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Imagen del documental sobre Carlos Boyero, 2022 — TCM / Youtube

Boyero y la decadencia de una estirpe

Irrelevancia y crepúsculo del popular crítico del Grupo Prisa o el fin de la crítica de cine tal y como la conocimos


Ante el reciente fallecimiento de Carlos Pumares, creador del programa de cine más famoso de la historia de nuestra radio, pensé que solo queda uno de nuestros últimos y realmente poderosos (su ataque a una película podía hacer mucho daño a su distribuidor) críticos de cine: Carlos Boyero. También sentí curiosidad por leer alguna de sus últimas críticas para El País. Comprobé, enseguida, que sigue siendo el de siempre. En sus textos Boyero es lo primero y la película después, cada texto está barnizado con sus gustos, apetencias, padecimientos. También evidencié que, en vez de analizar un filme con rigor, sigue exponiendo sus achaques: “Soy incapaz de sentir nada grato. Tampoco me irrito demasiado” (sobre la nueva de Víctor Erice), “La sabiduría que almacena la cámara de este hombre impide que mire el reloj” (sobre la nueva de Martin Scorsese), “No miro ni compulsiva ni relajadamente el reloj. También soporto la necesidad de la vejiga” (sobre la última de Christopher Nolan).
 
Aunque sigue tecleando y dando sus desganadas homilías en la SER, Boyero ya es historia y pronto será olvidado, la forma de hacer crítica de Boyero se marchitará en su insulsez. Y aunque muchos directores de periódicos, revistas y emisoras de radio siguen pensando que el crítico de cine es un mero opinador que se limita a posar su trasero en una butaca, a soltar que una película le ha aburrido o que es muy entretenida, es sustancial recordar que, en realidad, es un cineasta más. Porque el verdadero crítico de cine hace cine. No solo juzga, tiene que completar la película. Y debe enriquecer la experiencia de ver un buen filme. O malo, también debe explicar por qué una película naufraga. Como dijo Paul Schrader, “un crítico es como un médico forense: pone el cuerpo en la mesa, lo desmonta y trata de saber por qué murió”.

Y con suerte y tesón, algunos críticos hasta acabaron rodando cine, como el propio Schrader en Estados Unidos, François Roland Truffaut en Francia o Fernando Trueba en España. Gracias, precisamente, a su amistad con Trueba, Boyero empezó a medrar en Madrid, cuidad a la que llegó en 1972 desde Salamanca. ¿Su objetivo? Ninguno. Confesó enseguida que su sueño era “no hacer nada” y sus únicas pasiones eran beber, fumar, drogarse, el póker y los burdeles.

Pero todo eso había que pagarlo, así que Trueba logró enchufarlo en la Guía del Ocio para escribir crónicas de la noche madrileña. De allí pasó al Diario 16 (Pedro J. Ramírez, para el que trabajó más de 20 años, lo contrató para escribir crítica televisiva, aunque Boyero reconoció que no veía la televisión), luego a El Mundo y finalmente a El País, del Grupo Prisa. Lo hizo el 15 de octubre de 2007 con Javier Moreno como director. No era un recién llegado al conglomerado de Jesús de Polanco, ya era conocido en la SER y en Canal+. Además, El País debía encontrar sustituto para el fallecido crítico Ángel Fernández Santos, cuya hija Elsa también es crítica de cine del diario de Prisa en la actualidad. Todo queda en familia.

El resultado de todos estos años de críticas y pontificaciones de Boyero es la pura inanidad. Nadie con rigor recurre a una crítica de Boyero para saber sobre una película, estudiarla, conocerla bien, aprender. Sus críticas han sido y siguen siendo insustanciales

El resultado de todos estos años de críticas y pontificaciones de Boyero es la pura inanidad. Nadie con rigor recurre a una crítica de Boyero para saber sobre una película, estudiarla, conocerla bien, aprender. Sus críticas han sido y siguen siendo insustanciales. A veces tan poco trabajadas que incluso confesaba abandonar la sala en la que debía hacer su trabajo. Hasta que un día unos cuantos colegas y cineastas se hartaron y escribieron a El País quejándose de su nula profesionalidad. Algunos de los firmantes eran Víctor Erice, José Luis Guerín y Miguel Marías, gran estudioso del cine además de director de la Filmoteca Española, que señaló muy bien la mayor lacra de Boyero: “Nunca explica por qué le gusta nada”. Porque la crítica de Boyero es emocional más que argumental. Por supuesto, El País respaldó a su crítico estrella.

Además de citado componente emocional, otra de las características de la estirpe de Boyero es su alergia a la tecnología, algo de lo que, para colmo, se pavonea. Orgulloso ágrafo digital, su teléfono es un Alcatel, no tiene internet y no sabe lo qué es eso de Google o la Wikipedia. No bromeo, lo ha reconocido en el documental El crítico. Boyero llegó a dictar a un redactor sus respuestas en un chat de El Mundo por no dignarse a teclear sus respuestas a los lectores.

Hace dos años, Boyero la lio en Cannes, festival al que viajó desganado y harto. Al parecer, perdió la identificación sanitaria y se tuvo que quedar dos días sin ver cine y sus críticas para Prisa en ese tiempo consistieron en decir que pasaba las horas mirando las paredes del hotel en el que se alojaba. También despotricó sobre la sala de prensa donde tecleaba sus críticas porque Boyero no debe saber lo que es un portátil. Luego retomó sus crónicas y comunicó que se aburría, que no le apetecía ir al cine, que era su último festival y cuatro desganadas opiniones más.  

Pero esta dejación de funciones no es culpa de Boyero, sino de Prisa, que lo sigue considerando necesario, que cree que para hablar de cine este individuo es lo mejor que tenemos en España. Créanme que conozco a un buen puñado de profesionales que haría unas excelsas crónicas en Cannes. Argumentadas, trabajadas y mucho más originales y expertas que las de Boyero. También buenas entrevistas y reportajes. Alguno hasta gran periodismo, incluso literatura. Por eso el caso Boyero, además de vergonzoso, es una cuestión generacional. De casta, de clase.   


Madrid –

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