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Nivel educativo

n03 / Zuma Press / ContactoPhoto

La filfa del nivel educativo

En una encuesta reciente, aparecían datos como que el 52% de la población opina que la educación es hoy peor que ayer o que el 55% cree que el alumnado sale peor formado de la escuela


En la película de Scorsese, “El lobo de Wall Street”, hay un diálogo entre Leonardo DiCaprio y Matthew McConaughey, en el que este último hace referencia a una filfa:

Regla número uno en Wall Street: nadie, aunque seas Warren Buffet o Jimmy Buffet, nadie sabe nunca si un valor va a subir, bajar, ir de lado, girar en putos círculos y mucho menos los brokers. Es todo una filfa, ¿sabes lo que es una filfa?

No.

Filfa, algo falso, sí, filfa, filfa, una farsa, un artificio, pura fantasía. No existe, no se posa, no es material, no sale en la tabla periódica. Es jodidamente irreal.

Este diálogo tiene para mí mucho que ver con uno de mis temas favoritos sobre educación, uno de los que más se reproduce periódicamente en las discusiones educativas y uno de los más difíciles de desmontar. La máxima de que el nivel educativo es cada vez más bajo se ha convertido en un axioma del debate educativo, social y generacional desde el origen de los tiempos. Esta idea se encuentra ampliamente anidada en nuestro sentido común en todos los ámbitos, pero especialmente en educación.

Hasta tal punto ha calado este marco que es, relativamente frecuente, encontrar gente de pensamiento de izquierdas que sostiene y defiende esta idea, aunque ésta forme parte, por su naturaleza, del marco de pensamiento educativo más conservador.

Así, en una encuesta reciente, aparecían datos como que el 52% de la población opina que la educación es hoy peor que ayer o que el 55% cree que el alumnado sale peor formado de la escuela.

Nada nuevo en el horizonte, Establet y Baudelot (1990) se remontan a 1820 para encontrar afirmaciones sobre la “vergonzosa ignorancia de los bachilleres”, González Manzano (1975) se preguntaba por el “Bajo nivel intelectual” del alumnado y lo atribuía a la falta de hábito de estudio, la vida cómoda y facilona, la necesidad de menos libertad y disciplina en las escuelas e incluso la alimentación (¿te suena esto?), García Alas y Argüelles (1922) daban un discurso inaugural en la Universidad de Oviedo en estos términos:

«Nuestros tiernos bachilleres llegan a la Universidad en estado deplorable. Son niños, como he dicho, y a los niños no se les puede pedir lo que se pide a los hombres. Ni tienen cultura general, ni han definido su vocación, ni pueden interesarse seriamente por lo que van a estudiar, porque en la inmensa mayoría de los casos no están capacitados para entenderlo.»

O más antiguo aún, la famosa cita apócrifa atribuida a Sócrates en la que se expresaba sobre la juventud así:

“La juventud de hoy ama el lujo. Es mal educada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores y chismea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran al cuarto. Contradicen a sus padres, fanfarronean en la sociedad, devoran en la mesa los postres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros.”

No obstante, me cuesta calificar de otra forma que no sea pensamiento mágico del más alto nivel, este ensañamiento permanente contra la juventud (que reconozco saca lo peor de mí), sostenido a través del tiempo y que colisiona frontalmente con la mejora patente de todas las áreas de conocimiento que experimentamos en nuestras sociedades modernas y que, según este discurso de la bajada del nivel, deben haber sido obra de hombres y mujeres cada vez más ignorantes, incultos e incompetentes que sus antepasados.

Todos los indicadores que tenemos: la tasa neta de escolarización entre los 16 y los 24 años en los últimos 20 años, la tasa de idoneidad (las personas que están en el curso que les corresponde por su edad), la esperanza de vida escolar (el tiempo que estamos estudiando), el porcentaje de la población de entre 20 y 24 años que termina segunda etapa de secundaria, la tasa de graduación de la ESO y de bachillerato y, por supuesto, el abandono escolar temprano que sigue siendo un problema pero que ha mejorado bastante… Todos estos datos deberían hacernos pensar que el nivel educativo de la población sube, pero los defensores de la bajada de nivel pretenden convencernos de que estos indicadores forman parte de una conspiración para ocultar una realidad incuestionable y obvia de la que solo ellos y ellas son conocedores: que el nivel educativo está por los suelos.

