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Alberto Garzón y el legado de Julio Anguita

Además de su enorme legado político, el legado de Julio Anguita también es en buena medida ese maestro llegando a su instituto a primera hora de la mañana de un frío viernes de diciembre


Anguita fue alcalde de Córdoba durante dos legislaturas, Secretario General del Partido Comunista de España durante una década y Coordinadora General de Izquierda Unida desde noviembre de 1989 hasta finales de octubre del año 2000. Hasta que apareció Podemos en el tablero político español, suyos son los mejores resultados históricos de la izquierda desde la recuperación de la democracia: el 10,54% y 21 escaños en las elecciones generales de 1996. En la anterior cita electoral, en el año 1993, los resultados de la Izquierda Unida de Anguita ya fueron excelentes —con un 9,55% y 18 escaños— y suficientes como para juntar una mayoría absoluta con los 159 diputados que obtuvo en esas elecciones el PSOE de Felipe González. Pero la cláusula de exclusión histórica que pudimos ver operar en 2015, en 2016 y también después de las primeras elecciones de 2019 gozaba de muy buena salud en aquellos tiempos y González no tuvo ninguna duda a la hora de elegir: formó un bloque de investidura y de gobernabilidad con la derecha catalana de Convergència i Unió y la derecha vasca del PNV. Aunque, a decir verdad, Julio Anguita tampoco tenía ninguna duda. No en vano, la teoría de las «dos orillas» —en una de las cuales compartirían los elementos básicos de consenso del régimen el PP y el PSOE, y con Izquierda Unida como único partido de ámbito estatal situado en la otra orilla— fue la base de su programa y de su praxis política. Anguita críticó ferozmente la desindustrialización llevada a cabo por el PSOE, fue uno de los pocos dirigentes políticos en oponerse al Tratado de Maastricht por su contenido neoliberal, rechazó apoyar la intervención de la OTAN en Yugoslavia, defendió abiertamente la instauración de una República en España y fijó el sorpasso al PSOE como su objetivo político principal.

El fallecimiento de Julio Anguita al principio de la pandemia de la COVID-19 supuso un durísimo golpe para muchísimas personas de todas las ideologías porque no solamente se iba un referente político. Se iba también un referente ético. Una persona que, a pesar de su dimensión, siempre trabajó con honestidad con sus principios como brújula, con el interés general de la gente trabajadora como norma y sin dejarse nunca cooptar por el poder. Después de haber sido lo que fue, Julio Anguita habría tenido muy fácil conseguir un puesto bien remunerado en una embajada, en cualquier programa de televisión del oligopolio mediático o en una consultora dedicada a los «asuntos públicos». Pero Anguita, no hizo eso. A finales del año 2000 y después de haber sido durante años una de las figuras más importantes en la historia de la izquierda española, Julio Anguita abandonaba completamente la política y se reincorporaba a su profesión como maestro de enseñanza secundaria en el instituto Blas de Infante de Córdoba. El viernes 1 de diciembre de ese año, Anguita llegaba al centro escolar a las 8:00 de la mañana para impartir una clase de Ciencias Sociales a los alumnos de primero A de la ESO.

El fallecimiento de Julio Anguita al principio de la pandemia de la COVID-19 supuso un durísimo golpe para muchísimas personas de todas las ideologías porque no solamente se iba un referente político. Se iba también un referente ético

Además de su enorme legado político, el legado de Julio Anguita también es en buena medida ese maestro llegando a su instituto a primera hora de la mañana de un frío viernes de diciembre. Y no por la ridícula caricatura que hace la derecha sobre la supuesta obligación que tendría la gente de izquierdas de asumir un voto de pobreza, sino porque su vuelta a la enseñanza pública simboliza como pocos hechos que Anguita nunca se dejó seducir por los cantos de sirena de la moqueta, del palacio y del poder. Y no lo hizo porque sabía perfectamente que proteger su autonomía respecto de los que siempre han dirigido el cortijo era la única manera de conservar la más mínima posibilidad de —algún día— poder llevar a cabo transformaciones políticas y económicas en favor de las clases populares y trabajadoras y en contra de las oligarquías dominantes. El Anguita maestro de secundaria no es un monje franciscano que asume un voto de pobreza. El Anguita maestro de secundaria es el líder político de izquierdas que nunca se dejó comprar para poder seguir siendo hasta el fin de sus días un verdadero revolucionario.

Porque, si bien es cierto que el poder verdaderamente existente no posee métodos infalibles para impedir que los plebeyos puedan entrar en los parlamentos a través de las urnas, sí dispone de un auténtico arsenal para integrar a los «bárbaros» entre sus filas una vez que estos han alcanzado la moqueta. Si no te integras, sufrirás la violencia mediática y la difamación. (Bien lo supo Julio Anguita y ahí están sus infartos como testimonio.) Pero, si te integras, los periodistas te tratarán bien y aproximadamente la mitad de los medios de comunicación trabajarán para cuidar tu imagen. Incluso ocultarán tus escándalos si eres propenso a ellos. Si no te integras, cuando acabe tu carrera política, tendrás que buscarte la vida y las habichuelas. Pero, si te integras, siempre habrá alguien que te ofrezca una embajada, la presidencia de Paradores o un puesto en una consultora amiga donde simplemente tendrás que utilizar tu cartera de contactos para hacer algunas llamadas e influir en algunas leyes. Si no te integras, haremos todo lo posible para que tu carrera política sea muy breve y, cuando ésta acabe, tengas que sentir el frío de la intemperie. Pero, si te integras, nos aseguraremos de que tu carrera sea lo más larga posible y que, en cualquier caso, siempre tengas cobijo. Solamente tienes que firmar aquí abajo que no vas a hacer mucho ruido, que vas a hablar mal de quien tienes que hablar mal y bien de quien tienes que hablar bien.

El maestro Julio Anguita volviendo al instituto a dar clases es el símbolo indeleble de un militante que siempre se mantuvo indómito y nunca firmó ese contrato que —como a todos, algunas veces de forma explícita y otras veces de forma tácita— tantas veces le pusieron delante. Ese es uno de sus principales legados y es enormemente útil para orientarnos de forma cierta en las procelosas aguas de la izquierda española actual el preguntarnos sinceramente ese legado, ahora, dónde se halla.


Madrid –

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