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Claves y reflexiones para entender el debate educativo en redes

Esta coalición, a la que podríamos llamar ‘coalición de la instrucción’, tiene cada vez más recorrido en medios a izquierda y derecha, pero también en los WhatsApps de muchas familias y una parte del profesorado de secundaria.


Esta semana pasada, como viene siendo habitual, saltaba otra bronca en el Twitter educativo. En esta ocasión, por un tweet que ponía un compañero, profesor de matemáticas, en el que se indignaba ante una hoja plagada de cuentas y operaciones, y hacía referencia a la cantidad de tiempo, energía y daño que se hacía al alumnado poniéndolo a trabajar en lo que calificaba de “cosas inútiles”.

Ante la avalancha de comentarios y citas al tuit, en un tono absolutamente fuera de lugar (tanto que tuvo que silenciarlo, y en el que empezaron a aparecer comentarios homófobos), me venían algunas reflexiones y, por qué no decirlo, cierta indignación; pero, sobre todo, pensaba en lo estupefacto que debe sentirse cualquier persona ajena al mundo educativo y a sus debates en redes sociales al ver semejantes reacciones desproporcionadas, comentarios furibundos, ataques personales… desde una parte de los profesionales de la educación. Siendo conscientes además de que este caso del compañero podría ser igual para cualquiera que se atreva a expresar críticas públicamente sobre la enseñanza tradicional o las formas de hacer más instauradas en el imaginario sobre lo que debe ser la educación.

Es una reactividad a la que nos tiene más que acostumbrados, por ejemplo, el debate político en redes, pero que resulta más alarmante cuando se produce por parte de profesionales de la educación. Quizás porque pone de manifiesto algo que algunos se empeñan en negar: que frente a la idea de que los profesionales de la educación poco más que somos seres de luz sin ideología, los y las educadoras, como todos y todas, somos también sujetos políticos y por lo tanto, desligar la ideología de nuestras prácticas y de nuestra identidad profesional es poco más que imposible.

Pero más allá de este marco reaccionario que parece ser —es ya— una característica del momento actual que vivimos, lo que me parece relevante es analizar la construcción del debate educativo en redes sociales y la influencia del pensamiento conservador en ellos.

El debate educativo en redes

Hay para mí dos cuestiones que configuran la situación para que esta batalla cultural en educación pueda darse y que tienen su origen en lo que muchos llaman “malestar docente”:

La primera de ellas es algo de lo que ya hablamos en otro artículo en este diario

La sensación de orfandad de un proyecto educativo que se sostenga a medio-largo plazo y a poder ser, realmente de izquierdas. El cambio legislativo continuo al que se lleva sometiendo a la comunidad educativa desde hace años (y que forma parte de otra batalla cultural política a un nivel superior del educativo) se ha convertido en uno de los principales estresores de profesorado, familias y alumnado. Creando además la sensación de que no se tiene una idea muy clara de hacia dónde ir en educación.

La segunda cuestión es, para mí, el impacto de los avances sociales y educativos, los cuales enfatizan y generan nuevas exigencias (o exigencias no tan nuevas, pero ahora más evidentes) hacia las escuelas y, en consecuencia, hacia el papel del profesorado. Un ejemplo de esto sería cómo la inclusión ha supuesto dinamitar todo el pensamiento establecido sobre lo que significa educar, pese a que los vínculos de la educación y la justicia social ya estuvieran más que planteados hace muchos años.

En el mismo sentido, esta justicia social, cada vez más presente, pone en crisis cuestiones muy asentadas en el pensamiento docente como la meritocracia, la repetición de curso, los deberes… o plantea nuevas necesidades como, por ejemplo, la urgencia de que la escuela eduque en nuevas demandas sociales como cuestiones de género, emociones, el uso de las nuevas tecnologías, … En definitiva, lo importante aquí, para mí, es entender que todos estos avances provocan una reacción (Hirschman, 1989).

Estas dos cuestiones, sumadas a la dejadez manifiesta de nuestros sucesivos gobiernos en cuanto a la dotación de recursos, formación, condiciones laborales y un desarrollo de una carrera docente con sentido y bien planteada, ha generado un malestar docente en casi todos los estratos de la profesión: desde los más conservadores hasta los más progresistas.