Y es aquí donde, para mí, hay que tener en cuenta lo que Gimeno (2009) plantea sobre el marco de pensamiento desde el que siempre se inicia este debate:

“Las coordenadas de la discusión las establecen, pues, quienes dan por hecho el declive. Quienes consideramos que esa tesis es incorrecta, nos vemos obligados a aportar pruebas en contra de la misma y a desempeñar el papel de optimistas, al menos desde una perspectiva histórica. No faltará quien nos califique de ingenuos y de desconocedores de la realidad y hasta nos acuse de complicidad política. Consideramos que las pruebas para sentirse pesimista no son suficientes, que a veces son equivocadas y, en cualquier caso, no consideran la complejidad que encierra el querer saber si el nivel sube o si baja” (p. 55).

¿Qué es el nivel? Empezamos mal

El primer aspecto que debemos tener en cuenta al hablar del famoso nivel es que nadie sabe lo que es, y justo ahí radica su potencia como concepto conservador; vale para todo. Establet y Baudelot (1990) se referían a esta característica en estos términos:

“Por mucho que la noción de nivel se revista de las apariencias más exigentes de un instrumento de medida objetivo y universal, su originalidad consiste en no medir absolutamente nada. El nivel se celebra o se deplora, se decreta o se rechaza, se eleva o se baja, se alcanza o se supera: jamás se mide. Aquí estriba su fuerza y su principio de norma social y escolar. La medida es más rigurosa porque es de goma.” (p. 21)

Comprobar el aumento de la vida media o la altura en la población es fácil y nos permite concluir que ambos han aumentado. Pero hablar del nivel es radicalmente diferente por la cualidad de los datos, ya que estos, entre épocas diferentes, no son homogéneos. Así hacía hincapié Gimeno (2009, p. 56) en este aspecto cuando decía: “Nuestros hijos leerán, con seguridad, más ahora que los jóvenes en el pasado (que éramos nosotros). Pero, sobre todo, hay que hacer notar que leen textos muy distintos.”

En un contexto donde los jóvenes gozan de una educación más extensa y accesible que en épocas anteriores, es incoherente concluir que los tiempos pasados fueron mejores en términos educativos, a menos que se sostenga que la educación en sí misma o lo que hacemos en las aulas perjudica el avance individual y colectivo.

Esto no quiere decir que no haya habido cambios, que no existan problemas en educación o que no haya que hablar de ellos y exigir y plantear soluciones. Nuestra obligación es buscar la mejora educativa de forma permanente, pero, en mi opinión, esta no puede llegar desde un análisis nostálgico, poco riguroso y de marcado menosprecio a la juventud. Un análisis basado en el ensalzamiento de nuestra propia historia personal sin un contraste más amplio y complejo es siempre sesgado y nos llevará a un diagnóstico y unas propuestas erróneas.

Primer problema: Comparar peras con manzanas

Los cambios en los sistemas educativos reflejan las transformaciones culturales, sociales, y tecnológicas de nuestra sociedad y viceversa. En décadas pasadas, ciertas habilidades y conocimientos eran piedras angulares de la educación, dictadas por las necesidades y valores predominantes de la época. Por ejemplo, la habilidad en la caligrafía y la capacidad para realizar cálculos mentales rápidos eran vistas como esenciales antaño. Mientras que en la actualidad estos conocimientos han dejado de ser tan relevantes y otros han ocupado su lugar: la importancia de los conocimientos está en constante evolución.

Así, en el mundo actual, resultan más relevantes conocimientos tecnológicos profundos, el análisis y contraste de la información a la que se tiene acceso o la comprensión de fenómenos económicos y geopolíticos complejos, por ejemplo.

Estos cambios no son meramente un ajuste en los contenidos, sino un reflejo profundo de cómo las prioridades sociales, profesionales, culturales, de investigación, … se reconfiguran con el tiempo. Esto no solo afecta a los currículos escolares, sino que permea todas las esferas de la vida y de la cultura. Reconocer y adaptarse a estas transformaciones es crucial más allá de los sistemas educativos, para toda la sociedad, ya que prepara a las nuevas generaciones no solo para integrarse al mundo actual, sino para ser protagonistas activos en la creación del futuro.

