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Todo lo que se llevó el diablo

Dejadme la esperanza

Los años 30 del siglo XX fueron una etapa difícil pero extraordinariamente bella: todo era posible y hubo verdaderas misiones imposibles. Este libro habla, entre otras cosas, de las Misiones Pedagógicas, de la Barraca y del intento que algunos hicieron para que otra España fuera posible. Pero no pudo ser


Todo lo que se llevó el diablo

Javier Pérez Andújar

Tusquets

301 páginas

En esta obra se narra el papel de las Misiones Pedagógicas en las zonas rurales y se puede respirar el ambiente inmediatamente previo a la guerra civil española, cargado de esperanzas y ambiciones por una generación que quiso cambiar la historia de este país a través de la cultura, la educación, los libros, los cuadros, el cine, el teatro y la música. Tal vez el título se refiera a que esas ilusiones cayeron en el olvido cuando se produjo primero la sublevación militar y después su victoria porque, como indica Arcos Paulín, uno de los protagonistas de la novela: «Vamos finos con las cajas de libros. Estos miserables lo que necesitan son cajas con balas». A este respecto, la novela juega con la idea de mezclar la violencia y los orígenes de la filología española. Así, las cajas en las que Tomás Navarro Tomás y Zamora Vicente llevan sus materiales para hacer estudios de dialectología del castellano van marcadas con las siglas TNT, las iniciales del catedrático, y es la dinamita, en manos de uno de los personajes, Orfilio, la que destruye una escuela y una biblioteca de las Misiones. Aparece así el debate cervantino entre la pluma y la espada, en el que el lugar de la pluma es el de los actores, profesores, pintores y la espada cobra la forma de la violencia moderna a través de las pistolas, la dinamita y las agresiones físicas. Hay, en toda la novela, una reivindicación de la cultura (todas las formas de cultura) y su capacidad para transformar a mejor las vidas de todas las personas en la sociedad. Esa confianza palpita en la novela, por más que hoy pueda haber una renuncia en este sentido.

De hecho, en la obra unos camisas azules, falangistas, procuran sabotear una de las representaciones de la Barraca sin conseguirlo. Entonces arrecia un temporal de lluvia y truenos, y los actores continúan trabajando empapados, representando El caballero de Olmedo. El público no se mueve de sus asientos y García Lorca «detrás de los decorados, decía a sus actores con voz temblorosa: que siga la obra, que siga, si ellos aguantan, nosotros seguimos». El teatro de calidad se impone en la representación a todos los problemas y el público, extasiado, no puede dejar de contemplar a los actores. En el libro, las inclemencias del tiempo o las dificultades económicas, espaciales o tecnológicas no consiguen acabar con la expansión cultural de la II República. Tan solo lo consigue la violencia. Se asienta así la única certeza que culmina con el final del libro: la guerra fue una cesura insalvable que quebró la esperanza de que todo futuro era posible.

Además de tratar las Misiones Pedagógicas o la Barraca, es una novela de novelas, con mezcla de géneros y referencias artísticas, en la que uno de los personajes localiza unas cintas grabadas por Arcos Paulín, chófer de las Misiones y después dibujante de historietas en París y Bruselas. De esta forma, se utiliza la técnica del manuscrito encontrado que se mezcla, a su vez, con un narrador en 3ª persona y un narrador en 1ª persona en el diario íntimo de Reposiano Guitarra. Así, la novela se desarrolla en varias voces, es polifónica.

Hay, también, un recorrido por la genealogía de un lobero, Velasco Flaínez, carente de nombre, y se remonta el narrador hasta sus orígenes como Bela en tiempos de los romanos, resistiendo, frente a la civilización occidental desde prácticamente su nacimiento. Velasco ha perdido a su abuelo y camina rumbo a la Sierra de la Culebra para localizar a su tío, Orfilio. Este personaje sirve para introduce los mundos de Madrid y Barcelona se encuentran en el mundo rural. Orfilio ha abandonado el oficio de periodista, que era, más bien, una coartada para su profesión de pistolero. Su periódico no se publica y su propio director indica: «Sabes usted muy bien, Orfilio, que en este periódico lo único que no se da es información». Es, por tanto, la novela de esa búsqueda del sobrino por el único familiar vivo y el enfrentamiento entre ambos el que acaba por destruir la escuela y la biblioteca: ambos son violentos sin medida, sin embargo, Orfilio representa el mundo urbano y Velasco el rural. Cuando la novela sigue a este personaje es, parcialmente, una novela de viajes en las zonas rurales, al modo del Quijote, siguiendo en este caso el paisaje zamorano y siendo la acción acompañada por los encuentros casuales en el camino. Los maestros que, tras comentar la actualidad literaria contemporánea, se enamoran apasionadamente, acaban escribiendo novelas de quioscos (que desprecian parcialmente en su conversación) para ganarse la vida, hasta que el público lector escasea.

La obra está plagada de referencias a personajes reales e históricos, junto con otros inventados. En este sentido, entronca directamente con Fabulosas narraciones por historias de Antonio Orejudo y su interpretación de la generación del 27 es paralela con las reflexiones de Pérez Andújar a propósito de este otro momento histórico. Como ya se ha indicado, esta obra entronca con la tradición representada por el Quijote, el Lazarillo, por Torrente Ballester o Juan Goytisolo. El humor está presente en todo momento, pero no cuestiona la labor de los misioneros, voluntarios idealistas que, a la vez que realizan su labor, tienen muy presente la realidad política del momento en el que se ambienta la novela. Uno de ellos declara: «Algo de apóstoles protegidos sí que tenemos», aunque el temor que los embarga es otro: «Hay que arrancar de cuajo el atraso económico de estas tierras; porque si no se cambia eso, las Misiones Pedagógicas de ustedes acabarán reducidas a un capricho, o lo que es peor, convertidas en la variante laica de la Compañía de Jesús».

Todo lo que se llevó el diablo, pese a ser una obra ficcional, está magníficamente documentada, y esto consigue que la mezcla de realidad y ficción funcione perfectamente. La novela, que se publicó por primera vez hace 14 años, es totalmente vigente. Conviene en tiempos convulsos recordar con este tipo de lecturas el último verso de la Canción última de Miguel Hernández: dejadme la esperanza, para ver todo lo que se llevó el diablo y que, aún así, no hemos perdido para siempre.


Madrid –

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