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Irene Montero y Ione Belarra en un acto reciente de Podemos — Dani Gago

10 años de Podemos: algunos aprendizajes para la siguiente década

Que el cambio social siga siendo posible durante la siguiente década dependerá de si hay o no un proyecto político viable electoralmente que reúna las características citadas. Si lo hay —si lo sigue habiendo—, habrá esperanza


Ayer se cumplían exactamente 10 años del lanzamiento de Podemos en el Teatro del Barrio, en el madrileño barrio de Lavapiés. Independientemente de la afiliación política de cada uno, es innegable que la formación morada ha supuesto la mayor reconfiguración del tablero que ha vivido nuestro país en este siglo y es precisamente por ello por lo que, estos días, los diferentes medios de comunicación están publicando análisis, entrevistas y retrospectivas sobre lo que ha significado Podemos en esta década. En Canal Red y en Diario Red no ocultamos nuestra afiliación política a nadie —a diferencia de lo que hacen la mayoría de medios de comunicación; que también tienen su afiliación política pero se niegan a reconocerlo— y el lector o lectora puede imaginar perfectamente qué tipo de balance hacemos de todo lo ocurrido desde el 17 de enero de 2014. Este editorial, precisamente por ello, no pretende ser un texto de apoyo político —algo que se da por descontado—, sino un breve análisis sobre los elementos clave que en esta casa pensamos que tiene que reunir una fuerza política de izquierdas para ser verdaderamente transformadora; es decir, para ser verdaderamente útil a los intereses de la mayoría trabajadora y para ser capaz de producir una revolución democrática que redistribuya la riqueza, la renta y el poder político de arriba hacia abajo. La década que se acaba de cumplir nos permite anclar este análisis en la experiencia y en los hechos que han sido comprobados empíricamente e ir, así, mucho más allá de la especulación teórica. Los aprendizajes obtenidos deben informar, a nuestro juicio, la praxis política de la próxima década.

La característica que se ha revelado, sin duda, como la más importante en estos 10 años para que una fuerza política nominalmente de izquierdas pueda tener la más mínima capacidad de intervención en la realidad social y económica del país es su capacidad para resistir, impugnar y combatir los marcos mediáticos mayoritarios. El funcionamiento de las mediocracias es lo suficientemente evidente para el conjunto de la población y, por eso, el 15M ya cantaba que «nos mean y los medios dicen que llueve». Pero igualmente conviene hacer explícito el mecanismo a la luz de todo lo aprendido como consecuencia de la aparición de Podemos en la política española. La cosa no es muy complicada y la conclusión tampoco. En cuanto un partido pretende llevar a cabo una modificación ejecutiva o legislativa que supone una redistribución importante de la riqueza, la renta o el poder en un país formalmente democrático, el primer resorte que se activa para intentar impedir a toda costa dicha modificación es el ataque mediático. Dado que la inmensa mayoría de los medios de comunicación son propiedad de las oligarquías económicas conservadoras y dado que dichas oligarquías no son ideológicamente demócratas, cualquier intento mínimamente significativo de alteración del statu quo se ve respondido de forma prácticamente automática con un pelotón de fusilamiento mediático contra los herejes. Y su inversa, por supuesto. Cuando una fuerza nominalmente de izquierdas no representa ningún tipo de amenaza importante para los privilegios del 1% más poderoso de la población, entonces los ataques mediáticos no se producen e incluso dicha fuerza puede recibir elogios y cuidados reputacionales, siempre a condición de que no toque nada nuclear al sistema. Esto es absolutamente obvio, ninguna persona mínimamente informada puede albergar ninguna duda al respecto y, por lo tanto, la conclusión es inescapable: solamente un proyecto político capaz de no agachar la cabeza ante los mensajes mediáticos mayoritarios y capaz de resistir los brutales ataques difamatorios de los principales medios puede aspirar a construir una organización económica y social en el país que suponga un cambio real en las condiciones existentes. Además de Podemos, otra fuerza política que cumplió este requisito antes de los morados fue la Izquierda Unida de Julio Anguita desde el año 1989 hasta el año 2000.

Relacionadas con este primer aprendizaje, también podemos añadir dos reflexiones adicionales. La primera, la imposibilidad de la táctica de pactar la no agresión con los grandes poderes mediáticos si uno realmente pretende cambiar las cosas. Aunque, en el corto plazo, eso pueda servir para conseguir algo de aire, ese pacto solamente se va a mantener mientras el proyecto político no acometa ningún cambio social relevante. En el momento en el que intente hacerlo, el pacto va a saltar por los aires y los cañones mediáticos van a volver a disparar, con la legitimidad acumulada por los medios —además— en los tiempos de armisticio. La segunda reflexión adicional es también evidente: la necesidad por parte de la izquierda que quiera ser verdaderamente transformadora de construir poder mediático propio como única manera —además de la capacidad de resistencia— de hacer frente al mecanismo de disciplinamiento descrito. Esto también lo hemos aprendido —con mucho sufrimiento— a lo largo de esta década.

