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La rebelión de los bordes

Las urgencias de los hospitales y los cementerios están llenas y llenos de hombres y mujeres con ansiedad, con un dolor en el pecho que denota que están hasta el gorro de remar en la orilla, de achicar agua, del todo


Hay gente que deja a un lado del plato los bordes de la pizza, con asco, con desprecio. Culpándoles por algo que no saben qué es. Cosas suyas.

Hay gente que se come esos trozos por pena, por no dejarlos allí, a la vista de todo el mundo.

Y hay gente que simplemente se zampa el corniccione porque es parte de la pizza, de la vida. Y porque están ricos.

Es una manera de valorar al resto de la pizza. Y saber que aunque el queso, el tomate y el pepperoni te hacen la boca agua… el borde tiene que estar ahí, y no pasa nada. Se come y punto.

Soy fan de Vito Corniccione. La famiglia. El todo. Full equip.

No soy de los que se comen la nata y dejan el bocadito de nata sin nata, sin nada.

De hecho la ley del embudo, lo ancho para ti y lo estrecho para mi es una carretera de un sinsentido.

Me pregunto si los que apartan con precisión de cirujano el corniccione son los mismos o mismas que en la vida solo se quedan con lo que les conviene y dejan a un lado otras “cosas” que no les cuadran. Eso que les retrata.

Cuando despertaron el corniccione seguía ahí. Mirándoles.

El todo frente a la parte. Arrancan de cuajo lo que no les gusta y a correr.

Y si te pica, te rascas.

Empezaron con el pan de molde y van camino de extirpar todo lo que les molesta de la vida. Cualquier día empiezan con los bordes de la tortilla.

O con el amigo que llora, el hijo que saca malas notas (porque el sistema educativo es una mierda) , el perro al que no pueden colocar en verano, o la amiga que se deja la piel por ti pero hay que apartarla mientras no sea estrictamente necesaria.

El que sobra eres tú.

Tampoco sobran las porciones de empanada de zamburiñas que llevan el borde incluido. No.

Ni la parte del arroz con leche que no lleva canela.

Esa gente que solo quiere la parte final del cono del helado porque es la mejor.

Cuando tú llevas media hora peleándote con una insípida galleta y un helado que chorrea por todas partes.

Esos que no se mojan ni bajo la lluvia. Nunca llueve a su gusto.

Lloran en verano por la sequía y en invierno por las lluvias.

Le quitarían la lluvia al invierno para ponérsela al verano. Y así con todo. Su todo que es nada.

Los mismos que te echan de la acera con su paraguas aunque ven que tú llevas una bolsa de Pryca en la cabeza, y te estás calando.

—En la vida no se puede tener todo, Guillermito, me decía mi abuela.

Al mismo tiempo me regañaba que no se podía coger media tajada de merluza a la romana, porque había que comérsela toda.

—No vayas por ahí picando como una gallinita.

Las dos ideas se complementaban. Y sin espinas.

Si abres el melón ya no lo puedes cerrar. Melones de la vida.

Esos ansias que lo quieren todo, pero solo el todo bueno, el tutiplén. Y no lo quieren para repartir sino para saciarse. Lo individual destrozando a lo colectivo.

No todo el mundo que salta la valla de Melilla tiene un hijo (o dos) que es capaz de ganar la Copa del Rey, del rey que construyó las vallas y financió las pateras.

La madre de Nico e Iñaki Williams (María) se jugó la vida entera, no un trocito, para llegar a Bilbao.

Cuando se subió a la patera ella seguramente hubiera querido llegar a su Ghana natal (antes de que llegaran los europeos) pero sabía que la embarcación iba rumbo a Canarias. La terrible Europa.

Como la madre de Machado, que iba camino de Francia pensando que volvía a su querida Sevilla.

No se puede tener todo. Huir y llegar al lugar que más amas en el mundo.

El exilio te mata, como Madrid.

No todo el mundo que informa sobre la guerra de Rusia acaba en una celda polaca, salvo que informes bien sobre las tretas de la OTAN y compañía.

Borrell tampoco se come el corniccione.

