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Foto de Suzy Hazelwood en Pexels

Pasar del yo al nosotros y nosotras: el reto educativo en tiempos del individualismo

Hace falta convertir el paso por la escuela de nuestros ciudadanos y ciudadanas en una experiencia colectiva y en una experimentación de la colectividad, la democracia y el contacto con grandes propósitos y fines sociales


Ya he hablado en varias ocasiones de la facilidad con la que alguien puede declararse de izquierdas en todos los aspectos de su vida y tener un pensamiento conservador en educación.

No obstante, aunque este desdibujamiento de los ejes izquierda-derecha es más acentuado en educación, es un problema que la excede y que se encuentra también en la sociedad en general. Lakoff (2008, p. 18) habla de biconceptuales activos como «las personas que utilizan un sistema moral en un ámbito y otro sistema moral en otro».

Mi tesis es que una de las claves principales que articula este cambio de sistema moral hacia otro más conservador tiene que ver con un marco de pensamiento que tenemos muy arraigado en nuestro imaginario y del que es muy difícil escapar porque se ha ido asentando profundamente a lo largo de la historia reciente.

Un poco de historia antigua

Resumiéndolo pronto y mal, podemos decir que durante la Segunda Guerra Mundial existió una configuración entre ejes muy claros sobre lo que significaba ser de izquierda y ser de derecha. La situación era casi una postura dicotómica: “el eje bueno y el eje malo”. Por un lado, teníamos unas políticas fascistas en un bando y en el otro bando, unas “políticas de izquierda”. El matiz importante aquí es que estas son muy plurales en su interpretación de lo que significa ser de izquierdas, pero se encuentran alineadas ante un objetivo común: el fascismo.

La realidad es que en el eje de izquierdas hay muchas concepciones rozando la derecha o el centro derecha que parecen de izquierdas, únicamente, por contraste frente al fascismo y que la izquierda acepta por hacer frente al enemigo común. Es el clásico “el enemigo del enemigo es mi amigo”.

De alguna manera es bajo este marco mental como ocurre todo el conflicto y cuando este termina con, digamos, la postura de la izquierda plural como vencedora, el siguiente paso es una guerra interna en el bando vencedor: lo que se conoce como la “Guerra Fría”.

En esta nueva situación, el planteamiento cambia radicalmente. El bando de Estados Unidos, con el capitalismo y la ideología liberal por bandera (una visión económica y social muy próxima a la derecha, si no de derechas), tiene que confrontar, hacer la guerra, al que antes era su compañero de filas: la URSS. Pero con el matiz de que la guerra ahora es ideológica. Y es aquí donde empiezan a construirse los marcos de pensamiento que hoy manejamos como lugares comunes. Marcos simplistas, fruto de la propaganda de nuestro propio bando que no reconocemos como tal (pensemos en los años y años de ver películas americanas). Cuestiones como “comunismo malo, capitalismo bueno”, “las izquierdas generan pobreza, las derechas riqueza” y todos esos marcos que, insisto, seguimos teniendo tan anclados en el imaginario social y cultural y que representan un verdadero problema para la construcción de una sociedad plural, equitativa, crítica y de izquierdas como veremos más adelante.

Durante toda esta Guerra Fría, ocurre el florecimiento de los estados de bienestar. De alguna manera, ambos bandos luchan por mostrar al público internacional —y a su enemigo— que su modelo de vida: social, económico, es el mejor. Luchan físicamente, pero también por implantar un pensamiento hegemónico sobre un modelo de vida. La pelea se da por quién implanta su sentido común de lo que es la sociedad.

Todo esto acaba cuando cae el muro de Berlín, “la caída de las grandes ideologías” que rompe este «equilibrio inestable» en el que se confrontaban dos modelos sociales y económicos, para dejar paso a uno solo, el vencedor de este conflicto: el capitalismo y el pensamiento ya neoliberal, que ahora puede campar a sus anchas porque ya no tiene rival ante el cual tener que demostrar que su modelo social, económico y productivo es mejor.

Es aquí donde se establecen un marco de pensamiento que nos acompaña hasta nuestros días: “el neoliberalismo es la única alternativa real como organización social y económica”.

Pero ante la ausencia de modelos alternativos económicos y sociales ante los que mostrar su superioridad, el neoliberalismo empieza a transformarse (a dar la cara más bien) en una versión de sí mismo mucho más exacerbada y en la que a través de la búsqueda de maximizar los beneficios (esto de que la única ideología es el dinero, frente a los grandes propósitos sociales de las ideologías de izquierdas), los estados de bienestar empiezan a ceder derechos de los ciudadanos en pro de maximizar estos beneficios económicos de las grandes élites.

Y con esta situación, es un poco con la que entramos en la gran crisis de 2008: La caída de los estados de bienestar como garantes de los derechos. Situación que más tarde daría lugar en España al 15-M.

