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El problema de la vivienda

David Zorrakino / Europa Press / ContactoPhoto

El problema de la vivienda envenena la economía

En esta combinación —una denuncia de los desmanes del capitalismo combinada con un llamamiento a la resignación—, reside el principal pecado —o crimen, si entendemos que hay dolo— del socioliberalismo sistémico


La frase no es nuestra. La escribía el periodista José Luis Aranda en una pieza publicada por el periódico El País este domingo: «Los problemas para acceder a una casa envenenan la economía y se expanden a otros aspectos cotidianos como la emancipación juvenil, la movilidad laboral o la integración social

Los datos son demoledores. Según el portal inmobiliario Fotocasa, en los últimos 18 meses, los precios del alquiler han batido su récord histórico en 49 de las 50 provincias españolas. El 39% de los hogares que viven de alquiler están pagando más del 40% de sus ingresos familiares en dicho concepto; la tercera tasa más alta de la Unión Europea. El índice de hacinamiento, es decir, el número de hogares que no cuentan con habitaciones suficientes para todos sus miembros, ha subido más de un punto en los últimos 10 años y se sitúa en el 6,6%. El porcentaje de vivienda social existente en España es de un 2%, frente a una media europea del 9%. Y así se podrían rellenar páginas y páginas.

Pero las historias personales —algunas de las cuales se mencionan en la citada pieza de El País— no son menos demoledoras que las cifras. Una profesora de Baleares a la que le sale más barato coger un vuelo cada día desde la isla en la que vive su familia y la isla a la que la han destinado —y la vuelta— que pagar un alquiler o una habitación en esta última. Personas de 30 y 35 años a las cuales les resulta imposible emanciparse de la casa de sus padres incluso teniendo un trabajo. Familias enteras compartiendo piso con otras familias porque no les queda más opción. Parejas que tienen que abandonar un piso que llevan pagando 17 años porque ya no pueden afrontar la cuota de la hipoteca, incluso aunque estén metiendo dos sueldos en casa. Y así se podrían rellenar páginas y páginas.

Que estamos hablando de un drama social es algo que nadie puede negar, del mismo modo que tampoco se pueden negar sus efectos negativos en el conjunto de la economía del país. En el referido reportaje se citan varios: el aumento en la edad de emancipación y la consiguiente bajada en la tasa de natalidad, la baja movilidad laboral por la dificultad de acceso a la vivienda en determinadas ciudades, los problemas de intimidad o de educación de los menores producidos por la obligación de compartir vivienda o la segregación de las ciudades en guetos.

Pero hay más. Cuando el sistema económico obliga a las personas a desembolsar un gasto mensual en vivienda completamente desorbitado, esto automáticamente significa que todo ese dinero no se destina al ahorro, a la inversión o al consumo. Cada euro que se va a pagar la cuota de una hipoteca o un alquiler, no se gasta en un restaurante, en un comercio del barrio o en un viaje. El rentismo, además, es una de las actividades económicas más improductivas que se puedan imaginar: con un nivel de innovación prácticamente nulo, sin valor añadido y con una creación de empleo mínima. Un agujero negro que sustrae cantidades ingentes de capital al resto de la economía del país. Una absurda ineficiencia económica que se suma al sufrimiento social.

Cuando el sistema económico obliga a las personas a desembolsar un gasto mensual en vivienda completamente desorbitado, esto automáticamente significa que todo ese dinero no se destina al ahorro, a la inversión o al consumo

Es muy positivo que El País —el buque insignia de la progresía mediática y periódico de cabecera del PSOE— publique en su portada digital una pieza como esta y se atreva a titularla «Vivienda, emergencia total». Lo que ya no es tan positivo es que se renuncie a aportar ninguna solución y se abrace, de hecho, el argumentario habitual del socioliberalismo para inducir a la resignación. «Pero la realidad, coinciden los expertos y admitió la propia ministra, es que no hay soluciones mágicas y llevará años enderezar el rumbo«, sentencia El País.

Claro. La situación es terrible pero no hay nada que podamos hacer. No hay soluciones mágicas. Es un problema demasiado complejo. La ministra [del PSOE] dice que qué le vamos a hacer. «Los expertos» —como aquellos de la época de la austeridad salvaje— dicen que la vida es así. Hay una disfunción brutal en el mercado de la vivienda que destruye las vidas de la gente y supone un lastre insoportable en la economía, pero te tienes que aguantar porque se trata básicamente de un fenómeno meteorológico.

En esta combinación —una denuncia de los desmanes del capitalismo combinada con un llamamiento a la resignación—, reside el principal pecado —o crimen, si entendemos que hay dolo— del socioliberalismo sistémico. Denuncian la injusticia para no ser condenados al ostracismo por parte del electorado progresista, pero, al mismo tiempo, canalizan toda la energía política y moral que se deriva de la indignación que produce tal injusticia hacia un agujero negro de impotencia.

Pero es mentira que no se pueda hacer nada. Por supuesto que se puede resolver el problema de la vivienda. Basta aplicar hasta sus últimas consecuencias el artículo 128 de la Constitución española y poner toda la riqueza —incluida la riqueza inmobiliaria— al servicio del interés general. Pero los mismos medios de la progresía mediática que te dibujan con pelos y señales la «emergencia total» ya se ocuparán también de intentar que fracase electoralmente cualquier partido que se atreva a mirar a los ojos a los rentistas y a los especuladores para garantizar el derecho a la vivienda del 100% de la población.


Madrid –

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