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Eduardo Parra / Europa Press

La descomposición del ciclo político

Ante la descomposición del PSOE, del ala izquierda del gobierno, de la mayoría parlamentaria, de la legislatura y del propio ciclo político, cabe preguntarse si ha salido a cuenta el intento de demolición del partido que mantenía todas las piezas juntas


Guerra eterna en Ucrania. El peor genocidio del siglo XXI en la Franja de Gaza. La Unión Europea pidiendo unánimemente una escalada bélica. Trump a punto de recuperar la presidencia de los Estados Unidos. La extrema derecha multiplicando por cuatro sus escaños en Portugal.

Mientras tanto, en España: el 21 de abril, elecciones al parlamento vasco; el 12 de mayo, elecciones al parlamento catalán; el 9 de junio, elecciones al parlamento europeo. Y solo ha pasado un mes desde las elecciones gallegas.

Los presupuestos catalanes tumbados. Los presupuestos generales del estado para 2024 descartados por el presidente. Los criterios de austeridad europeos amenazando en el horizonte con volver. Y el gobierno de Sánchez sin una mayoría parlamentaria para aprobar leyes.

La corrupción bipartidista de nuevo en el primer plano, llenándolo todo con su nauseabundo hedor. Koldo y Ayuso, Ayuso y Koldo. Tanto monta, monta tanto. Unos y otros conectados por la misma red de testaferros y empresas pantalla.

Sánchez hablando del amigo narcotraficante de Feijóo en la sesión de control del Congreso. Feijóo contestando con la mujer de Sánchez. «¡Eres un corrupto!» «¡Y tú más!» La máquina del tiempo lleva la escaleta del telediario a 2011.

Se mire por donde se mire, todo son signos de descomposición.

Hace 10 años, se inauguró un nuevo ciclo político en España. La brutal crisis financiera de 2008 había destrozado las perspectivas de progreso de la mayoría social. La corrupción y la coincidencia en las políticas económicas de austeridad entre el PP y el PSOE sacaron a la gente a la calle en el estallido del 15M. Tres años después apareció Podemos en las elecciones europeas de 2014. El PSOE tuvo que cambiar de Secretario General y Juan Carlos I tuvo que abdicar. La derecha catalana se hizo independentista para no ser arrollada por la marea de la historia.

En los primeros años del nuevo ciclo, el sistema político y mediático surgido de la Transición del 78 fue incapaz de metabolizar lo que estaba ocurriendo. Un grupo de jueces y policías corruptos en colaboración con la mayoría de los medios desataron la mayor violencia política de las últimas décadas contra la dirigencia morada. Los líderes del procés corrieron la misma suerte, teniendo que elegir entre el exilio o la cárcel. Felipe VI se puso al frente del «¡a por ellos!» y el gobierno del PP ordenó a la policía abrirle la cabeza a porrazos a señoras mayores y niños que iban a votar pacíficamente a los colegios electorales en Catalunya.

Después de cinco años de no aceptar la nueva realidad política del país y tras la primera moción de censura exitosa de la democracia y dos repeticiones electorales, el PSOE finalmente se vio forzado a romper la cláusula de exclusión histórica que duraba más de 80 años para integrar en el gobierno a los de Pablo Iglesias y en la dirección de Estado al independentismo catalán y vasco.

Aunque el mundo fue golpeado por la peor pandemia en 100 años y por una guerra en suelo europeo, el gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos consiguió aprobar más de 200 reformas legislativas, incluyendo tres presupuestos históricamente expansivos

A pesar de todas las complejidades, ese paso del Rubicón se demostró un acierto.