A todo este cambio de prioridades y prelaciones entre los diferentes conocimientos, se le suman los cambios dentro de las propias áreas de conocimiento fruto de los descubrimientos y avances dentro de ellas: Mi padre siempre cuenta que cuando era pequeño el pescado azul era malísimo hasta que se descubrieron los beneficios de las grasas insaturadas, igual pasó con el aceite de oliva, con el chocolate, … y si nos remontamos más atrás en el tiempo es fácil encontrar muchos de estos ejemplos.

Estos cambios con respecto a los conocimientos en estos dos planos hacen que sea imposible valorar entre generaciones con respecto al nivel de conocimientos de cada una ya que en primer lugar habría que determinar cuáles eran todos esos conocimientos y qué relación existía entre ellos (cuestión imposible de dilucidar incluso en la época actual).

Segundo problema: El punto de vista, la vista de un punto

En las últimas décadas, el sistema educativo ha experimentado cambios profundos. Y algunos de los más notables han sido la universalización de la educación, el aumento de la educación obligatoria y la aparición del concepto de inclusión educativa. No obstante, todos estos cambios que, por sí mismos, representan ya una subida del nivel educativo (ahora encontramos mucha gente en la educación que antes estaba fuera) facilitan y potencian la percepción de que este nivel educativo baja cada vez más.

Y es que desde el punto de vista de un profesor que lleve mucho tiempo ejerciendo, estos cambios pueden contribuir a la percepción de que el nivel educativo no para de bajar y que esto es un hecho irrefutable basado en su propia experiencia.

Establet y Baudelot (1990) ponen el ejemplo de un profesor de Filosofía:

“Veamos el caso de un catedrático de enseñanza secundaria en bachillerato que enseña filosofía tres horas a la semana. Si compara la amplitud de la cultura filosófica de sus alumnos, su capacidad para razonar y su motivación para filosofar con las que poseía él mismo, solo puede llegar a la conclusión de un descenso de nivel: hace 30 años se llegaba a la clase de filosofía después de 6 años de latín y, a menudo, 4 de griego, y se dedicaban 9 horas semanales a esta materia. La medida de esta degradación puede incluso ser motivo de una validación objetiva: basta con contrastar sus propios trabajos con los de sus alumnos. Técnicamente rigurosa, la comparación no lo es desde el punto de vista demográfico. El profesor de filosofía se equivoca de población. El nivel de los alumnos que se hallan ahora en la especialidad no debe compararse con el de los alumnos de filosofía de hace 30 años, por la sencilla razón de que, hace 30 años no existían esas clases. Sin embargo, esta especialidad acoge ahora a alumnos que hace 30 años habrían abandonado ya la escuela sin la menor formación filosófica. Por malos filósofos que puedan ser, no resulta erróneo llegar a la conclusión de una subida del nivel en filosofía. Algo es siempre superior a nada en absoluto. El profesor atribuye aquí a los alumnos lo que él ve como una degradación de su propia condición.” (p. 26)

Este cambio en la composición del alumnado y en los criterios de acceso a la educación contradicen el «descenso de nivel» tal y como nos explica Alonso y Magro (2024). En realidad, la educación ha progresado al volverse más inclusiva, permitiendo que un espectro más amplio de estudiantes participe en el aprendizaje de diferentes disciplinas. Esto implica que, aunque el nivel de conocimiento específico en algunas áreas pueda percibirse como menor, el nivel educativo general ha mejorado al ofrecer oportunidades a quienes anteriormente estaban excluidos.

Es necesario entender que el lugar desde el que miramos condiciona lo que vemos. Y es por eso que la idea de que el nivel educativo baja tiene tanto éxito: se refuerza con la experiencia cotidiana del profesorado y con la nuestra propia como alumnado pasado. Un profesor o profesora que lleve mucho tiempo enseñando en el mismo curso, ha experimentado una transformación cualitativa de su alumnado: ya no se encuentra ante una élite seleccionada, se encuentra ante la totalidad de la población de alumnos y alumnas. Y dar clase a todos y todas en lugar de a unos pocos seleccionados plantea problemas pedagógicos inéditos y promueve y refuerza el desencanto docente.

No es que haya más problemas de lectura, de conocimiento de historia, matemáticas, respeto al profesorado, o cualquier otra cosa. Se trata, simplemente, de que ahora están en la educación, los que antes no llegaban.

En esta complejidad, tremendamente contraintuitiva, podría incluso darse el caso de que el nivel se hubiera elevado respecto de toda una generación sin que haya progresado en todas las clases. Podría incluso bajar en un montón de clases y subir en la cohorte generacional. Y de ahí, la imperiosa necesidad de ser conscientes de la eventualidad; de lo efímero y puntual de nuestra experiencia propia que debemos contrastar.

