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José Creuheras, Yolanda Díaz, Miquel Iceta y Sonsoles Ónega en la entrega del premio Planeta — Lorena Sopêna / Europa Press

De premios y justicias varias

Cuando la ilusión de escritores anónimos choca con los entresijos de los premios literarios y el mundo de las editoriales, mientras algunos aplauden


Imagínense que han comprado tres décimos de lotería de Navidad, confiando en que la suerte les pueda librar del parco sueldo de un empleo precario en el que se dejan la salud día tras día a cambio de un mendrugo. Acuden al sorteo con los décimos apretados en el bolso, musitando laicas oraciones, codo con codo con cientos de confiados contribuyentes con la ilusión clavada en la sonrisa y de repente aparece un tipo de Castellón con gafas negras que acaba de inaugurar un aeropuerto, partiéndose de risa y contando en su magín el monto del premio gordo, pues ya sabe que le va a tocar a él, como el año pasado y el antepasado.

Imagínese también que se deja las cejas estudiando para opositar a un puesto de registrador de la propiedad y ve acercarse con aire despistado a un tipo de Pontevedra cuyo hermano ganó las oposiciones en el año que usted se presentó, otra hermana también y cuyo padre es registrador de la propiedad desde que Adán llevaba taparrabos. Se sentirá estafado.

Puede imaginar si quiere a un anónimo escritor de Almendralejo, que, leyendo las bases del premio literario con mayor monto económico del país, imprima tres copias de su manuscrito mil veces pensado y revisado durante años y saque del horro bolsillo los más de treinta euros que le va a costar depositarlo en la oficina de correos, con plica aparte. Y si es de países lejanos también, pues a la editorial le encanta publicitarse con la murga del récord de participación, con cientos de manuscritos recibidos de Hispanoamérica, Oceanía, Asia Menor y hasta de la estación espacial de Fresnedillas de la Oliva, si ello fuera menester para su mercadotecnia.

Pues bien, podrían haberse ahorrado el trabajo, los sellos, la plica y la molestia de imprimir el manuscrito, porque su trabajo y su ilusión no significan absolutamente nada para la editorial que publicita su premio.

Años después, Cela, en el primer premio comercial al que se presentó en su vida, y que, por supuesto ganó, fue juzgado bajo la acusación de plagio por una escritora que había presentado su obra, con similar argumento, al mismo certamen

Hace algunos años, Juan Marsé, uno de los contados escritores cuyo prestigio superaba con mucho el premio ofrecido, renunció a ser miembro del jurado, pues se negaba a participar en tal mascarada en la que su opinión sobre la nula calidad de los ganadores era motivo de risa. Parecía no darse cuenta de en qué jurado estaba. Años después, Cela, en el primer premio comercial al que se presentó en su vida, y que, por supuesto ganó, fue juzgado bajo la acusación de plagio por una escritora que había presentado su obra, con similar argumento, al mismo certamen. Lo fetén de la historia, es que al presentar el premio Nobel al juez su propio manuscrito, que acostumbraba a fechar en cada encabezamiento de página, éste pudo comprobar que la fecha de la redacción de la obra ganadora era con mucho posterior a la requerida por la editorial como plazo de entrega al resto de concursantes. Ni una hoja tembló en el frondoso jardín de la editorial.

Lo más gracioso es que a los ganadores, en gesto de cínica humildad, les hacen presentarse bajo pseudónimo, es decir, se supone que no se conoce su identidad hasta la apertura de la plica. Imagínense que se juntan en fraternal parranda los mil escritores de todo el mundo que se han presentado al premio la misma noche y acaban con las reservas de jabugo, torreznos de Soria y de cava. La fila para ir al servicio da la vuelta al edificio y el SAMUR se presenta porque a cincuenta de ellos les ha dado un retortijón por la sospechosa calidad de las viandas. Sería el fin del mundo.

La editorial quiere hacernos creer que todos debemos confiar en que un personaje televisivo, apelando a su honradez extrema, por respeto al resto de participantes y a la paridad del jurado, no desea que su famoso nombre, que curiosamente, trabaja para el mismo grupo mediático de la editorial, sea conocido para no influir en los jueces, pero el caso es que están todos allí, jurado, ganadores y políticos varios, engullendo canapés, con el champán fluyendo por el gañote y en traje de noche, y lo que es peor, recibiendo pleitesía por parte de ministros de Cultura y viceministras, que genuflexos ante una corporación privada cuyo fin es tan ajeno a la literatura como a la justicia social, normalizan y aplauden lo que es una estafa en toda regla. No vaya a ser que les vayan a poner de chupa de dómine en las varias televisiones y periódicos del imperio mediático.

Una vez le preguntaron al preboste Lara, el fundador de la editorial, como era posible que una escritora que se había presentado bajo seudónimo estuviera en la gala, intuyendo que podía ganar el premio que al final ganó. El magnate le respondió que si todavía creía que los niños venían de París.

Cada empresa puede hacer lo que le plazca, y más que menos, es lo que sufrimos en este país, pero el engaño sin disimulo y ante el cínico aplauso de autoridades y grupos mediáticos firmes como quintos en la jura de bandera es digno de lástima y vergüenza. Y yo lo siento por los cientos de inocentes que confían en la probidad de un premio al que se presentan sin saber que es una farsa. Porque aquí no gana ni la justicia ni por supuesto que la literatura. Ni siquiera las oficinas de Correos.


Madrid –

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