Haz lo que yo diga, pero no lo que yo haga

Lo que ocurre a partir de aquí es que al neoliberalismo se le va de las manos sus propios conceptos. Empiezan a surgir discursos de extrema derecha en una forma nueva y usando nuevos medios como las redes sociales.

El caso del trumpismo o VOX en nuestro país, surgen reclamando y usando marcos que ya estaban presentes en el neoliberalismo, pero que estiran para llevarlos más al extremo. Empezando a cuestionar, a situar como discutibles, cuestiones básicas del pacto social hasta ahora desgastadas, pero no cuestionadas: el racismo, la homofobia, la igualdad de oportunidades, lo público frente a lo privado, …

¿Cuál es el problema? Que estos partidos de extrema derecha acuden a marcos usados por el neoliberalismo y, por lo tanto, contienen toda su legitimidad y su penetración en la sociedad: ¿cómo deslegitimar lo que afirma VOX (llevado hasta el extremo) si la idea nuclear, el marco de pensamiento al que alude, es algo en lo que la derecha conservadora e incluso la izquierda más al centro, ha usado previamente?

El problema, usando la metáfora de Feierstein (2019), es que todos llevamos un “enano fascista dentro” porque la idea nuclear en la que se fundamenta el neoliberalismo y con la que estamos íntimamente familiarizados es una idea de derechas. De ahí la urgencia de que los partidos de izquierdas hagan políticas auténticamente de izquierdas.

De entre todos estos marcos neoliberales que están tan asentados en el imaginario social, existe uno que es para mí, de los más preocupantes porque constituye una de las puertas de entrada a la construcción del sentido común que permite que calen ideas muy peligrosas para la sociedad y para la educación. Este es el marco que yo llamo “lo individual frente a lo colectivo” y que se materializaría en el foco, la priorización, que pone la visión neoliberal en el yo sobre el nosotros y nosotras: colocar por encima de las necesidades colectivas, las demandas individuales.

Tenemos miles de ejemplos de esto en la actualidad: los influencers que no quieren pagar impuestos porque ellos “han ganado su dinero”, aquellos que no quieren sanidad y educación pública porque “ellos se pueden pagar una”, el confinamiento del COVID en el que hubo gente que no se ponía las mascarillas por que los privaban de su libertad, … en general, todos estos marcos se basan en el concepto de libertad como individualidad.

Me escandalizaba el otro día en mi comunidad de vecinos, en la que estuvimos debatiendo sobre el “pago a la carta” en la comunidad: “porque si yo no uso los espacios comunes ¿por qué voy a pagar por su limpieza?” o en la que una vecina se quejaba de sus malas condiciones laborales, para dos minutos después proponer la explotación sin paliativos del vigilante de la piscina comunitaria.

Decía Julio Anguita que “esta nueva generación no estaba acostumbrada a la lucha política” y así es, pero no porque esta nueva generación sea más vaga o menos capaz que las generaciones anteriores como suele proponerse siempre desde el pensamiento conservador, sino porque ha habido todo un proceso de desactivación política basado en este marco de pensamiento. Cuando se pone el foco en la individualidad es imposible que exista un sujeto político que requiera pensar en un bien grupal, colectivo. Los marcos de pensamiento neoliberales ponen el acento en las necesidades del individuo y, por lo tanto, imposibilitan la colectivización y la acción política de los sujetos. Cuestiones que sí que fomentan los marcos de pensamiento de izquierdas. En palabras de Rendueles (2024) “Estamos atrapados en una paradoja: necesitamos políticas comunales para salir del mercado generalizado pero el mercado generalizado destruye las condiciones sociales que harían posibles los comunes.”

Este foco en la colectivización, en la empatía, en el sentimiento de comunidad, solo aparece en los momentos de mayor necesidad. Cuando, individualmente uno no puede subsistir y necesita de lo colectivo. Pero en circunstancias donde uno puede subsistir por sí mismo, es más fácil reclamar esa individualidad olvidando la colectividad que ha hecho falta para alcanzar ese estatus. Y de ahí el interés en numerosas ideas tan de moda como el “si quieres puedes”, “da lo mejor de ti”, … lo asentado de la falacia meritocrática. Mantiene el marco que permite la desactivación política de los sujetos: nada de sentimiento de pertenencia colectiva ni grandes fines e ideologías por las que luchar: vales lo que tienes y si no tienes es porque no te has esforzado lo suficiente.

Esto permite explicar cosas que de otra forma se nos antojaría inconcebibles como que asistamos impasibles (incluso se justifique) el genocidio en Gaza o que se defiendan actuaciones migratorias bajo la idea de que “hay seres humanos ilegales”, por ejemplo.