Capitalizando el desencanto

Es en esta situación de malestar generalizado donde los marcos de pensamiento conservadores han logrado dominar una parte del debate educativo, obteniendo una amplia difusión. Aunque es justo admitir que estos ya existían, al igual que otros discursos reaccionarios a los que estamos habituados, nunca habían sido tan activos ni tan emergentes como lo son en la actualidad.

En primer lugar, es necesario entender que este fenómeno es internacional y prueba de ello son las investigaciones al respecto llevadas a cabo por Watson (2021, 2022) en las que explica la situación de UK:

Un grupo compuesto principalmente por profesores y que se autoidentifican como ‘tradicionalistas’, ‘neotradicionalistas’ o simplemente ‘Trads’, apareció en Twitter alrededor de 2011. Al mismo tiempo, un grupo progresista opuesto, los ‘Progs’, también emergió […] Al igual que con la investigación presentada aquí, Thomson y Riddle (2019) reconocen que muchos encuentros entre profesores, en un foro de debate identificado como ‘#EduTwitter’, son de buen humor y constructivos, pero que existe una polarización entre ‘Trad vs Prog’ que es agresiva y confrontacional. (p. 306)

Un fenómeno que también está sincronizado, como nos indica García-Martínez (2023, p. 105):

Los indicios apuntan a una sincronización casi perfecta entre la generación de un debate sobre la necesidad de reformas y la aparición de estos manifiestos inmovilistas importados de otros países y la alargada sombra de E. D. Hirsch Jr. y su fundación, que sirven como modelo a imitar por su defensa a ultranza de la educación tradicional centrada en contenidos conceptuales.

Pero, ¿cómo se constituye este bloque de profesorado tradicionalista cuyo discurso ha ido ganando peso y seguidores entre el profesorado y la sociedad?

La explicación para mí está en lo que yo llamo “capitalización del desencanto”: un proceso por el cual todo ese malestar acumulado en el profesorado, de cuya procedencia ya hemos hablado, es usado por el pensamiento neoliberal para agrupar toda esa amalgama diversa de demandas, malestar y quejas individuales, tan heterogéneas y diversas, en una identidad grupal. Esta identidad hace que todas ellas se sientan como demandas colectivas y que, por lo tanto, ahora representen al grupo. Algo parecido a lo que Laclau (2005) llama «cadena de equivalencia».

Si lo pensamos con calma, esta estrategia es habitual en el panorama político en el que nos encontramos. Estamos más que acostumbrados a los discursos que buscan fomentar la creación de un bloque reaccionario y que, una vez constituido, lanza mensajes que promueven narrativas de enfrentamiento con grupos que identifican como diferentes, los “otros”.

La demonización de ciertos grupos como «parásitos», «beneficiarios de ayudas”, “que buscan la paguita” y que, según esta visión, explotan el sistema en detrimento de los contribuyentes, «la España que madruga» es más que habitual, por parte de ciertos partidos políticos. El problema es que en educación la ideología detrás de estos mensajes es más compleja de discernir ya que los marcos de pensamiento conservador resuenan con nuestra enorme experiencia acumulada como alumnado. Educar es fácil cualquiera puede hacerlo, es de sentido común.

Al fomentar tales divisiones, se distrae la atención de las discusiones sustantivas y realmente importantes sobre las políticas, creando una indiferencia generalizada hacia ellas. Un escenario en el que siempre sacan tajada los discursos conservadores que se nutren del aumento del desencanto, del malestar, y que necesita del establecimiento de una “frontera” que dibuje un “nosotros” y un “ellos” en los que proyectar todo este malestar, reforzando así esta identidad de grupo.

Un ejemplo claro para mí de esto que planteo es el caso del famoso “No a los ámbitos” del profesorado de la Comunidad Valenciana bajo cuyo paraguas se articularon demandas, quejas y malestar acumulados de lo más variados y heterogéneos (contra ámbitos, codocencia, ratios, pérdida de nivel, falta de cultura del esfuerzo, el papel de las familias, los políticos, la pedagogía, las nuevas leyes educativas, la pérdida de autoridad del docente…) para formar un bloque común en contra de la implantación de los ámbitos en esa comunidad.

Esta agrupación de demandas diversas logró unir a individuos, asociaciones, fundaciones y algún sindicato con distintas identidades y que ya habían expresado un malestar evidente y que continúan, a día de hoy, gran parte de ellos, funcionando como un bloque común para reclamar una suerte de vuelta a un supuesto pasado educativo ilustrado que nunca existió, pero que, de alguna forma, conforma su identidad de grupo.

