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El lloriqueo del poder político y mediático italiano en defensa del genocidio israelí

Lo que supone un punto de inflexión es la intervención del Presidente de la República. En un comunicado, Mattarella expresa su solidaridad con Molinari. Es el «mundo al revés» del que hablaba Eduardo Galeano


Maurizio Molinari es el director de uno de los principales diarios italianos, La Repubblica. Para ser más exactos, el segundo de Italia, aunque lleva años en crisis, con una caída de ventas que se ha acelerado desde la llegada de Molinari en 2020.

Asimismo, Molinari es también director editorial del Grupo Gedi (propietario de La Repubblica), propiedad de la familia Agnelli-Elkann y uno de los principales grupos editoriales del país.

Más allá de la prensa escrita, Molinari es una presencia habitual en televisión. Desde las cadenas públicas y las privadas, sus opiniones llegan prácticamente a diario a los hogares de los italianos. Como cuando llegó a exigir públicamente disculpas a una colega, la periodista La Sorella, acusada de poner en tela de juicio la veracidad de la noticia difundida masivamente por todos los medios sobre los supuestos 40 niños decapitados por Hamás el 7 pasado de octubre (difundida por la Repubblica del propio Molinari y desmontada más tarde como un bulo).

Hace unos meses ha publicado el último de sus numerosos libros: Mediterraneo conteso. Perché l’Occidente e i suoi rivali ne hanno bisogno. Publicado con Rizzoli, editorial histórica adquirida en 2015 por el grupo Mondadori (controlado desde 1991 por Fininvest, cuya presidencia ostenta Marina Berlusconi, hija de Silvio); antes de la venta las respectivas cuotas de mercado eran del 14 y el 28 por cien. No estamos hablando precisamente de las migajas del mercado editorial.

Molinari se ha recorrido la «bota» de Italia para presentar su último libro y participar en debates centrados en la situación económica que atravesamos.

El 15 de marzo llegó a la Universidad Federico II de Nápoles, que este año celebra su 800 aniversario, para un debate en el que también participaba el rector de la universidad, Matteo Lorito.

Algunas decenas de estudiantes, hombres y mujeres, organizaron una protesta: pancartas y gritos contra Molinari, al que acusaron de abrazar la propaganda de Israel y, por lo tanto, de haber alineado a La Repubblica, que sigue siendo considerado como uno de las puntas de lanza del «progresismo», a favor del genocidio en curso en Gaza.

Una protesta respaldada entre otros por un ex periodista del suplemento semanal Venerdì di Repubblica, Raffaele Oriani, que en una carta de la siguiente manera explicó los motivos de su dimisión tras 12 años de colaboración:  «Esta masacre [en Gaza] tiene una cobertura mediática que la hace posible. Esa cobertura somos nosotros. Al no tener ninguna posibilidad de cambiar las cosas, y con un retraso del que me siento responsable, he decidido marcharme».

En ese momento, se suspende el acto previsto. En palabras del propio Molinari, que tuvieron inmediatamente una enorme difusión y se publicaron en su propio periódico el pasado 16 de marzo: «Con gran pesar he preferido renunciar a la conferencia prevista […] atendiendo a los riesgos para la seguridad pública provocados por un pequeño grupo de manifestantes».

Así, pues, como él mismo escribe, no se le impidió hablar, sino que decidió no celebrar el acto. Una versión que, si a alguien le hubiera dado por preguntar un poco a los estudiantes, se habría visto confirmada. Y a la que además habría podido añadir algunos detalles: la asistencia al acto era por invitación —ya que hablamos de restricciones—; los estudiantes fueron empujados, zarandeados y en algunos casos recibieron patadas de los policías presentes fuera de la universidad; la propuesta de encuentro de Molinari era en realidad una propuesta para recibir a una delegación de tan solo dos «manifestantes» estudiantiles, a lo que los estudiantes replicaron pidiendo la posibilidad de un debate colectivo, que no tardó en ser rechazado. A la luz de la versión de los estudiantes, ¿quién rechazó el diálogo?

A pesar de todo, la versión que se difunde inmediatamente es que los estudiantes impidieron hablar a Molinari, que le privaron de su libertad de expresión.

Siguieron las reacciones del mundo de la política. La Ministra de Turismo Santanché, que antaño se declaró «orgullosamente fascista«, escribe que «los fascistas de izquierdas continúan aporreando la libertad de expresión». Quizás para ella sea una forma de hacer un cumplido…

El ministro de Agricultura Lollobrigida —cuya esposa, Arianna Meloni, hermana de Giorgia, puso hace unos meses una querella contra un dibujante, Natangelo, por una viñeta publicada en Il Fatto Quotidiano— se erige en paladín de la libertad de expresión y llega a afirmar que «la tolerancia hacia estos episodios condujo en el pasado al terrorismo».