Y aquí viene “la madre del cordero”: si bien durante todo este proceso histórico la individualidad se ha resaltado frente a la colectividad, y esto ha sido un marco neoliberal. El éxito moderno de la extrema derecha ha consistido en dar una vuelta de tuerca más al asunto: convertir esta exaltación de la individualidad en actuación de rebeldía.

Esta rebeldía consiste en conectar la individualidad con el ego: “Sólo tú ves la verdad, solo tú tienes un pensamiento original y a contracorriente”. Fruto de esta conexión egoica sufrimos el auge de los negacionismos (muchos de ellos además compartidos por determinados sectores). Esta conversión del marco de la individualidad en un acto de rebeldía conlleva otro peligro: que es susceptible de ser muy bien asimilado por la gente joven que se encuentra en un momento vital en el que la rebeldía constituye una de sus señas de identidad.

Y así nos vemos, permanentemente conectados, pero cada vez con una sensación de mayor soledad (Fernández Savater, 2024). Es este individualismo el que nos hace sentir constantemente enfadados, con esa sensación de fraude con la que cada vez escucho a más gente, esa sensación con el trabajo y con la vida de “esto no es lo que yo quería”. Nos desconecta de todas nuestras necesidades más profundas y solo nos vincula con visiones del éxito vital neoliberales, individuales, de ego: éxito económico, estatus, … pero además nos genera una desafección que necesita de una búsqueda reduccionista de culpables: nos azuzan  a la pelea del penúltimo con el último.

El problema educativo

Y es aquí donde la educación cobra un papel central y que explica el interés por la ideología neoliberal (y la de extrema derecha, solo hay que ver qué consejerías cogen donde gobiernan) por controlarla: porque si la educación cumpliera su misión —la emancipación de los sujetos—, sería muy complicado que todos estos marcos de pensamiento calaran. Es necesario no solo anular la educación, sino darle la vuelta a la situación y que esta ponga en contacto al alumnado con ideas conservadoras, en este caso de lo individual frente a lo colectivo, desde su formación más temprana.

Es aquí donde la racionalidad técnica (Contreras, 1997) y la ingeniería curricular entra en acción porque permiten separar en dos planos: el burocrático y el de la práctica real, la realidad escolar. Así se explica que, por ejemplo, aunque el pensamiento crítico, la democracia o la solidaridad inunden todas las programaciones, no tenga ninguna repercusión en la práctica diaria en la escuela que suele ir focalizada en la reproducción acrítica de contenidos; es lo primero que todos aprendemos en la escuela, repite lo que dice el profesor de la forma más fielmente posible y no lo cuestiones en ningún momento.

En esta visión educativa neoliberal, se iguala el aprendizaje y el rendimiento académico que se consigue a través de la meritocracia y el esfuerzo y que se elevan a la categoría del mayor éxito educativo: estar educado es alcanzar buenas notas. Solo desde ahí se entiende el éxito del paradigma de las pruebas estandarizadas, de la necesidad de datos constantes para medir el progreso de cada “unidad”: una comunidad autónoma, una escuela, un individuo, … cuya construcción social y contextual queda anulada en pro de la objetividad de los datos. Así el énfasis siempre está en el aprendizaje como acto individual del alumnado. Cuestión de la que autores como Biesta (2017, p. 82) nos advierten del peligro que supone la colocación de estas cuestiones en el centro del acto educativo:

“El hecho de que el «aprendizaje» sea un término individualista e individualizador —el aprendizaje es, después de todo, algo que solo se puede hacer para uno mismo; no es posible aprender para otra persona— ha desplazado también la atención de la importancia de las relaciones en los procesos y prácticas educativas y tanto, ha hecho mucho más difícil explorar cuáles son realmente las responsabilidades y tareas particulares de los profesionales de la educación tales como los docentes y los educadores de adultos. El problema con el lenguaje del aprendizaje, por tanto, es que tiende a oscurecer áreas cruciales de los procesos y prácticas educativas —esto es, aspectos de contenido, objeto y relaciones—.”

La penetración de esta idea tiene que ver, también, con el auge del cientificismo que ha invadido todas las áreas de nuestra vida, pero especialmente las ciencias sociales y las humanas y que fomenta la idea de que los datos y las evidencias son objetivos y asépticos y no deben ser guiados, estar al servicio de grandes propósitos sociales, éticos, … ideológicos ya que corrompen la ciencia.

Denostadas la ideología y la política, ya se consigue, en la práctica, imposibilitar la formación de sujetos políticos ya que para ello es esencial, como digo, la idea de lo colectivo, de grandes propósitos y fines.