Como esa gente que solo repara en los cumpleaños y en los entierros. Esos que se metería en la tarta Sacher, en el ataúd o en las faldas del cura porque en vida no hicieron más que mirar para otro lado. Egoísmo en vena, pero no se saltan una misa de difuntos. Que hay que salir en la foto. Extrema unción en botijos de Mahou.

Perro ladrador, poco acompañador.

Hay nuevos partidos que se dicen de izquierdas que desechan todo lo que huele a derechos sociales y compromisos con los más desfavorecidos.

Se tiñen el pelo, se compran ropa cara pero el alma es de SEPU. Que no te engañen.

De la izquierda no les gusta el corniccione, solo la etiqueta. “Soy progresista porque el mundo me ha hecho así”. Por el qué dirán. Por Garamendi y Amancio (el futbolista no, el otro).

Tienen jaqueca de tanto arrimar el ascua a su sardina. Sardina trepadora, la exploradora. Cuando les dan la patada de Charlot ya no saben a qué farmacia acudir ni qué remedio pedir.

Tendrán que buscar curro.

—No tengo edad, pensarán.

Luego están los partidos más de izquierdas a los que les encanta la pizza entera pero solo si está recién hecha.

Eso de meterla en la nevera y recalentarla en el horno al día siguiente… Nasti de plasti.

No ves una persona de más de 50 años en sus filas ni aunque hubiera caído del cielo de chemtrails una pandemia o una Ayuso que se cargara a todas las personas de 49 para abajo.

Los de 60 son jarrones chinos. Ni están ni se les espera.

Aunque saben más que los ratones coloraos y harían un gran servicio al finado antes de ser finado.

Con lo bonito que es quedarse con todo. Con la juventud y la senectud.

Y por supuesto hay gente que va a trabajar para jugar al solitario. Lo que más les gusta es la nómina, el sudor de el de enfrente y tocarse las pelotas o los ovarios a dos manos.

La nómina sí, el corniccione del curro diario no.

Se cogerían una baja laboral por jetas de la vida día sí y día también si pudieran. Sí se puede. Sí se puede dejar al resto del equipo tirado.

Los demás que arreen. Que se coman los bordes.

El borde eres tú.

¿Veis? De la pizza solo les gusta lo que les gusta. Lo jugoso, lo cremoso, lo que entra solo en el estómago, sin necesidad de regarlo con lágrimas de facha.

Dejan los bordes en el plato, con desdén. Cabreados porque esas cosas existan. Si les trajeran la pizza sin corniccione le montarían un pollo al camarero, aunque luego no se la coman. Pero tiene que estar allí. Impasible el ademán. Que esté pero que parezca que no está.

Mucho pan para tan poco chorizo.

El que solo atiende en ventanilla al que tiene algo bueno que ofrecer.

Esos que echan el cierre al que no trae un pan bajo el brazo (ni una pizza).

—Bastante tengo con lo que tengo.

A este paso los contenedores marrones de las ciudades van a estar rebosantes de corniccione. Terminarán deambulando por la calle como los jabalíes por Badalona.

Adopte a un corniccione.

Es más indigesto, más áspero… pero contiene un montón de proteínas y experiencia.

La gente dejará de vender oro por la calle y venderá corniccione.

La rebelión de los bordes.

Algún día iremos a la boda de un corniccione con la prima del rey de la pizza cuatro estaciones. En la iglesia de “no hay mal que por bien no venga” Carrero Blanco.

Los que quitan el corniccione son los mismos que le ponen un regimiento de guisantes a la paella, estoy convencido.

Los que llaman ensaladilla europea a la ensaladilla rusa (y encima le echan más guisantes).

No dan una a izquierdas.

Los mismos que riegan de Farmatint su cabellera para parecer más jóvenes.

O los que se ponen peluca. No se puede ser calvo y tener pelo. Elige.

Vivan las canas, que no las caenas. Vivan las calvas. Iniesta de mi vida.

Y luego están los que se indignan por las imágenes diarias de Gaza pero te sueltan un: —¿Y Hamás… qué?

—Que te vote Hamás, que te vote Txapote.