Este proceso de conversión por el que demandas individuales de lo más diversas se agrupan en una idea que se siente como representativa del grupo, añade un elemento más a tener en cuenta a la hora de analizar la construcción de la identidad docente y en base a qué experiencias, conocimientos, sentimientos y necesidades creamos nuestras convicciones pedagógicas.  Facilitando que estas pueden darse, en algunos casos, en contra de nuestra ideología política (ser de izquierdas en todas las esferas de nuestra vida, pero entender la educación bajo una lógica conservadora). Un elemento que debería preocuparnos y mucho en las facultades de educación.

La situación actual

La idea de estos discursos, por lo tanto, es tan simple como efectiva: aprovechar el caldo de cultivo que crea una situación sostenida de muchas quejas, demandas e insatisfacciones como las que ha acumulado el profesorado desde hace años, usar mensajes y discursos que capitalicen ese desencanto para crear un grupo reaccionario sólido, vinculado a través de una identidad, que lanzará nuevos mensajes para potenciar marcos de pensamiento educativo conservador que van calando y reafirmando posiciones al mismo tiempo que generan un “fractura micropopulista” (Watson, 2021).

Mensajes y discursos del tipo: los alumnos son unos vagos, el nivel cada día está más bajo, falta cultura del esfuerzo, los pedagogos son los que hacen las leyes, la ley la elabora gente que no pisa aula, la nueva pedagogía es la culpable de que los niños y niñas no tengan tolerancia a la frustración, lo importante es saber de la propia disciplina no de pedagogía ni didáctica, las familias están en contra del profesorado, la inclusión baja el nivel, la escuela está para enseñar y la familia para educar, la tecnología está haciendo a los niños tontos, la educación actual está ideologizada… que siempre han estado, pero que ahora se lanza de forma sistemática y coordinada como consignas en redes sociales, ocupando los espacios del debate educativo.

Podríamos seguir enumerando estos marcos, muy reales porque están presentes en muchas de las ideas que la sociedad y gran parte del profesorado tienen sobre la educación. No obstante, más que desmontarlos uno a uno, lo interesante es ver la cualidad que comparten todos ellos. Al igual que los discursos que Watson (2021) llama “Nueva Derecha 2.0”, son ideas que tienden a crear esta fractura micropopulista, colectivizando y agrupando toda esa insatisfacción bajo un mismo concepto identitario. En este caso, la fuerza de dicho concepto se basa en presentar al profesor tradicional como David contra Goliat: un pequeño héroe luchando contra pedagogos, legisladores, políticos, familias, alumnado y sociedad, todos empeñados en destruir la educación y el “conocimiento ilustrado”. Frente a ello, se erigen como el último baluarte de defensa.

Idea muy emocional que los convierte en muy reactivos en los debates públicos o de redes sociales pero que contrasta con la escasa movilización profesional del sector. Ya que, de alguna manera, estos discursos populistas centrados en dividir a la comunidad educativa generan un escenario de pelea “del último contra el penúltimo” que no permite poner el acento en las demandas sustanciales que podrían llevar a unión y la movilización real de toda la comunidad educativa.

Conclusiones y algunas claves

Hasta aquí, he tratado de explicar cómo se ha configurado, a mi juicio, la batalla cultural en educación que existe en la actualidad, y que puedes ver fácilmente en Twitter.

Pero dado el peligro que señala Gortazar (2022): 

Esta coalición, a la que podríamos llamar ‘coalición de la instrucción’, tiene cada vez más recorrido en medios a izquierda y derecha, pero también en los WhatsApps de muchas familias y una parte del profesorado de secundaria. También se prodiga con mucha asiduidad en Twitter, con estrategias de acción parecidas a las de los exitosos movimientos populistas que han crecido al calor de esta red. A pesar de que el discurso es reactivo y las propuestas son de momento escasas o inconsistentes, la coalición de la instrucción auspiciada por este matrimonio de intereses está avanzando en el debate público.

Y especialmente la confusión ideológica que de esta situación se deriva y a la que nos referíamos desde el colectivo DIME (2022) y que dificulta, aún más, identificar la ideología detrás de las propuestas educativas concretas:

Asombra que medios alineados con la izquierda ideológica ofrezcan cobertura a este discurso y lo legitimen como una posición educativa de toda la izquierda.