Posiciones compartidas por el presidente del Senado, La Russa, segunda magistratura del Estado, orgulloso de los bustos de Mussolini que tiene expuestos en su casa y cuya carta fue publicada en La Repubblica (¡ups!) el pasado lunes 18 de marzo, carta en la que afirma que lo sucedido en Nápoles «trae a la memoria hechos y eslóganes de los años setenta («Fuera los fascistas de la universidad», etc.) […] que luego fueron una de las causas del nacimiento del terrorismo».

El ex primer ministro Gentiloni (PD), ahora Comisario de Economía de la UE, habla en X de un «episodio feo. Se está creando un clima peligroso». En la misma línea se manifestó la secretaria general del PD, Schlein: «Es grave que alguien impida una iniciativa pública». Para terminar con Fratoianni, secretario general de Sinistra Italiana: “La censura no puede tener carta de ciudadanía en las universidades italianas”.

Sin embargo, lo que supone un punto de inflexión es la intervención del Presidente de la República. En un comunicado, Mattarella expresa su solidaridad con Molinari y añade que «lo que hay que prohibir en las universidades es la intolerancia, porque son incompatibles con la universidad quienes pretenden imponer sus ideas impidiendo expresarse a quienes piensan de forma diferente».

Es el «mundo al revés» del que hablaba Eduardo Galeano.

Todo el arco político parlamentario y el conjunto de las instituciones quieren presentar a Maurizio Molinari como «una persona a la que no dejan hablar». Uno de los rostros del poder mediático progresista (director del segundo diario de Italia, presencia habitual en televisión, publicado por las grandes editoriales italianas) sería una especie de «sin voz».

En cambio, los y las estudiantes son tachados de escuadristas, violentos, intolerantes, ignorantes. Y, por supuesto, antisemitas. En la línea de lo que declararon desde el primer momento los presidentes de las comunidades judías italianas, que escriben que Molinari estaba siendo atacado «sólo porque es judío». Una auténtica difamación.

A esos mismos estudiantes, atacados durante días, ni siquiera se les concedió el derecho a defenderse de tales acusaciones. La rueda de prensa que convocaron tras la protesta y las declaraciones de Mattarella fue boicoteada por los medios de comunicación. El comunicado de prensa que enviaron a agencias y redacciones no aparece en ninguna parte, salvo en resúmenes de unas pocas líneas y alguna mención insignificante.

Por supuesto, a los mismos que se rasgaron las vestiduras en defensa de Molinari, a quien supuestamente se habría impedido hablar, no les quedan vestiduras que rasgar en favor de las y los estudiantes a quienes se impide tener cualquier tipo de espacio mediático para expresar sus posiciones y defenderse de acusaciones a veces indignantes (como la de antisemitismo).

En defensa del poder mediático sí; en defensa de los verdaderos «sin voz» ni hablar.

Por no hablar del hecho de que, desde la ultraderecha hasta los progresistas, con apenas excepciones, no se ha alzado ni una sola voz para defender el derecho a disentir, que se declara sagrado cuando los medios y los políticos hablan de lo que ocurre en el extranjero, pero que manifiestamente aquí, en nuestro país, no es la “sal de la democracia”, sino un capricho del que se puede prescindir sin mayor problema.

Sin la defensa del derecho a disentir —que no solo se defiende cuando se está de acuerdo con las posiciones expresadas y las formas utilizadas— no hay freno a los ataques a las libertades individuales y colectivas. De esta guisa, tan solo unas horas después de la protesta, el principal diario italiano, Corriere della Sera, advierte ya de que «los episodios que han venido repitiéndose en las universidades podrían llevar a bloquear, o al menos limitar, las protestas fuera de las aulas en las que se celebran conferencias y reuniones que podrían dar lugar a protestas propalestinas y antiisraelíes. […] No pudiendo prever todas las protestas, se aumentará la vigilancia antes de los encuentros que sean a puerta cerrada o por invitación. Al objeto de impedir eficazmente el acceso a quienes pudieran haber organizado una manifestación que pudiera provocar la interrupción del acto» (Corriere della Sera, 17 de marzo).

En definitiva, cualquier cosa menos el «libero fischio in libera piazza» [libertad para abuchear libremente en la calle], expresión del antiguo partisano socialista y ex Presidente de la República, Sandro Pertini.

La Italia en la que vivimos hoy es un país en el que las protestas y la disidencia se consideran cada vez más como un inconveniente que hay que arrinconar. El modelo que persigue el bloque social en el poder no es tanto la eliminación formal de estos derechos como su vaciamiento sustancial. De tal suerte que, sobre el papel, podamos seguir discrepando y protestando, pero sin molestar a nadie.

Esta es la democracia soñada por el poder político, mediático y económico, aquella en la que el conflicto se expulsa o se embrida. Para que lo único que quede de «democrático» sea el nombre.


Traducción: Raúl Sánchez Cedillo

Madrid –

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Editorial

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