De la paz global se quedan con la parte que les conviene: la guerra. Tienen la piel muy blanca y los ojos muy azules. Y camisas planchadas al estilo Yolanda Díaz.

Perdona, pero la humanidad es un todo. No un hombre caucásico en un Maserati con una novia caucásica que se mueve al son de un ventrílocuo piripi (por ser benévolo).

Porque también están los que piden a gritos (por lo bajini) un estado palestino pero se pasan el día llamando a algún lugar de Bizkaia para que sigan fabricando 24/7 misiles que caerán dentro de unas semanas en algún hospital o alguna tienda de campaña improvisada de Gaza.

Los mismos que en el corrillo de padres y madres de la obra de teatro de sus hijos dicen adorar a sus churumbeles y unos días después los asfixian con sus propias manos o les pegan un tiro en la sien o en el corazón porque su ex no quiere volver con él.

De la paternidad se quedan con lo que les conviene, lo que ya no existe: Ella.

Y ella ya no está. Sus hijos tampoco.

En la cárcel le quitará también los bordes a la pizza, congelada.

La gente no quiere tragar con el corniccione como no quiere tragar con el compromiso (no escrito) que significa vivir en armonía con tu puto entorno.

Las urgencias de los hospitales y los cementerios están llenas y llenos de hombres y mujeres con ansiedad, con un dolor en el pecho que denota que están hasta el gorro de remar en la orilla, de achicar agua, del todo.

Gente que se come hasta las migas de la pizza y por eso están ahí. Esperando a Godot. A ver si les cura y pueden seguir remando por los demás o al menos por ellos mismos.

Si se mueren será por la comida de mierda que da Ayuso en los hospitales públicos, porque de lo otro se sale. Sí se sale.

También estamos los que nunca asomamos el morro por esos lugares, preferimos el cine, la ficción. Pipas, pizza y cuartos de final de Champions.

No pueden perder siempre las mismas. Xavi quédate.

En mis 30 años como reportero he conocido a figurettis que solo querían presentar programas, a camarógrafos que llevaron a su mejor amigo herido de muerte por un misil estadounidense en un taxi bagdadí camino del hospital y hasta a gente que pensaba que era una profesión como otra cualquiera. Que lo es.

Ahora creo que estamos rodeados de figurettis. Se ha perdido la profesión por el camino, por el desagüe. Por el camino de los recortes al compromiso, de dejar fuera los bordes de la pizza, el queso de la pizza, el orégano de la pizza, la albahaca de la pizza, la pizza. La calle para quien se la trabaja. Il pizzaiolo.

El gluten, la alergia al tomate, la intolerancia a la lactosa. La puñetera ensalada de rúcula de la cena.

Un yogur y a la cama.

Y qué me decís de los que en la relación (o llámale X) solo quieren la parte del sexo, o de la amistad, del follamigo, o eso tan terrible que supone estar todo el día a cuestas con la Cofradía del Santo Reproche. Se olvidan que lo que mola es el todo. Mire usté.

El antes, el mediante y el después. Y si no… sola y solo se está de maravilla.

Filmin en vena.

Sin bordes, sin borderline.

Y qué me decís también de los hermanos y hermanas que solo te respetaban y te “querían” cuando salías en la tele o publicabas un libro. Esos y esas que se borraron cuando la crisis del 2008 te metió una mascletá de Almeida en toda la linea de flotación y te puso de patitas en la calle. Golpes de ciego S.A.

Se quedaron ahí, al borde de mi precipicio, mirando… para dinamitarte, juzgarte, comerse tus entrañas y no dejar ni los bordes.

Por suerte tú también les arrancaste de tu vida. So long.

Esa persona supo caminar por el borde, que es lo más jodido. Lo jodido no es el abismo, es caminar por el borde (sin red), como bien dice un amigo mío que es una mezcla entre Jerry Lewis y Gregory Peck.

Lo confieso, nunca me he comido el corniccione de nadie, ni he apartado el mío. Me gusta comerme todo. Soy un disfrutón.

Eso sí, no me pongas piña en la pizza, en los tacos al pastor… sí.

No seas borde.


Fotografía: Willy Veleta

Madrid –

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Editorial

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