Me parece fundamental ofrecer algunas claves para que cualquiera que no esté familiarizado con el ámbito educativo pueda navegar en este océano de conceptos enmarañados, agrupados y vuelto a agrupar en nuevas ideas. Ideas que conectan íntimamente con nuestra parte más emocional y con nuestra experiencia, y dificultan enormemente distinguir las orientaciones políticas e ideológicas (menos evidentes) que hay detrás de cualquier propuesta educativa:

Si son discursos que usan marcos mentales parad dividir a los profesionales, pero especialmente si buscan división entre los diferentes agentes que participan de la comunidad educativa: familias, profesorado, alumnado, orientadores, pedagogos… discursos que constantemente se quejan de otros agentes y que sitúan el marco de pensamiento del ejercicio profesional de la educación en una especie de trinchera ficticia: entre el profesorado y el alumnado, el profesorado y la familia, el profesorado y los orientadores, …

Si son discursos que reclaman permanentemente la uniformidad o la homogenización y todos los que pongan énfasis en esta idea: Si se insinúa que todo el alumnado debe aprender lo mismo al mismo tiempo y hacerlo igual en todo el país, cuando se pide una EBAU única para todos y todas, o cuando se insinúa que la descentralización educativa es perjudicial per se…

Si son discursos que hacen hincapié en la pérdida de la autoridad del docente y en la necesidad de la disciplina como única solución para estimular a un alumnado que siempre se percibe como vago.

Si son discursos que viven en una constante idealización de un pasado educativo (que nunca existió por otra parte) y que se mezcla con llamamientos a un supuesto “conocimiento ilustrado” por el que se ha perdido el amor y la adoración (que nunca hubo) o si se habla constantemente de la bajada de nivel o de lo mal que está la juventud y de los valores que se han perdido.

Si son discursos cuya perspectiva para aprender está centrada siempre en la parte que le toca al alumnado y nunca en la que debe diseñar y potenciar el profesorado.

Si son discursos centrados en una perspectiva de aprendizaje basada en la “transmisión de conocimiento” y nunca están dispuestos a entender que el aprendizaje es un asunto mucho más complejo y que lo que se transmite es la información, pero el conocimiento es una construcción personal que hacemos los sujetos.

Si son discursos que rechazan sistemáticamente la inclusión y la justicia social, así como el papel que desempeña la escuela al legitimar y reproducir las clases sociales a través de las visiones del conocimiento que promueve o mediante la meritocracia. Mucho más si de manera abierta defienden que la enseñanza concertada o privada es de mayor calidad que la pública.

Si son discursos en los que atender a todo el alumnado y hacerlo durante más tiempo; la inclusión o el aumento de la edad de la enseñanza obligatoria se perciben como “bajar el nivel y la exigencia” y se contrapone con el término “excelencia”.

Si son discursos que crean una falsa dicotomía entre emociones y conocimientos en los que rechazan de pleno el tratamiento de las primeras en la escuela ya que está debe centrarse únicamente en el “conocimiento ilustrado”.

Si son discursos que reclaman una “educación basada en la evidencia científica” pero cuando estas evidencias no les dan la razón, entonces recurren a su experiencia aislada como argumento principal para sus ideas.

Si alguna de estas cosas (o varias de ellas) las localizas en algún discurso educativo. En Twitter, en política o en tu barrio: Ahí, como dice una madre twittera amiga mía, ahí no es.

Referencias

Colectivo DIME (2022). El discurso rojipardo en educación. Ctxt.

García Martínez, V. (2023). La educación literaria ante los retos de la rendición de cuentas y la tecnología digital. Tesis Doctoral. Universidad de Valencia.

Gortazar, L. (2022). La ‘coalición de la instrucción’ en educación y los mitos que la sostienen. El País.

Hirschman, A. O. (1989). Doscientos años de retórica reaccionaria: El caso del efecto perverso. El Trimestre Económico, 56(221(1)), 81-105. Fondo de Cultura Económica.

Laclau, E. (2005). La razón populista. Fondo de cultura económica.

Watson, S. (2021). New Right 2.0: Teacher populism on social media in England. British Educational Research Journal, 47(2), 299–315.

Watson, S. y Barnes, N. (2022). Online educational populism and New Right 2.0 in Australia and England. Globalisation, Societies and Education, 20(2), 208–220.


Madrid –

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