritariamente en barrios más cálidos que los blancos. En verano, a 45°C, la temperatura puede variar en más de 3°C según la zona sea arbolada o un espacio masificado de viviendas con techos de chapa y cerca de carreteras con mucho tráfico. A este escenario hay que añadir los problemas del sistema alimentario global, un sector donde los fenómenos meteorológicos extremos ya son un obstáculo para la producción, algo que se agravará.

Actualmente, 783 millones de personas no tienen garantizada una comida al día. El dato resulta más dramático cuando sabemos que entre 2020 y 2021 las empresas agroalimentarias incrementaron sus beneficios un 45%. 

Por estos motivos, aumentan los economistas partidarios del decrecimiento, contra el discurso dominante de que los problemas de la humanidad se solucionan aumentando el producto mundial. Al constatar que las nuevas generaciones no van a vivir mejor que las anteriores porque los recursos del planeta son limitados, se desmiente la teoría clásica. El remedio sería bajar los niveles de producción y consumo hasta donde no aumente la huella ecológica —el indicador de sostenibilidad que mide el área de territorio necesario para producir los recursos utilizados y asimilar los residuos resultantes—. Se trataría de vivir mejor con menos.


Madrid –

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