Un ejemplo claro de esto en educación, de esta conexión con los marcos de pensamiento conservadores, y que está más que estudiada en el Reino Unido, es Tom Bennett  y su researchED, que se estableció en 2013 como un movimiento “de base” para docentes interesados en participar en la investigación y que aboga por un enfoque de “lo que funciona” (what works) y que aquí se ha traducido como una perspectiva concreta de la “educación basada en la evidencia” y que, en palabras de Watson (2021), conecta el movimiento micropopulista tradicionalista con perspectivas epistemológicas, ontológicas y metodológicas desconectando “lo que la ciencia dice” de los propósitos, de los criterios éticos y de los grandes fines.

Así, mientras la educación predominante sea una visión conservadora y neoliberal de esta, iremos avanzando hacia que cada vez esté puesto más el foco en lo individual. Así es cada vez más frecuente ver a familias pidiendo “educación a la carta” y priorizando su ideología, frente al derecho emancipador del menor con, por ejemplo, el Pin parental. A profesorado centrado en su disciplina y sin querer saber “nada más” de la educación de los ciudadanos y ciudadanas de la que participan porque lo único importante es la instrucción, el rendimiento académico (recordemos que esta parece ser la única medida del éxito educativo). O ver a gente que se confiesa de izquierdas, difundir el éxito de escuelas ultraconservadoras en el Reino Unido que asaltan periódicamente la prensa y cuya propaganda principal pasa por vanagloriarse de hacer que los pobres tengan éxito académico mediante la disciplina férrea en sus aulas (y que no puedo evitar relacionar con la película “El sustituto” de 1996).

Mientras, a mí no se me olvida lo que decía Freire (1975)

La educación como práctica de la libertad, al contrario de aquella que es práctica de la dominación, implica la negación del hombre abstracto, aislado, suelto, desligado del mundo, así como la negación del mundo como una realidad ausente de los hombres (p.63)

Urge repensar la educación para evitar estas trampas neoliberales. Hace falta convertir el paso por la escuela de nuestros ciudadanos y ciudadanas en una experiencia colectiva y en una experimentación de la colectividad, la democracia y el contacto con grandes propósitos y fines sociales. En palabras de Magro (2020, p. 15) “La educación no solo nos sitúa de manera muy diferente en el mundo, sino que nos saca de nosotros mismos, interrumpe nuestras necesidades y nos libera de las formas en que estamos determinados por nuestros deseos.”

En primer lugar, porque es parte fundamental para la toma de conciencia política, pensar en el nosotros y nosotras y no solo en el yo, permite desactivar la conciencia neoliberal de la individualidad, el marco de la desafección política, del «todos los políticos son iguales», que siempre beneficia a los mismos: la derecha.

Pero, en segundo lugar, porque es imposible vivir en sociedad cuando las necesidades del yo están permanentemente antepuestas a las del nosotros y nosotras.

Tal y como nos recuerda Wrigley (2007, p. 220)

“Hargreaves y Fullan (1998, pág. 42) indican que las ‘escuelas son una de nuestras últimas esperanzas para reconstruir un sentido de comunidad’. Ya que la estructura reprime a la cultura, necesitamos tomar seriamente la reestructuración, así como la reculturación de las escuelas.”


Referencias

Biesta, G. (2017). El bello riesgo de educar. SM

Contreras, J. (1997). La autonomía del profesorado. Morata.

Feierstein, D. (2019). La construcción del enano fascista: Los usos del odio como estrategia política en Argentina. Capital intelectual.

Fernández Savater, A. (2024). El cuerpo como zona de sacrificio; economía política y libidinal del malestar. Ctxt. Recuperado de: https://ctxt.es/es/20240301/Firmas/45863/Amador-Fernandez-Savater-suicidio-malestar-politizar-vision-en-el-oido-sufrimiento-hedonismo-psicologo-libidinal.htm

Freire (1975). Pedagogía del oprimido. Recuperado de: https://www.servicioskoinonia.org/biblioteca/general/FreirePedagogiadelOprimido.pdf

Hargreaves, A.  y Fullan, M. (1997).¿Hay algo por lo que merezca la pena luchar en la escuela?: Trabajar unidos para mejorar. Publicaciones M.C.E.P.

Lakoff, G. (2008). Puntos de reflexión. Manual del progresista. Península.

Magro. C. (2020) (Coord.) Darnos aire Repensando la educación desde los laboratorios ciudadanos. Medialab. Recuperado de: https://www.medialab-matadero.es/noticias/darnos-aire-repensando-la-educacion-desde-los-laboratorios-ciudadanos

Rendueles, C. (2024). Comuntopía. Comunes, postcapitalismo y transición ecosocial. Akal.

Watson, S. (2021). New Right 2.0: Teacher populism on social media in England. British Educational Research Journal, 47(2), 299–315. https://doi.org/10.1002/berj.3664

Wrigley, T. (2007). Escuelas para la esperanza. Una nueva agenda hacia la renovación. Morata

Madrid –

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