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bólido StarLink por España

CSIC

Elon Musk nos ataca

¿Cómo puede ser que una empresa privada pueda poner en el cielo más de 5000 satélites de centenares de kilos cada uno, que se desplazan a casi 30.000 km/h, que sobrevuelan la mayoría de los países del mundo y que pueden caer de repente convertidos en una bola de fuego?


El pasado viernes por la noche, una bola de fuego sobrevoló el Noreste de España, incluyendo una parte de Catalunya y les Illes Balears. Después de surcar cientos de kilómetros del espacio aéreo de nuestro país, desapareció sobre el mar Mediterráneo al Este del citado archipiélago. El bólido fue registrado por diversas grabaciones de vídeo en Aragón, Catalunya, Comunidad de Madrid, Comunitat Valenciana, Euskadi y Navarra. En un primer momento, el Instituto de Ciencias del Espacio ICE-CSIC lo catalogó como SPMN290324ART y lo identificó claramente como «producido por la reentrada de un objeto artificial en órbita terrestre». Las primeras hipótesis manejadas por el consorcio de investigación español fueron que se podía tratar de «satélites o restos de cohetes espaciales», pero también de un misil balístico. Algunos pseudoperiodistas de extrema derecha se apresuraron a abrazar esta segunda hipótesis y señalaron a Francia como el posible país agresor. Por la tarde del sábado, sin embargo, las fuerzas aéreas alemanas —la Luftwaffe— afirmaban que, según su Centro de Conocimiento de la Situación Espacial, la bola de fuego que había surcado los cielos españoles correspondía a la reentrada de un satélite de la empresa StarLink del multimillonario trumpista estadounidense Elon Musk.

Desde el año 2019, StarLink ha lanzado al espacio miles de pequeños satélites —de varios cientos de kilos de peso cada uno—, contando en estos momentos con más de 5400 unidades operativas y siendo el mayor operador de satélites del mundo con diferencia. Al situarse en la órbita terrestre baja —a unos 500 km de altura respecto al suelo—, los satélites StarLink, a diferencia de los geoestacionarios, que pueden presentar latencias de comunicación (el tiempo que tarda la luz en viajar del suelo al satélite y viceversa) de alrededor de medio segundo, presentan latencias de unas pocas decenas de milisegundos, pudiendo así ofrecer esquemas de conexión a Internet competitivos con los usos actuales. Aproximadamente dos millones y medio de afiliados en todo el mundo utilizan en estos momentos la conexión ofrecida por StarLink, que permite alcanzar zonas del planeta donde no llega ni la fibra ni la cobertura de telefonía móvil.

Todo esto está muy bien siempre que uno no se haga preguntas incómodas. Por ejemplo, ¿cómo puede ser que una empresa privada en manos de un multimillonario pueda poner en el cielo más de 5000 satélites de centenares de kilos cada uno, que se desplazan a casi 30.000 km/h, que sobrevuelan la mayoría de los países del mundo y que pueden caer de repente convertidos en una bola de fuego?

La FFA apunta en su informe que, para 2035, la probabilidad de que un trozo de basura espacial producida por la reentrada de un satélite StarLink mate a una persona en la superficie de la Tierra cada año es de un 60%

La cosa empeora cuando conocemos que la autoridad norteamericana que se encarga de emitir las licencias para poner en órbita este tipo de objetos, la Federal Aviation Administration (FAA) ha informado al Congreso de los Estados Unidos que el riesgo de que una de estas reentradas en la atmósfera acabe mal son no despreciables. En concreto, la FFA apunta en su informe que, para 2035, la probabilidad de que un trozo de basura espacial producida por la reentrada de un satélite StarLink mate a una persona en la superficie de la Tierra cada año es de un 60%. Por su parte, la probabilidad de que uno de estos fragmentos derribe un avión será de un 0,07% anual; muchísimo mayor que la probabilidad de que al lector o lectora le toque la lotería. Obviamente, la empresa de Elon Musk se ha quejado amarga y contundentemente y ha afirmado que el informe se basa en premisas falsas. Los aviones comerciales vuelan a una altitud entre 10 y 12 km respecto del suelo. Habría que ver a qué altura transitó los cielos españoles la bola de fuego que la Luftwaffe identificó como un satélite de StarLink cayendo sobre el Mediterráneo.

Pero estas no son las únicas preguntas que nos podemos hacer. Por ejemplo, nos podríamos preguntar también qué ocurre si un satélite de Elon Musk derriba un avión español o mata a alguien en nuestro territorio. La respuesta corta es que la situación probablemente desembocaría en un conflicto internacional entre España y Estados Unidos. En estos momentos, las leyes que rigen el funcionamiento del espacio exterior —el que está aproximadamente por encima de los 100 km— son apenas una colección de normativas nacionales junto con algunos tratados internacionales de dudoso cumplimiento. El principal, el llamado Tratado del espacio exterior, negociado bajo el auspicio de la ONU en 1967 y firmado, a día de hoy, por la mayoría de los países del mundo. Dicho tratado se centra fundamentalmente en el libre acceso de todos los países al espacio exterior y en la prohibición de utilizarlo con fines militares ofensivos. Respecto del asunto que nos ocupa, el texto establece que la responsabilidad nacional de los objetos en órbita y de los daños que pudieran causar en su reentrada es del país que los lanzó inicialmente, aunque dicho lanzamiento lo hubiese llevado a cabo una empresa privada. Es decir, que la ley internacional vigente establece que, si un satélite de Elon Musk cae sobre España y derriba un avión o mata a alguien, la responsabilidad es de Estados Unidos. El problema es que ya sabemos lo que hace Estados Unidos con la ONU y con las leyes internacionales.

Sí a todo esto añadimos que StarLink ya está empezando a colaborar con el ejército norteamericano y que, de hecho, puso a disposición del ejército ucraniano su red de satélites para ayudar a los drones a navegar y fijar mejor los objetivos militares rusos, las preguntas se vuelven todavía más inquietantes si cabe. Por ejemplo, ¿cómo puede ser que cientos de satélites propiedad de un multimillonario norteamericano ultraderechista surquen los cielos españoles cada día y cómo podemos estar seguros de que no están siendo utilizados con fines militares ajenos a los intereses internacionales de España? A un gobierno como el que tenemos, servilmente dispuesto a aumentar el gasto armamentístico o ceder cualquier puerto español a la OTAN cuando Estados Unidos toca el silbato, seguramente estas preguntas no le preocupan demasiado. Pero los ciudadanos y los medios de comunicación que no estamos de acuerdo con ser súbditos de las grandes potencias y sus corporaciones no deberíamos dejar de hacérnoslas.


Madrid –

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