El pesimista

Empezábamos este texto diciendo que el asunto de que el nivel baja es uno de esos debates «déjà vu», un tema que está firmemente asentado en el pensamiento de la sociedad pese a los datos, argumentos y explicaciones que se den en contra. Un caso claro del “dato no mata relato” y para cuya solución Gimeno (2009) plantea que hay que hablar del “retrato del pesimista” y en esos términos apunta una idea que me resulta muy interesante:

Aquellos que tuvieron una experiencia escolar en una escuela unitaria, cantando las tablas de multiplicar, el libro de texto único, filtros de exámenes y reválidas, la enciclopedia única como principal fuente de información (si tenía la suerte de tenerlas en casa), etc., solo pueden creer que aquello era tener nivel, si se perciben ese pasado como un gesto heroico. Solo así se puede vincular aquel pasado con algo brillante.

Y aquí hay dos cuestiones a tener muy en cuenta: La primera es que este heroísmo frente a un pasado felizmente superado forma parte de una perspectiva individual, sesgada y que ignora deliberadamente los mecanismos de opresión existentes en la sociedad y en el sistema educativo (estoy pensando, por ejemplo, en la meritocracia o en la relación directa entre clase social y rendimiento académico).

La segunda es que aquí radica la potencia de este marco de pensamiento del nivel que baja; en la presentación del pasado superado como algo heroico y que, por lo tanto, parece más brillante que el presente en el que se encuentran quienes lo formulan. Algo parecido a lo que ya abordé en otro texto de este diario sobre cómo estos marcos de pequeños héroes contra el mundo suponen un ejemplo de fractura micropopulista.

Y es desde ahí, desde donde parte esta argumentación, de la “incontestable experiencia actual”: de la falsa seguridad que aporta la percepción propia sin considerarla en un contexto de explicación más amplio y complejo. Desde esta posición se distorsiona cualquier dato de progreso que pueda ofrecérsele para argumentar en contra y que, en lugar de provocar un conflicto cognitivo, es usado para retroalimentar lo que ya se cree que se sabe: que el nivel baja por debilitarse la exigencia y que esa es la explicación a cualquier dato de progreso, creando un bucle de refuerzo del propio pensamiento del que es muy difícil salir y que, además, se ve sumamente reforzado por los titulares y noticias de los medios de comunicación que refuerzan y, al mismo tiempo, se nutren de estos discursos.

Conclusiones

En definitiva, me gustaría destacar que no se trata de no discutir los problemas que pueda tener la educación en la actualidad. Sino que el marco desde el que nos enfrentamos a este análisis, si es desde la idea de que la juventud siempre está mal o desde la negación de no querer ver la necesidad de contrastar nuestras propias percepciones, es un punto de partida nefasto para encontrar propuestas que, realmente, sirvan para mejorar la educación. Pero, además, hay para mí una pregunta y una idea que merecen la pena plantearnos para determinar nuestra posición en este tema:

La pregunta: En esta valoración que hacemos del presente, desde el pasado, ¿hay una época dorada en la que todo era conocimiento ilustrado? ¿Cuál es? ¿Realmente queremos volver a ella?

La idea: si es imposible hablar del nivel con algo de rigor, si tengo que elegir entre la premisa sin validación ninguna de que baja el nivel o la de que no existe el nivel tal y como dicen Establet y Baudelot (1990, p. 30): “En cualquier caso, el científico y el docente deben preferir la segunda hipótesis: esta tiene en su favor el beneficio de la duda.”


Referencias

Alonso, A. y Magro, C. (2024). Ni éramos más listos antes, ni es peor la escuela de ahora. Infolibre.

Establet, R. y Baudelot, Ch. (1990). El nivel educativo sube Refutación de una antigua ideas sobre la pretendida decadencia de nuestras escuelas. Morata

García Alas, L., y Argüelles, G. (1922). Discurso leído en la solemne apertura del curso académico de 1922-23. Flórez, Gusano y Comp.

Gimeno Sacristán, J. (2009). El nivel sube y cambia. Cuadernos de Pedagogía, (393), 54.

González Manzano, S. (1975). ¿Bajo nivel intelectual? Revista Escuela Española, (2252), año 35.

Madrid –

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