Aunque el mundo fue golpeado por la peor pandemia en 100 años y por una guerra en suelo europeo, el gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos consiguió aprobar más de 200 reformas legislativas, incluyendo tres presupuestos históricamente expansivos. Aunque no se produjo ninguna revolución, las medidas llevadas a cabo por parte del gobierno en la anterior legislatura resultaron ser las más avanzadas y las más a la izquierda de las últimas décadas. El gobierno ganaba el 99% de las votaciones en el Congreso y la situación en Catalunya se iba pacificando a pasos agigantados. Cuatro años después de azuzar a las huestes españolistas contra los catalanes, Felipe VI tenía que firmar el indulto de Oriol Junqueras obligado por el gobierno de coalición. Podemos no solamente forzaba al gobierno a hacer políticas de izquierdas. Además, como fruto de su insistente trabajo desde la ‘declaración de Zaragoza’ en 2017 y antes, era la pieza que conseguía mantener la cohesión de la mayoría plurinacional en el Parlmento y equilibrar todas las piezas en España y en Catalunya.

La legislatura pasada no solo constituyó —así— uno de los periodos de mayor estabilidad institucional de la última década sino que, además, el gobierno era capaz de poner en la agenda pública los temas de conversación que le interesan a la gente y que permiten situarse a la ofensiva frente a la derecha: el ingreso mínimo vital, la ley de vivienda, la ley de eutanasia, la paralización de los desahucios, la ley de protección animal, los mayores avances feministas desde la recuperación de la democracia, la subida del salario mínimo, la revalorización de las pensiones. Un tema tras otro. Semana tras semana.

Hasta que algo hizo crack en el puente de mando.

Aprovechando la salida de Pablo Iglesias de la política activa, Pedro Sánchez acometió una renovación sorpresiva de todo su círculo más cercano y el PSOE se vio tentado de volver a ese plácido pasado en el cual no tenía que negociar con una nueva izquierda partisana que no se dejaba comprar y que no aceptaba los códigos de palacio. Por su parte, la vieja izquierda que nunca había conseguido superar el trauma de 2015 —cuando llegaron los morados y se quedaron con todo el espacio—, encontró en el PSOE el mejor aliado para una operación de sustitución que ya se había intentado muchas veces en el pasado.

El debate sobre los temas importantes en el seno del gobierno se calificó de «ruido», se anunció el comienzo de una nueva relación de colaboración con el PSOE, se apostó por la concertación con los poderes mediáticos controlados por las oligarquías y se rechazó el «feminismo combativo» que incomodaba a los amigos de 40 y 50 años del presidente. Desde Andalucía y en cada cita electoral, se arrinconó cada vez más al partido que había iniciado el ciclo político allá por 2014.

Ayer, y obviamente con el conocimiento y el visado de Yolanda Díaz, los Comunes decidían votar en contra de los presupuestos de la Generalitat, siendo perfectamente conscientes de que eso desencadenaría una repetición electoral en Catalunya. Si la descomposición del escenario todavía no era suficiente, añadamos un elemento más.

¿Qué pasa ahora con los presupuestos generales del Estado? A última hora de la tarde de ayer, Sánchez anunciaba su renuncia a aprobar los de 2024 y apuntaba ya a los de 2025. ¿Qué va a hacer Junts con Puigdemont en las elecciones catalanas con la Ley de Amnistía todavía sin aprobar? Después de conocerse la convocatoria de elecciones, el expresident afirmaba que va a poder estar en la investidura pero no aclaraba todavía si va a ser candidato. ¿Cómo va a maniobrar el sector reaccionario del Poder Judicial ahora que sabe que tiene en su mano influir en una cita electoral tan importante? ¿Le viene bien al PSOE celebrar elecciones en Catalunya con el ‘caso Koldo’ abierto en canal y con un candidato que fue el Ministro de Sanidad en la pandemia?

Visto lo visto, y ante la descomposición del PSOE, del ala izquierda del gobierno, de la mayoría parlamentaria, de la legislatura y del propio ciclo político, cabe preguntarse si ha salido a cuenta el intento de demolición del partido que mantenía todas las piezas juntas. No tardaremos muchos meses en poder responder a esta pregunta.


Madrid –

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Editorial

  • Y después del lunes, ¿qué?

    Tanto si Sánchez dimite como si no, nuestro país se embarcaría en una trayectoria suicida si la mayoría que ha hecho posible su investidura no acepta de una vez por todas que las reformas que partidos como Podemos llevan años poniendo encima de la mesa se han vuelto inevitables

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