La necesidad por parte de la izquierda que quiera ser verdaderamente transformadora de construir poder mediático propio como única manera —además de la capacidad de resistencia— de hacer frente al mecanismo de disciplinamiento descrito

En segundo lugar, y esto sí es una innovación que ha traído Podemos a buena parte del la izquierda española —nos atreveríamos a decir que al conjunto del sistema de partidos—, el otorgar todo el poder a las bases en las decisiones políticas más importantes también es una característica indispensable para que una organización sea capaz de transformar verdaderamente las cosas en un sentido de emancipación de las clases populares. Esto es así, básicamente, porque las dirigencias y los cuadros intermedios de los partidos son más fácilmente cooptables por el poder al tener una relación mucho más cercana y estrecha con el mismo. Cuando uno forma parte de la dirección de un partido como Podemos o de los equipos que dependen directamente de la misma, uno no tiene más remedio para poder llevar a cabo su labor política que entrar en contacto con un gran número de periodistas, incluso con los directores de determinados medios de comunicación, y también con diputados y dirigentes de otras fuerzas políticas, así como con representantes del poder económico o sindical. Aunque hay algunas personas que, por su propia trayectoria vital y política, pueden transitar por esos ámbitos sin renunciar a la defensa sin cuartel de los intereses de las clases subalternas, esta integridad personal no está garantizada de forma automática y, por ello, la consulta a las bases —mucho más alejadas de la moqueta del palacio— supone un mecanismo indispensable para mantener la brújula orientada correctamente y la voluntad de transformación en los máximos niveles. Más allá del plano teórico, este requisito para la transformación se ha comprobado sobre el terreno en varias ocasiones a lo largo de la vida de Podemos en la última década; la primera y quizás una de las más significativas, la negativa de las bases moradas a apoyar un gobierno del PSOE con Ciudadanos, que habría permitido a los diputados y diputadas de Podemos vivir muy bien durante cuatro años pero que seguramente habría acabado para siempre con el ciclo de cambio político abierto por el 15M en 2011.

La tercera característica que también llevaba desaparecida de la izquierda durante bastante tiempo antes de la aparición de Podemos es la voluntad de formar parte del Gobierno como requisito indispensable para ser capaces de producir transformaciones mínimamente ambiciosas. La transformación ideológica y cultural que trajo Podemos al escenario político se produjo desde el minuto uno; desde que los morados causaron un grave desperfecto al sistema bipartidista ya en las elecciones europeas de 2014, hasta la moción de censura exitosa de Pedro Sánchez en el año 2018, pasando por la entrada de Podemos en los ayuntamientos y en los parlamentos autonómicos en 2015 o la ruptura definitiva del bipartidismo parlamentario en el Congreso de los Diputados, primero en diciembre de 2015 y después en junio de 2016. Pero no fue hasta finales de 2019, con la ruptura de la cláusula de exclusión histórica que llevaba intacta más de 80 años y que impedía por la vía de los hechos la presencia de la izquierda en un ejecutivo, que Podemos pudo empezar a demostrar la hipótesis de que, desde ahí, era efectivamente posible producir cambios materiales en la organización de la sociedad. El lector o lectora conoce perfectamente la larga lista de avances que se pudieron materializar de esta forma durante la legislatura pasada y no hace falta citarlos, pero sí cabe destacar un último aspecto qué es importante mencionar en este apartado. Obviamente, la participación en el Gobierno como palanca para activar importantes avances sociales solamente es tal si se combina con las demás características que son condición indispensable para poder llevar a cabo transformaciones. Compárense las brutales resistencias por parte del PSOE y de la inmensa mayoría del poder mediático a que Unidas Podemos entrara en el ejecutivo en 2019 y lo absolutamente natural que ha resultado la entrada de Sumar en 2023 para encontrarnos en presencia de un síntoma claro que ejemplifica lo que estamos queriendo decir.

La cuarta característica que tiene que tener una fuerza política nominalmente de izquierdas para poder ser capaz de efectuar avances reales es precisamente su rechazo frontal a aceptar los límites impuestos por el PSOE, principal garante de la organización social imperante desde 1978. Durante los últimos años y mediante el significante de contenido antipolítico denominado «ruido», diferentes actores mediáticos y políticos se han encargado de demonizar la dinámica conflictiva en la que se desenvolvía Podemos vis à vis el PSOE durante su cohabitación en el Consejo de Ministros. Pero, si algo hemos aprendido a lo largo de esta década en este aspecto es que esa no subordinación al partido alfa del bloque progresista es una condición sine qua non para poder mejorar de forma significativa la vida de las mayorías trabajadoras en España. Algo que también apareció durante el periodo de Anguita al frente de Izquierda Unida —aunque sin haber tenido, en este caso, la posibilidad de gobernar— hasta que ese periodo se acabó.

Se podrían citar muchas características importantes más, como la estrecha conexión con los movimientos sociales, la claridad ideológica, la valentía de decirle siempre la verdad a la gente, la prohibición de pedir dinero prestado a los bancos o a cualquier otro gran agente económico para mantener el funcionamiento del partido, la audacia programática, la inteligencia táctica y estratégica o la capacidad analítica para leer los cambios culturales y sociales cuando éstos se están produciendo. Pero hemos querido mantener la longitud de este editorial en parámetros manejables al tiempo que profundizar en aquellos elementos centrales que estos primeros 10 años de Podemos han depositado en el aprendizaje colectivo. Que el cambio social siga siendo posible durante la siguiente década dependerá de si hay o no un proyecto político viable electoralmente que reúna las características citadas. Si lo hay —si lo sigue habiendo—, habrá esperanza. Si no lo hay, volveremos de golpe a 2010 y tocará preparar el regreso desde los cuarteles de invierno. Como siempre, será la gente la que tenga la última palabra.


Madrid –

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