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Inscripción en el Centro Cultural de los Ejércitos de Madrid — Luis García / Wikipedia

Si vis pecuniam, para bellum

Von der Leyen, Borrell y Sánchez apoyan que la UE transite hacia una «economía de guerra», aumentando el gasto armamentístico y fortaleciendo nuestro propio complejo militar-industrial no porque se estén preparando para la paz sino porque se están preparando para la guerra


Además de dar nombre a la tercera entrega de John Wick, el latinajo «Si vis pacem, para bellum» («Si quieres la paz, prepárate para la guerra») condensa una máxima muy utilizada en la cultura militar. Muy posiblemente originada en un pasaje del escritor romano Vegecio cerca del año 400, «Si vis pacem, para bellum» aparece inscrita en lugares destacados tanto de la Academia General Militar de Zaragoza como del Centro Cultural de los Ejércitos de Madrid. Como ha escrito recientemente en Diario Red el ex Jefe del Estado Mayor de la Defensa, Julio Rodríguez, la lógica encapsulada en esta breve condicional latina es la que se lleva utilizando al menos desde el final de la Segunda Guerra Mundial para justificar el direccionamiento de cantidades ingentes de recursos públicos en Estados Unidos hacia lo que se dio en llamar el «complejo militar-industrial». Según esta lógica (en realidad, un relato), la parte buena del mundo —la parte libre, democrática, próspera, es decir, nosotros— se enfrentaría a un enemigo poderoso, malvado e impredecible —la Unión Soviética, el terrorismo yihadista, China, Putin, you name it— y la única forma de evitar la destrucción mutua pasaría por llevar a cabo una escalada armamentística prácticamente sin límites que sirva para ejercer la disuasión y la contención. Además, como las armas se van haciendo viejas y para mantener al complejo militar-industrial produciendo no se puede detener su fabricación, conviene implicarse periódicamente en guerras de ámbito regional en las cuales las superpotencias no se enfrenten directamente sino a través de proxies.

El problema de esta vieja justificación para la escalada bélica es, obviamente, que es mentira. Como demuestra —a escala más doméstica— el hecho de que Estados Unidos sea, al mismo tiempo, el país con más matanzas en colegios y con más armas de fuego per cápita, que las diferentes potencias mundiales estén armadas hasta los dientes no es ninguna receta para la paz, sino para todo lo contrario. En realidad, un país se prepara para la guerra si lo que quiere es precisamente guerra. No paz. «Si vis bellum, para bellum» es quizás una afirmación demasiado tautológica en comparación con su hermana más célebre, pero tiene la ventaja —frente a ésta— de ser cierta. Joe Biden apuesta por la fabricación de armas en Estados Unidos porque apuesta por la guerra. Ursula von der Leyen, Emmanuel Macron, Josep Borrell y Pedro Sánchez apoyan que la Unión Europea transite hacia una «economía de guerra», aumentando el gasto militar y fortaleciendo nuestro propio complejo militar-industrial no porque se estén preparando para la paz sino porque se están preparando para la guerra. «Si vis bellum, para bellum.»

¿Esto es así porque a los líderes políticos de Estados Unidos y de Europa les gusta contemplar la destrucción de ciudades y el asesinato de seres humanos? No exactamente. Como ha demostrado el hecho repugnante de que España no haya dejado de comprar y vender material militar a Israel mientras este país lleva a cabo el peor genocidio en lo que llevamos de siglo XXI, lo que ocurre tanto allende los mares como aquí, en el viejo continente, es que el negocio manda. Y la guerra genera mucho dinero. No se trata, por tanto, de que aquellos que ocupan puestos políticos de primer nivel disfruten con los desahucios, la explotación laboral, la destrucción del medio ambiente o la guerra. En realidad, lo que ocurre es que los principales agentes políticos en el mundo moderno no son los partidos, los diputados o los presidentes, sino los grandes poderes económicos que deciden quién puede hacer política institucional y quién no mediante la utilización despiadada de los medios de comunicación, mayoritariamente en su poder.

Es evidente que los llamamientos al rearme están buscando lo mismo que siempre han perseguido las escaladas bélicas a lo largo de la historia: el enriquecimiento obsceno de una minoría oligárquica, incluso aunque esto suponga poner en peligro la vida de millones de personas

El ejemplo español es clarísimo. El principal grupo de comunicación que puede apoyar al PSOE —o dejarlo caer— es el Grupo PRISA. Ante la ferocidad con la que Atresmedia (Antena 3, La Sexta, Onda Cero, La Razón), Mediaset (Telecinco, Cuatro) o la Conferencia Episcopal (COPE) bombardean diariamente al gobierno, Pedro Sánchez sabe perfectamente que no duraría ni un mes en la Moncloa sin la ayuda del periódico en papel más leído de España (El País) y de la cadena de radio más escuchada (La SER), ambos propiedad de PRISA. A partir de ahí, y como señala en la edición de hoy de Diario Red la periodista Irene Zugasti, solamente hace falta unir la línea de puntos que lleva de los últimos artículos y editoriales de El País a favor del rearme, al hecho de que su accionista mayoritario sea el inversor francés de origen armenio-libanés Joseph Oughourlian, pasando por que Oughourlian se haya convertido recientemente en el segundo mayor accionista de Indra, una de las empresas de armamento más grandes de España junto con Navantia, y también una de las que más se van a beneficiar del aumento del gasto militar. En la serie de culto The Wire, el policía Lester Freamon anunciaba otra máxima que uno debe aplicar, en este caso, si quiere entender cuáles son las razones últimas detrás de los acontecimientos: «Follow the money» («Sigue el rastro del dinero»). Por mantener la coherencia idiomática del editorial de hoy, digámoslo en latín: «Cui prodest» («¿Quién se beneficia?»).

Es evidente que el furor bélico con el que se hallan imbuidos los principales partidos en España y sus medios de comunicación afines (y lo mismo en el resto de la Unión Europea y Estados Unidos) nada tiene que ver con la lucha por la libertad y la democracia, y mucho menos con el mantenimiento de la paz. Es evidente que los llamamientos al rearme están buscando lo mismo que siempre han perseguido las escaladas bélicas a lo largo de la historia: el enriquecimiento obsceno de una minoría oligárquica, incluso aunque esto suponga poner en peligro la vida de millones de personas.

Para evitarlo, es indispensable la movilización social masiva en contra de la guerra que ya vivimos en España hace 20 años y también decirle al conjunto de los actores políticos y mediáticos —muy especialmente al PSOE y a la progresía— que no nos engañan con su juego de máscaras. Que ya sabemos lo que hay detrás. Que el «Si vis pacem, para bellum» no cuela y que, en su lugar, en los cuarteles, habría que inscribir «Si vis pecuniam, para bellum» («Si quieres dinero, prepárate para la guerra»), para que así los soldados precarios y mal pagados, hijos de la clase trabajadora, tengan claro que están entregando su vida para meter miles de millones de euros en los bolsillos de los Oughourlians de la Tierra cuando llegue su hora final en el campo de batalla.


Madrid –

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